Andalucía

El ocaso de Celia

  • Diputada desde hace 30 años, alcaldesa y ministra, la estrella de Villalobos pierde fulgor. Rajoy la relega a la portavocía adjunta del Grupo Popular en el Congreso.

"No, cariño, yo no voy a hablar, que cada cual diga lo que le parezca oportuno. Agradezco que se siga escribiendo de mí, pero no le voy a dedicar a esto ni un segundo más de mi tiempo". Celia Villalobos, diputada desde 1986 y miembro de la mesa del Congreso desde hace casi 13 años, ha decidido guardar el acero y dejar que pase la ola. Su ausencia en el órgano de gestión de la Cámara es el segundo golpe que encaja en menos de un año, después de que el Partido Popular la relegara al segundo puesto en la candidatura de Málaga primero en las elecciones de 2015 y después en las de mayo de 2016. Ambos movimientos han sido interpretados como la confirmación de su ocaso. El comienzo del fin pese a que sigue en el Congreso, donde ya suma 30 años, y es portavoz adjunta del grupo parlamentario del PP, que queda bajo la dirección de Rafael Hernando.

La decisión de Mariano Rajoy de apartarla de la Mesa del Congreso es una medida interpretable desde las matemáticas: el acuerdo con Ciudadanos (C's) obliga al PP a ceder dos puestos a la formación de Albert Rivera y, por tanto, alguien debía salir. Pero también apunta a la oportunidad que brinda la aritmética para desplazar de un puesto "con muchos minutos de televisión" a una figura que acusa el desgaste y la falta de apoyo interno, empezando por la dirección del Partido Popular en Málaga y Andalucía. En realidad, la carrera política de Villalobos no le debe nada al PP de Despeñaperros para abajo. "Su clave siempre ha estado en Madrid", apuntan dos fuentes que han trabajado con ella durante años. Nunca se entendió con la dirección del Partido Popular de Málaga, que intentó sin éxito controlar, y apenas si jugó a guardar las apariencias con el PP andaluz en los tiempos de Javier Arenas. Menos aún con Juan Manuel Moreno Bonilla, que ha prescindido de ella como cabeza de cartel electoral.

Comprendió antes y mejor que nadie el poder de la televisión para forjarse una identidad política propia. Allí comprobó las ventajas ser un verso suelto, se hizo popular y jugó sus cartas con habilidad hasta convertirse en un animal político casi invencible para los suyos. Ha jugado durante lustros a ser la izquierda de la derecha, un papel que al Partido Popular le ha resultado muy conveniente frente a las políticas más conservadoras y controvertidas en asuntos como el matrimonio gay o el aborto.

En pleno esplendor fue alcaldesa de Málaga, pero siempre tuvo atada y bien atada su conexión a Madrid. La de Málaga ha sido quizás la etapa más sólida de su carrera política. Sentó las bases de la ciudad actual: desencalló las negociaciones para devolver el uso ciudadano al Puerto de Málaga, planteó el túnel bajo la Alcazaba que ha sido esencial para la peatonalización posterior del casco histórico, promovió el Palacio de Ferias y el Martín Carpena, dos infraestructuras ahora básicas, pese a que salieron adelante la primera con un extraordinario sobrecoste y la segunda con problemas estructurales que obligaron a cerrarlo para reforzar las cubiertas a los días de abrirse, amenazó -posiblemente de boquilla- con no presentarse a las elecciones municipales de 1999 si el Gobierno de Aznar no se comprometía con el AVE a Málaga, creó el Festival de Cine Español, refinanció la deuda municipal y devolvió el superávit a las cuentas locales.

Demostró talento para afrontar un primer mandato en minoría teniendo enfrente a otros dos grandes de la política nacional: Eduardo Martín Toval (PSOE) y Antonio Romero (IU). En 1999 dio al PP su primera mayoría absoluta en Málaga y al año siguiente era ministra de Sanidad. Posiblemente ahí empezó a apagarse su estrella. Apenas aguantó dos años, que se recuerdan menos por su labor cerrando las transferencias sanitarias a las autonomías que por sus meteduras de pata: aconsejó no utilizar hueso de vaca en los caldos para sortear el mal de las vacas locas cuando este subproducto no figuraba en la lista de los alimentos prohibidos y en el Ministerio de Agricultura todavía hay quien no olvida cómo gestionó el lío del aceite de orujo y el benzopireno.

De vuelta a la vida parlamentaria, vinieron nuevas salidas de tono. Llamó "tontitos" a las personas con discapacidad, fue cazada absorta jugando al Candy Crush mientras presidía una sesión parlamentaria y en Youtube está el vídeo en el que gritaba a su chófer.

Las fuentes consultadas coinciden en que Celia Villalobos ya no tiene el valor de años atrás para el Partido Popular. La llegada de nuevas caras permite ofrecer perfiles liberales más frescos y contenidos. Hay candidatos a levantar las banderas que ella ha sostenido durante décadas. La del feminismo es una de estas enseñas. Ha utilizado con sagacidad este refugio cada vez que se ha vinculado su inmortalidad política al poder en la sombra que su marido ha ejercido como el sociólogo de cabecera del éxito electoral del PP desde que José María Aznar, siendo todavía presidente de Castilla León, lo fichó a finales de la década de los 80. Cada vez que ha tenido ocasión ha recordado que la figura de Arriola le ha hecho perder más que ganar oportunidades. En cualquier caso, existe una cierta similitud en la trayectoria de ambos. Las relaciones entre Arriola y Aznar se enfriaron y Villalobos puso blanco sobre negro esa distancia en 2013 cuando dijo que no había ido a la presentación del segundo libro del ex presidente porque no le había "dado la gana". Ahora, Arriola ha dado un paso atrás. Sigue con Rajoy, pero desde una zona todavía más de sombras. Y es justo en este momento, cuando la estrella de Villalobos, de 67 años, empieza a perder fulgor. No obstante, de momento tiene garantizados 34 años de vida parlamentaria, un currículum que, por ahora, solo iguala el propio presidente del Gobierno.

Así que Celia Villalobos, contra todo pronóstico, guarda el acero y calla, mientras sus compañeros en el Congreso aplauden su "generosidad" (¿por dar el paso atrás en silencio?).

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