Cultura

Millás ante la narración escondida

  • El autor presenta 'La mujer loca', un "híbrido entre novela, autobiografía y reportaje" en el que reflexiona sobre las servidumbres del lenguaje, la locura y el final de la creatividad.

Una noche, la palabra Pobrema se aparece en la habitación de una mujer, Julia, para pedirle explicaciones de su triste destino: nadie la usa en una frase. La solución que acuerdan será amputar a la recién llegada la última sílaba, para que ahora, a pesar de que así se llame pobre y represente a una persona sin recursos, tenga al fin sentido. Esa operación, que resultará fallida para el vocablo, tendrá variaciones más complejas cuando frases enteras -Mi madre tiene alambres en los párpados,Salí del metro por culpa de un ataque de ansiedad- consulten a la joven sobre su escasa fortuna. Julia es pescadera, pero estudia gramática porque está enamorada de su jefe, filólogo -aunque también trabaje en una gran superficie, "de lo primero que se quita la gente en épocas de crisis es del marisco y de la filología"-, y tiene una salud mental delicada: es La mujer loca (Seix Barral), uno de los pilares en los que se apoya la última novela de Juan José Millás, que el autor presentó ayer en la Universidad de Sevilla.

Millás (Valencia, 1946) conoció a Julia cuando cedió a la insistencia con que le pedían desde la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) que contara la historia de una mujer que "va a quitarse de en medio después de un tiempo enferma". Julia convive con ella y tiene alquilada una habitación en ese piso; mientras Emérita "representa la posibilidad de un reportaje", ella encarna "la posibilidad de una novela". Y Millás llega a todo este material "en un periodo de sequía creativa", desesperado por no conseguir que avanzaran dos ficciones que había empezado, y preguntándose "si esa relación con la escritura se ha terminado ya", retomando un psicoanálisis que había dejado "20 o 30 años atrás". La mujer loca es así "un híbrido entre novela, reportaje y autobiografía, tres en uno, como el quitamanchas", asegura el novelista.

Narración personalísima y difícil de clasificar, como posiblemente todas las obras de Millás, el libro encierra una reflexión sobre el lenguaje, "sobre si hablamos o somos hablados, si escribimos o somos escritos, si somos dueños del lenguaje o somos sus siervos". Para Millás, "el lenguaje es un colono para el que trabajamos y la función del escritor es intentar llegar a acuerdos con ese colono. Un discurso literario es, en definitiva, el resultado entre la tensión de lo que quiere decir el lenguaje y lo que quiere contar el escritor".

La mujer loca propone también una aproximación a los discursos que no oímos por catalogarlos como irracionales. "La mujer de la novela dice cosas muy cuerdas. Con las personas locas hacemos una cosa, que las colocamos al otro lado de la barra, y decimos: aquí empieza la locura, como si no hubiera grados, además. Pensamos que lo que dicen los locos no tiene sentido, pero sí lo tiene, el problema es que son cosas que no queremos escuchar. Muchas afirmaciones que hace la mujer loca sobre el lenguaje están cargadas de sentido", opina el escritor valenciano, que en un momento de la ficción llega a decir que "de la locura de Julia lo que me interesa es su cordura".

Millás se recoge como personaje, pero se desdobla "en dos seres, uno que cuenta la historia y otro que la ejecuta", describe. "A lo largo de la novela me di cuenta de que es un desdoblamiento que todos sufrimos cuando nos contamos una historia: tú vas en el metro y vas imaginando algo, vas pensando por ejemplo que vas a asesinar a tu jefe. Ya sabes que no es una cosa real, que es una fantasía, pero estableces detalles: a las once se van todos a comer el bocadillo, le puedo poner veneno en el café... En esa secuencia se dan un montón de desacuerdos entre quien ejecuta la historia y quien la cuenta", explica el autor, que ha extrapolado esa tensión a su artefacto narrativo. "Si nosotros en lugar de atender a la peripecia que esa voz nos cuenta, atendiéramos a lo que esa voz nos dice de sí misma al narrarnos esa peripecia, veríamos que hay una novela escondida, secreta, dentro. Desde el punto de vista académico, se ha hablado mucho de la voz narradora, pero desde el punto de vista narrativo se ha tratado poco. Era una oportunidad de acercarnos a esa voz y preguntarle: ¿Por qué te crees en el derecho de contarnos esto?".

Millás, que tiene momentos hilarantes con la psicoanalista en el libro, volvió a terapia "cuando no lo necesitaba. Quería saber cómo era, porque cuando vas hecho polvo quieres que te quiten los síntomas y eso es lo único que te preocupa". La experiencia "fue muy enriquecedora porque lo usé como un espacio para reflexionar sobre la creatividad, y lo bueno es que tenía a alguien que me devolvía la pelota". Ahí, tumbado en el diván, asomaron como inquietudes "la creatividad, la vida, la muerte, que son al fin y al cabo los hilos conductores de esta novela".

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