Alto y claro

Opinión: El futuro y Abengoa

MIENTRAS la ciudad se entretiene viendo los dibujos de colorines con los que el alcalde Espadas nos vende sus Navidades laicas -a punto ha debido estar de invocar el solsticio de invierno- y cómo va a dejar atrás para siempre jamás el mapping con el que Zoido lograba colapsar día tras día la Plaza de San Francisco, Sevilla atraviesa en medio de su tradicional indolencia la que posiblemente sea una de las crisis más graves de los últimos años. La situación de Abengoa es un problema nacional que tiene especiales connotaciones en la ciudad. El hundimiento de la empresa que fundara en la posguerra Javier Benjumea Puigcerver y que sus hijos Felipe y Javier convirtieran en una multinacional que competía en medio mundo puede ser visto desde Madrid o desde Nueva York como un episodio más de una gran empresa que cae por problemas de gestión, de posicionamiento estratégico y endeudamiento excesivo. No es el primer caso ni será seguramente el último. Pero en Sevilla Abengoa no es sólo una empresa. En un panorama de profunda atonía social y económica, con no más de tres o cuatro grandes empresas dignas de ese nombre y con una perspectiva de futuro que, más allá del turismo y de la capitalidad política, no nos lleva a demasiados sitios, la compañía instalada en Palmas Altas era un símbolo de que otra Sevilla era posible. De que la ciudad era capaz de producir excelencia y que esa excelencia bien encauzada nos podía llevar a lo más alto. Esto en el plano de la proyección de la ciudad, que no es ni mucho menos una cuestión menor. Sevilla, lo hemos dicho reiteradamente en esta columna, tiene un problema de imagen que le está suponiendo un lastre. Pero Abengoa también representa empleo de alta cualificación y por lo tanto exigencia de formación a la universidad y no en cuantía menor. Los cuatro mil empleos que la empresa proporciona en Sevilla son sobre todo ingenieros y economistas. Perder este nicho supondría una grave pérdida en talento y en formación, dos claves para que una ciudad moderna afronte el futuro. También y no es lo menos importante, hay una huella social de Abengoa en Sevilla. Como todas las grandes empresas, la compañía ha mirado al mundo pero ha mantenido su sede y se ha implicado en el tejido de la ciudad. La Fundación Focus o el impulso a la Universidad Loyola son sus manifestaciones más evidentes, pero ni mucho menos las únicas.

La situación de Abengoa requiere por lo tanto una salida que salga de dentro, de la propia dinámica de la empresa y de su capacidad de reinventarse en unos momentos tan extraordinariamente complicados como los que atraviesa. Los poderes públicos, desde el Gobierno de la nación hasta el Ayuntamiento de Sevilla, tienen la obligación de implicarse y empujar. Tan torpe es mirar para otro lado como repetir, como alguno ha propuesto, un plan de salvamento pagado con los impuestos de todos los ciudadanos. Experiencias como las de Delphi o Santana Motor deberían haber escarmentado a los que todavía piensan que una de las obligaciones de la Administración es reflotar empresas que han llegado a un punto crítico. En el caso de Abengoa ello sería además inviable por el propio tamaño de la compañía y por su compleja situación financiera. El problema de Abengoa lo tendrán que resolver sus gestores y sus acreedores y juntos tendrán que encontrar el socio industrial o financiero con músculo suficiente para reorientar el negocio y tirar adelante. Hay cuatro meses por delante, que no es poco tiempo. La obligación de las administraciones es presionar y mediar para que eso sea así. El problema de Abengoa es un problema de Sevilla y afecta a todos los sevillanos. Aunque parezca que no nos queremos enterar y que lo que de verdad importa es si son más bonitas las navidades con tiovivo en la Plaza de San Francisco de nuestro muy laico alcalde actual o la de lucecitas a troche y moche del anterior.

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