Cultura

Parranda para un siglo

  • El centenario de Nicanor Parra se celebra con el antipoeta chileno vivito y coleando. Tal y como está el patio, lo mejor que se puede hacer es volver, siempre, a su obra, salvaje y única.

Al final de todo, quien mejor describió la poesía de Nicanor Parra fue otro chileno, Roberto Bolaño, que siempre se consideró su discípulo: "Parra escribe cada poema como sabiendo que tras el último verso recibirá la descarga eléctrica que acabará con su vida". Harold Bloom lo ha calificado como "uno de los poetas más importantes de Occidente" y lo ha situado en la escuela de Aristófanes, Catulo y Rabelais, lo que salta a la vista hasta cierto punto, aunque la parranda da para mucho más. Resulta, sin embargo, ilustrativo, por no emplear otro término, el modo en que la obra de Nicanor Parra constituye un misterio todavía en España, muy a pesar de la concesión del Premio Cervantes en 2011 (la reacción de José Manuel Caballero Bonald, que lo ganó al año siguiente, no pudo ser más fría) y de la publicación de sus Obras completas & algo + en Galaxia Gutenberg en dos volúmenes, aparecidos entre 2006 y 2011 en virtud del monumental trabajo del editor Ignacio Echevarría. En parte, que a Parra se le premie mucho y se le lea poco por aquí demuestra la fatiga con la que se suele acoger la otra poesía en español: el autor de La cueca larga es un verso suelto que no encaja, lo pongan como lo pongan, en la historiografía de la poesía chilena junto a Neruda y Huidobro, ni en el saco ceremonioso e inmaculado en el que campan por igual Vallejo, Lezama Lima, Borges y Benedetti. Parra, que ha sido promovido en al menos tres ocasiones para el Nobel ("A otro Parra con ese hueso", dice el autor al respecto en sus poemas), celebrará su centenario el próximo viernes 5 de septiembre, y lo hará vivito y coleando (si nada se tuerce de aquí a entonces). Chile festeja por todo lo alto semejante fenómeno matusalénico desde hace meses con exposiciones de los Artefactos y la publicación de nuevas biografías, pero en España la efeméride parece despertar muchas menos pasiones que otros centenarios recientes cuyos titulares llevan décadas bajo tierra. Y Parra es chileno hasta las heces, también escribiendo, sí, mapuche enfermizo y todo lo que ustedes quieran. Pero tanto o más universal que Séneca. El problema es que no resulta precisamente sencillo que Parra despierte simpatías entre los bien pensantes promulgadores de nuestra poesía ("Sabe una cosa compadre / fíjese que su poesía me la meto por la raja", reza uno de los Artefactos). Y, claro, no está bien morder la mano que le da de comer a uno. Por más que eso sea, justamente, lo que Parra lleva ochenta años practicando.

Nicanor Parra nació en San Fabián de Alico el 5 de agosto de 1914. Es el mayor de ocho hermanos, entre ellos Violeta Parra, cuya presencia es una constante en su obra ("Claro que cantan bien / pero Violeta sólo hay una") y cuyo suicidio en 1967 se convirtió para el poeta en una obsesión constante que a la vez ha ejercido para él de daimon: a menudo escribe Parra de la pistola con la que se levantará la tapa de los sesos, pero aquí lo tienen, llegando a los cien años quien en 1972 escribía así sobre sí mismo en el poema Yo no soy un anciano sentimental: "Prefiero que me peguen un garrotazo en la cabeza / a tener que jugar con un sobrino / tampoco me impresionan los nietos / (...) se me tiran encima con los brazos abiertos / como si yo fuera el viejo pascuero / ¡puta que los parió!". Tras estudiar Matemáticas y Física (disciplinas en las que también ha llegado a ser una eminencia: tras doctorarse, impartió clases de Mecánica Racional en la Universidad de Chile desde 1943 hasta su jubilación, y amplió su formación en la Brown University de Providence y en Oxford, donde estudió Cosmología), publicó su primer poemario en 1937, Cancionero sin nombre, deudor aún de Neruda y con precoces miradas a Lorca. Su segundo libro, Poemas y antipoemas, llegó 17 años más tarde. Y pocas veces un poeta ha sido capaz de reinventarse con tal temeridad.

¿Qué es la antipoesía? Parra ha dejado algunas definiciones en sus versos, y tal vez la más honesta sea la siguiente: "La antipoesía es un bluff". Conviene tomar nota de otra lección: "Hay que escribir como se habla". Y de esta otra: "Todo es poesía, menos la poesía". Parra rinde tributo al lenguaje popular, a su espontaneidad y al fuego con el que sale disparado, a través incluso de personajes de la más extendida iconografía chilena como el Cristo de Elqui, al que dedica sus Sermones y prédicas, para abordarlo absolutamente todo: Dios ("Una de dos: o Dios está en todas partes / o no está absolutamente en ninguna"), la Iglesia ("La sonrisa del Papa nos preocupa / nadie tiene derecho a sonreír / en un mundo podrido como éste / a no ser que tenga pacto con el Diablo"), la condición humana ("Debajo de mi cama / tengo enterrada a mi esposa legítima / la maté en un rapto de ira / hace una porrada de años") o las patrias ("Bien y ahora quién / nos liberará de nuestros liberadores! / ahora sí que estamos en jaque mate") a través de libros como Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), la primera remesa de sus Artefactos (1972), Chistes parra desorientar a la policía / poesía (1983), Hojas de Parra (1985) y Poemas para combatir la calvicie (1993). La posición de Parra quedó políticamente comprometida en 1970, cuando visitó Washington para participar en un acto junto a otros poetas chilenos en la Biblioteca del Congreso y aceptó un té invitado por Pat Nixon, señora del presidente. La izquierda chilena le dio la espalda y él no dudó en ahondar en la herida: "Cuba sí, yanquis también" (1970); "Hasta cuándo van a seguir fregando la cachimba / yo no soy de derecha ni de izquierda / yo simplemente rompo con todo" (1972). En los 80, Parra abrazó el ecologismo como tercera vía. Su escritura persiste en libros aún inéditos como El marica de Shakespeare. Y ya ven, la parranda se alarga. Afilada y libre.

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