santiago agrelo. arzobispo de tánger

"La atención que damos a los inmigrantes aquí es de vergüenza"

  • El prelado se duele de lo poco que se habla de inmigración en las iglesias y reclama una toma de posición ante los fieles

  • Acusa a los políticos de dedicarse a intereses y no a personas

Santiago Agrelo, en su despacho del Obispado de Tánger.

Santiago Agrelo, en su despacho del Obispado de Tánger. / fito carreto

Santiago Agrelo es combativo. No le arredran los problemas con la Policía marroquí ni con los políticos españoles. Desde que fue nombrado arzobispo de Tánger viene denunciando la situación de los inmigrantes retenidos en condiciones inhumanas. Creó la Delegación de Migraciones, para separar la atención a los inmigrantes de la que dedicaba Cáritas a los pobres marroquíes. Su diagnóstico es que "el problema es la política migratoria de las naciones, que dan más importancia a los intereses económicos, culturales y religiosos que a la persona que está en una situación de necesidad. Las razones que suelen darse para cerrar las fronteras a los emigrantes son injustas y las podría contradecir, pero ni siquiera me interesa hacerlo, porque, aunque fueran absolutamente válidas, la situación en la que viven los emigrantes cerca de las fronteras, o en los caminos en los que pierden la vida, ya obligaría por encima de todas las razones a ocuparse de ellos".

-¿Echa en falta un discurso más radical en la Iglesia?

-Echo de menos una toma de posición. Más allá de cualquier razón política, estamos obligados a atender a esta humanidad tirada en los caminos. La Iglesia lo hace, es lo llamativo, pero es importante dar un paso desde el hacer al decir. El hacer no crea opinión y el decir, sí. Si la predicación en la Iglesia cada domingo machacase este clavo, ese discurso evangélico, hace mucho tiempo que la sociedad tendría una conciencia distinta de este problema de la que tiene. Los emigrantes necesitan que nosotros hagamos, y no tanto que digamos. Pero para cambiar la situación es más importante el decir que el hacer.

-¿Quién tiene que hablar? ¿Los obispos, el Papa?

-Nooo. Estamos hablando de quienes tienen la palabra todos los días delante de los fieles, que son los sacerdotes y los religiosos. Los obispos sacan un documento, que igual nadie lee. Sería igualmente importante, de todas formas, que lo sacasen. O que lo hiciera la Conferencia Episcopal dando un puñetazo en la mesa, que oiría todo el mundo... Hace un año y pico la Conferencia celebró el 50 aniversario de su fundación, y fueron invitados los Reyes de España. Lo cual me parece... normal, es decir que eso no deja huella. Nada. Si ese día, junto con los Reyes hubiesen invitado a un sin papeles, probablemente hoy estaríamos hablando de ello. Y esas cosas las echo en falta: la lucidez para llegar a la sociedad por lo que decimos y en este caso también por lo que hacemos: poner al emigrante a la altura del Rey, cosa que la Iglesia tiene que hacer. Y no se hizo [suspira].

-¿Cuál es su labor con los migrantes en la diócesis?

-[Con una risa leve, entre dolida e irónica] ¡Es de vergüenza! Si uno le pregunta a los emigrantes qué hacemos por ellos, nos dirán que nada, o casi nada. Y tienen razón. Sí, vamos todas las semanas al bosque a llevarles alimentos, mantas... aquí en la Catedral se abren todos los días fichas, se atienden las necesidades básicas de un montón de personas, se hace el seguimiento de embarazos... podría decir que se hacen un montón de cosas pero, puaf, no es nada ¿qué es eso para resolver el problema? Esta semana voy a Roma a tratar con otros obispos este tema, seguro que sale algo que vale la pena, pero son cosas que ponen un remiendo en una realidad para la que no hay respuesta fuera de la política.

-¿Qué debe hacer la política?

-Para empezar, preguntar al emigrante por qué está en la frontera, cómo ha llegado allí y qué podemos hacer por él. El emigrante es como una mercancía de la cual nosotros disponemos cuando necesitamos mano de obra. Aunque no quiera venir, como hicimos durante mucho tiempo, que los sacamos a patadas de sus lugares de nacimiento para que trabajaran para nosotros. Ahora que ellos necesitan salir les decimos "ustedes no salen, nosotros somos los dueños de sus vidas y ustedes no salen de ahí". Y mientras las políticas no los traten como a personas no hay esperanza para los emigrantes, sólo la de ser ayudados por la Iglesia o las ONG. Pero la solución sólo pueden darla los políticos. Y eso será el día en que al emigrante lo consideren sujeto de derechos inalienables, personas que tienen derecho a emigrar, a no salir de su país obligadas, a salir si quieren salir. Y estos derechos habrá que regularlos, pero no impedir su ejercicio.

-No le veo muy optimista.

-No, no lo soy. ¿En qué andan ocupados nuestros políticos, cuántos años llevan ocupándose en cuestiones que no conciernen para nada a los pobres? Son cuestiones de ricos, de a ver quién se queda con más riquezas. Los problemas de estos momentos en España, la política territorial, son de egoísmo, de a ver quién se queda más recursos. Es un discurso que a mí como obispo me repugna profundamente.

-Usted no se ha callado nunca, ha estado en manifestaciones...

-Claro que no. Lo llevo diciendo desde que estoy aquí. En manifestaciones he participado poco, y siempre de forma un poco transversal. En la última me invitaron de Cáritas, si no, no voy. Fue cuando los muertos de Tarajal. Y me pusieron allí, me pusieron un cartel en la mano y yo no sé esa foto cuántas vueltas habrá dado por ahí. La historia es esa.

-Usted escribió un libro, Emigrantes, el color de la esperanza. ¿Dónde pueden encontrarla ellos, con este panorama?

-¡Ellos tienen esperanza, a ellos los mueve la esperanza! Tienen una fe enorme. Cuando busqué un título pensé en poner desde luego Emigrante porque ese es el hilo que mueve todo el libro, una colección de homilías, cartas pastorales... Y si yo pienso en el emigrante, podría haber puesto el color del sufrimiento, el color del dolor, pero creí importante que esa palabra evocase el color de la esperanza, porque ellos son un mundo de esperanza realmente. Hay que imaginarse lo que tiene que haber en el interior de esas personas para que se echen a los caminos sabiendo que se arriesgan a perderlo todo. Y muchos miles pierden la vida. Y que no obstante se echen a los caminos significa que tienen una esperanza enorme de encontrar algo mejor. Por eso digo que la esperanza tiene color emigrante.

-¿Aun sabiendo que en este mundo no se les quiere precisamente mucho?

-Para ellos la esperanza, curiosamente, se traduce en palabras de fe en Dios. No esperanza en un futuro mejor, sino en "Dios me ayudará". A mí me deja muy desconcertado porque yo ya procedo de un mundo en el que evocar a Dios es casi una fantasía. Pues para ellos, Dios es de casa. Yo creo que la fuerza de sus vidas se torna Dios, y eso sin importar su religión, sean musulmanes o animistas.

-La realidad no debe darles precisamente fuerzas.

-No, ni a ellos ni a nosotros. Yo también necesito la fe para caminar. Si no, ya me habría rendido hace muchísimo tiempo.

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