Excusas del fin de año

Los buenos deseos parecen tener un efecto de catarsis auspiciado por la excusa del fin de año

Verdad es que, con el fin de año, vence el calendario y se cierra un ciclo convenido para repartir el tiempo entre días y meses que se suceden a la relativa velocidad con que cada cual cree que pasan. Por eso las campanadas del fin de año, además de al bullicio festivo, dan ocasión al balance, a los buenos deseos, a las espléndidas intenciones, como si estrenar un nuevo taco de almanaque o hacer las primeras anotaciones para estrenar la agenda tuvieran un efecto de catarsis auspiciado por la excusa del fin de año. Así se dice, excusa, aunque, tan en boga la posverdad, quizás pudiera convenirse que, como en el caso de las mentiras, también haya posverdades piadosas. Esto es, si importa lo que resulta más conforme con las emociones, en lugar de lo más verdadero, si se acepta que algo no real pueda serlo porque así se satisfacen deseos o aspiraciones inalcanzables, la excusa del fin de año es una posverdad piadosa con la que damos por ciertos y factibles los más variopintos buenos propósitos. Sabidos y repetidos son los de cuidar el cuerpo, como pretensión si se quiere más primaria -por esencial-. Pero a esta bondadosa y saludable aspiración acompañan otros deseos personales reiterados año tras año porque quedan pendientes o preteridos. No ya por resultar posverdades piadosas, aunque también, sino porque las buenas y loables intenciones parecen transmutarse -hasta endemoniarse si se acepta que de ellas están empedrados los caminos del infierno- o, en no pocos casos, quedar desplazadas por la acumulación de lo urgente -aceptado asimismo que sean importantes los propósitos que no se consuman-. ¿En todo esto se repara tragando las doce uvas? Probablemente no en tal medida, pero el último día del año, aunque tomado por la celebración y hasta la desmesura, tiene una cadencia distinta, como si las últimas horas del año se resistieran a la disciplina del reloj. Y es entonces, en esos ratos algo espaciosos, cuando pueden hacer de las suyas las excusas del fin de año, las posverdades piadosas, para creernos capaces de estrenar un tiempo nuevo que solo lo es, de manera más expresa, en la convención del calendario. Por eso, sin necesidad de arrepentimiento o confesión -ya que la mentira acaba teniendo la dispensa de la posverdad-, el mismo tiempo -más continuo que estrenado- corregirá las expectativas para resarcirse de tantas excusas en su nombre. Aun así, no será posverdad piadosa sino intención firme la de desear que el tiempo venidero sea propicio, excusas al margen.

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