De libros

Muere Ana María Matute, la escritora que no dejó de soñar

  • La autora de 'Olvidado Rey Gudú', reconocida con el Premio Cervantes, fallece un mes antes de cumplir los 89 años.

Días antes de recoger el Premio Cervantes, hace tres años, Ana María Matute confesó que El Quijote había sido el primer libro que le había hecho llorar. La autora de Los Abel y Olvidado Rey Gudú sostenía que lo que le había conmovido del clásico era no tanto la muerte del personaje, "sino la causa de su muerte, el haber dejado de pensar, de soñar, por tanto, haber dejado de estar loco". Tras una vida llena de episodios dolorosos a los que supo sobrevivir con un humor extraordinario -decía que lo había pasado "muy bien y muy mal", pero que "nunca" se había aburrido- y una carrera en la que apostó por un universo propio sin sucumbir a las modas, Matute falleció ayer en un hospital de Barcelona, un mes antes de cumplir los 89 años y tras haber sufrido una crisis cardiorrespiratoria, pero lo hizo sin claudicar y sin abandonar los terrenos de la fantasía, esa idea de abrazar la fabulación como protesta: siguió escribiendo hasta el último momento, porque, como dijo cuando recibió el Cervantes, parafraseando a San Juan de la Cruz, "el que no inventa, no vive". Había entregado a la editorial Destino una novela, Demonios familiares, de la que apenas quedaban "algunos flecos" por corregir, y que llegará a las librerías el 23 de septiembre.

"La literatura ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas", afirmó después de que el rey Juan Carlos le entregara el Premio Cervantes -era la tercera mujer en conseguirlo, tras María Zambrano y Dulce María Loynaz-, y ya a los 17 años escribió su primera novela, Pequeño teatro, que sin embargo no publicaría hasta una década más tarde, en 1954, cuando obtuvo el Premio Planeta. Aunque ella se quejaría más tarde en una entrevista de que los críticos, "un poquito malignos", no habían sabido dónde ubicarla cuando empezó, lo cierto es que los constantes galardones señalaron su valía: sería finalista del Nadal por Los Abel, en 1947, un reconocimiento que lograría en 1959 con Primera memoria; conseguiría el Café Gijón por Fiesta al Noroeste en 1952 y el Premio de la Crítica por Los hijosmuertos en 1958; por Los soldados lloran de noche la Real Academia Española le otorgaría el Premio Fastenrath en la década de los 60. Su mirada realista y sensible al entorno de posguerra convivía con la amante de la fantasía y la evasión: uno de los títulos fundamentales de su trayectoria sería La torre vigía, donde despliega su asombrosa capacidad para fabular,y que, publicada en 1971, supone el primer libro de una trilogía medieval que completaría con la obra magna Olvidado Rey Gudú (1996) y Aranmanoth (2000). Durante un largo periodo, su carrera sufrió un parón -"tuve una depresión y dejé de escribir, pero no de ser escritora, pues seguía mirando el mundo con ojos de escritora", apuntó en una visita a Sevilla-, pero la Matute siguió llegando a las librerías con asiduidad a pesar de su veteranía. Sus últimas publicaciones serían Paraíso inhabitado (2008) y los cuentos completos de La puerta de la luna (2010).

Un gesto simbólico de su carácter vitalista y el ánimo que poseía es que Matute animó a los jóvenes escritores a no dejarlo "nunca" en uno de sus últimos actos públicos, que tuvo lugar en el Laboratori de Lletres de Barcelona. Según destaca Europa Press, la novelista explicó su experiencia en el oficio que ejerció durante más de sesenta años: "Mi consejo para los que empiezan a escribir es que nunca lo dejen, que no se desanimen; uno es escritor con o sin premios. Escribir es encender una lucecita en la oscuridad", dijo.

Quienes la conocían sentían que detrás de su sonrisa socarrona era fácil identificar a esa niña que había alimentado su universo literario. Matute afirmaba que un niño no era un proyecto de un hombre, sino que un hombre era lo que quedaba de un niño, y quizás porque albergaba esa convicción odiaba cómo lo políticamente correcto estaba ofreciendo a las nuevas generaciones una visión edulcorada e irreal de la vida. La fantasía, la literatura, era un refugio: Matute contaba que escribía porque no sabía hablar; se inventó un mundo, precisamente, porque el mundo la rechazaba: sus padres no comprendían a una niña singulary tartamuda. Está claro que Matute volcó mucho de sí misma en la inadaptada Adriana, la protagonista de Paraíso inhabitado, que se salva del dolor del mundo gracias a la imaginación.

Precisamente, Matute defendió la importancia de la fantasía en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, donde ocupó el sillón K. En su intervención, el 18 de enero de 1998, habló de "los otros mundos que hay en éste" y aludió a Lewis Caroll y otros maestros del cuento como Hans Christian Andersen, Charles Perrault o los hermanos Grimm. Fue la tercera mujer que entraba en la institución en sus 300 años de historia.

En septiembre aparecerá Demonios familiares, una novela "dura, intensa y muy pasional", según explicó a Efe la editora de Destino, Silvia Sesé. "Estuvo trabajando en ella dos años, pero llevaba mucho tiempo con ella y sus personajes en la cabeza. Estaba todo el tiempo haciendo revisiones, porque era meticulosa y perfeccionista hasta el máximo. Tenía un don especial para ver lo que casi no veía nadie y corregía y corregía", subraya su editora.

En opinión de Sesé, el libro tiene algo diferente: no está centrado en la infancia, como sus últimos trabajos. La protagonista es una mujer joven que se encuentra en un momento de contradicciones al despertar a la vida. Situada en 1936, en una ciudad castellana, a pesar de tener el contexto de Guerra Civil, éste no es lo importante, aunque es el telón de fondo. "Lo importante, el foco", subraya la editora, "está en las contradicciones morales y pasionales que pueden rodear a los hombres. Ana María indaga en la parte más oscura del ser humano, en lo más oscuro de la condición humana".

Entretanto, el mundo de las letras celebraba ayer a Ana María Matute como una escritora con una "voz singular" que retrató como nadie las emociones de la infancia, la pérdida de la inocencia y la crueldad del mundo adulto, con una mirada "mágica". Pero también como una persona extremadamente generosa y alegre, poco amiga de solemnidades y voluntariamente alejada de la feria de vanidades que a veces resultan ser los círculos literarios. Juan Marsé confesó que la obra de Matute marcó sus propios inicios en la literatura, especialmente Primera memoria, un libro que también impresionó a Enrique Vila-Matas. Laura Freixas opinó que la desaparecida es "un estimulante ejemplo" para todas las mujeres escritoras. "Siempre se ha mantenido fiel a sus exigencias artísticas y nunca ha hecho ninguna concesión y finalmente, aunque siempre tarde, ha terminado por recibir el reconocimiento". Y Juana Salabert valoró "el talento", "la imaginación" y "la belleza prodigiosa" de su escritura y consideró que "nadie ha entendido como ella la infancia y la adolescencia: nunca pasó de los 13 años en cuanto al entusiasmo, las ganas de reír y de vivir".

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