Motivos de felicitación

Lo que desde hace no muchos años más le inquieta es saber si acierta o se equivoca al desear una Feliz Navidad

Como le viene ocurriendo en los últimos años, pasado el puente de la Inmaculada comienza a darle vueltas al motivo de la felicitación navideña que acostumbra a enviar a sus amigos, compañeros o conocidos de distinta naturaleza llegada esta celebración que se dice, y también generalmente resulta, entrañable. Albergar dudas sobre esto último no es extraño porque acompaña a la Navidad una suerte de contradicción agridulce, en la que se reúne el alegre alborozo de los villancicos con el silencio negro de la soledad o de la pérdida. Incluso la falta de correspondencia entre el sentido primero o ancestral de la celebración y las maneras que ésta toma cuando el ajetreo no es de las zambombas sino de las tarjetas de crédito. Pero lo que desde hace no muchos años más le inquieta es saber si acierta o se equivoca al desear una Feliz Navidad junto al motivo que busca, siempre cuidando la elección, para adornar el mensaje de correo electrónico que envía a todos los contactos debidamente reunidos en la libreta de direcciones. Casi coincide esta duda -metódica también de algún modo- con el argumento dígase más neutro de la iluminación navideña y los menos presentes portales de Belén en las concurridas esquinas del callejero. De modo que mantener las referencias propias y características de la Navidad, en su cumplida felicitación anual, pudiera entenderse como una afirmación beligerante de sus creencias, ya sostenidas en la religiosidad o en la tradición de las costumbres añosas. Ahora bien, tampoco parece dispuesto a considerar las invocaciones al solsticio de invierno que ciertos representantes públicos tienen a la mano cuando, llegadas las fiestas del calendario religioso, prefieren cambiar la virtud del respeto por un desafecto rupturista con el que procurar doctrinas más mundanas. Algunos años, hasta había preparado dos felicitaciones: una bien a propósito de la Navidad, donde el Niño Jesús, la Virgen María, San José, los Reyes Magos o los pastores formaban parte habitual del relato festivo, con muy distintas representaciones entre las que elegía con esmero; y otra en la que razón hubiera para invocar principios o valores de concordia, felicidad y paz, sin trasfondo religioso pero tampoco, a ser posible, parafernalia de un "buenismo" simplón. Aun así, ya resueltas las dos felicitaciones, cada vez tiene menos claro cómo repartirlas entre los destinatarios. Y, lo que más le importa, no quiere vérselas con problemas de conciencia en el confesionario de la almohada en Nochebuena.

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