Andalucía

La Viña mejor que Galapagar

  • Los vecinos del alcalde coinciden con el primer edil en el "privilegio" que supone vivir en uno de los barrios de tronío de la Cádiz a pesar de algunas de sus sombras

La Viña, con el índice de mortalidad más alto de Cádiz. La Viña, con su bajo nivel de instrucción. La Viña, con su población envejecida. La Viña, con 485 de sus algo más de 1.770 viviendas con alto grado de deficiencia. La Viña, con una tasa de dependencia progresiva. El Barrio de La Viña, un lugar privilegiado donde vivir y morir. Y no, no hay contradicción alguna entre los datos del Plan Local de Salud y la salida de José María González, alcalde de Cádiz, que no ve comparación entre sus 40 metros cuadrados en este paraíso del currante y los 2.000 metros de aislamiento en el municipio de Galapagar en la sierra madrileña. No, no hay contradicción, ni ironía. Vivir en La Viña, con todas sus sombras, proyectadas en las fachadas por la humedad y en el rostro de sus hombres y mujeres por el desempleo, es un auténtico privilegio.

Así, lo ve González, y a sí lo ven sus vecinos, los viñeros. Como el lazo indestructible de Dorothy con Arkansas ("se está mejor en casa que en ningún sitio"), no hay Oz, ni Mago que valga, que esté a la altura "del compañerismo", "la alegría", "la solidaridad" y del máximo orgullo del viñero, musa y emblema, su Caleta -"La Caleta, ¿qué me dices de La Caleta?, ¿cuánto vale, eso?"-.

En el Bar Pichón, vulgo Bache el Bizco, en la peluquería de José Manuel (30 años arreglando las cabezas de los caleteros), en El Manteca, en la puerta del supermercado Dia con La Petróleo y su hermana Encarna al frente, en la Asociación Provincial del Pensionista y Jubilado, en la esquinita donde Rosario Saldaña vende flores desde hace más de 20 años, en el asador de pollos de El Corralón, en la Taberna del Tío la Tiza... La opinión es unánime: "En La Viña se vive, y se trabaja, bien, muy bien" y "no se cambia por nada". "Eso sí, con 6.000 euros en el bolsillo se viviría mejor".

Rafael González, en la puerta del bache de Pericón de Cádiz, es el autor de la sabia reflexión aplaudida y secundada por Javi Marín, por Diego Moreno ("a mí me pasa cualquier cosa, yo tengo cualquier jaleo en la cabeza, y me voy por la mañana a mi Caleta, pesco o me baño y se me quita todo") y por el Chacha de Cádiz, veterano en este misterio que es la vida y que no ve "cosa más bonita" que este barrio y su gente. "Es el compañerismo nuestro, de la gente de toda la vida, porque lo que tiene la Viña es que vivimos gente que nos conocemos desde chicos". "Eso, es una hermandad, es el estar a gusto entre tu gente". "Y La Caleta, ¿te acuerdas de chico? Las madres nos dejaban ahí todo el día, eran nuestras vacaciones...". La reunión se debate entre el presente y el pasado, atravesada por la imagen mítica de un barrio con mujeres con sillas en las casapuertas, con niños jugando a la lima, con las noches de cine Caleta... Debatiéndose entre La Viña que existe y la que no existe, con ellos, los viñeros, en medio, defensores de la imaginación, de la fantasía, de la nostalgia y de la verdadera patria (¿o es que existe otra patria que se iguale a la infancia?) que es la que mantiene intacto el cordón umbilical entre cualquier hombre y un trozo de tierra.

Y si la Viña, la pasada y la presente, es un sueño, un privilegio, más lo será la futura. "Mi nieta está loca por venirse pero es que no encuentra nada aquí para alquilar", dice Pepi en la calle de La Palma; "yo soy de Patrocinio pero hace años me tuve que ir al Barrio [Santa María] pero me levanto y me vengo aquí todos los días", confiesa Josefa Angulo acompañando a la que era su vecina -"más que vecina ya hermana"- Rosario, que vende la flores en la Rosa con Celestino Mutis; "los alquileres, esa es la pena, que ya apenas hay nada por aquí, por eso es un privilegio los que vivimos de toda la vida porque ahora cada vez es más difícil", confirma, mientras prepara las mesas en la plaza Pinto, Juan Antonio Jiménez, conductor profesional, que se ha quitado "de los peligros de la carretera" al encontrar trabajo en la Taberna del Tío La Tiza, en su propio barrio. "Hay mucho turismo y eso pues da trabajo a los bares de por aquí y más a éste que es muy bueno", defiende.

Porque La Viña del presente construye la Viña del futuro conjugando apartamentos turísticos con infravivienda; baches donde se juega al dominó con tascas para el foráneo; bares de toda la vida con apuestas con ramalazos de modernidad como Divinas o La Granja. Pero, ¿cómo será la Viña del futuro? ¿Será como la Venecia sin venecianos? ¿Será, no ya un privilegio, sino un imposible vivir en la Viña del futuro? No sería la primera vez que un barrio concebido desde sus orígenes como espacio donde alojar a los estratos de la población con un nivel socioeconómico más bajo quedara fagocitado por la fascinación que lo popular despierta en las clases altas.

Quita, quita, déjate de mala bají que todavía las dos Pepi, Luisa y Manoli se pueden sentar a tomarse su cafelito en plena, y turística, calle de la Palma. "Muy bien, muy bien, con La Caleta a dos pasos, con las calles sin coches, con unos bares que no están mal de precio para tomarte el café o la tapa". "Oye pero lo malo es el aparcamiento, ¿eh? Mira nosotros fuimos al aeropuerto a dejar a mi hijo que se iba a Mallorca, ¿pues te puedes creer que llegó el niño a Mallorca y nosotros estábamos todavía dando vueltas en el coche?". Explosión de risas en la reunión. Qué ánge. (Es verdad, alcalde, el ánge, santa medicina nuestra) Hasta que se mienta a la bicha, el desempleo... "Las criaturas lo tienen muy difícil...". Pero el ánimo no decae fácilmente entre este grupos de vecinas alegres, parlanchinas, sonrientes. "Que el alcalde tiene razón, chiquilla, y muy bien dicho lo que ha dicho, ¿qué mejor sitio que su barrio?".

Las noticias vuelan y no pasa ni una hora cuando regresamos a despedirnos de la alegre reunión que encontramos comentando nuestra visita con Encarna y la Petróleo. "Vamos a ver, en todos sitios hay de todo porque tú puedes ser muy buena y yo una hija de la gran china, y eso es en todos lados, pero la verdad que aquí no hay grandes disgustos, eso es verdad, es muy raro que se escuche, ponte tú, una sirena de policía, ni de ambulancia, habrá malaje como en todos sitios, pero la verdad es que se vive muy tranquilo". Encarna recoge por pares los "qué verdad es" de las vecinas. "Además, que lo dice hasta el Kiki [Kichi, se entiende], que lleva mucha razón y que él sabe porque es como nosotros de toda la vida de aquí".

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