Nacionalismo romántico

El nacionalismo toma formas románticas o posmodernas no asimilables a su uso para subvertir el Estado

Puestos a elegir lo menos malo, mejor quedarse con el gracejo que con la acritud. Por lo primero, circulan en WhatsApp ocurrencias como las de no tener los langostinos y polvorones dispuestos, estando ya el rey en el mensaje, que hay que ver cómo ha cogido el toro este año. De la acritud, más vale no dar detalle de cuantos despachan, con la limitación de los mensajes de las redes sociales, no ya la disculpa de una broma pesada sino la manifestación de una todavía más cortita facultad de raciocinio. Así ocurre tras las palabras del rey acrecentadas por lo extraordinario, y crítico, de la situación que las inspira, cuando la independencia de un territorio se escapa de las coordenadas del nacionalismo para tomar el rumbo de la subversión del Estado. Ya que, en el caso de Cataluña, se alteran los patrones más o menos convencionales porque los afanes independentistas -no mayoritarios, por otra parte- ni responden a las características del nacionalismo romántico ni son propios de esa dialéctica posmoderna entre lo global o lo local que algunos análisis resuelven con el sincretismo de lo "glocal". Por romántico, el nacionalismo aparece a finales del XVIII y principios del XIX como reacción, además de otras circunstancias, a la hegemonía imperial o dinástica que arrumbaba el acervo de las costumbres y tradiciones, las manifestaciones del folklore o la identidad de las lenguas. Todo ello conformado o reunido en un patrimonio cultural a modo de herencia de un origen común. Incluso como manifestación, algo posterior, de un espíritu de la época, de una concurrencia de tiempos y pueblos determinados que parece animada o ensalzada por un concreto momento, cultural y político, que se entiende, o se intuye, llegado. Por la síntesis algo cursi de lo "glocal", el nacionalismo, o su forma posmoderna, enfatiza los rasgos de identidad como asidero para no dejarse llevar por las marejadas de la globalización. Pero de este estado de las cosas no derivan de forma abrupta ansias separatistas sino en mayor medida de autoafirmación. Luego hay que considerar una forma de nacionalismo instrumental -mejor, instrumentalizado- que, sin ser ajeno a esos antecedentes románticos o posmodernos, responde a otros fines o, todavía peor, es usado, utilizado, para otros fines. A tal efecto, este nacionalismo se vale del adoctrinamiento, toma formas excluyentes, tiende a la insurrección, hiere con el enfrentamiento y silencia con el miedo. Malos tiempos para el romanticismo.

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