De libros

Todos somos Enric Marco

  • Cercas regresa con 'El impostor', el relato real de Enric Marco, un 'hombre del siglo' al que se aproxima como emblema desaforado de la España del XX y de las debilidades más íntimas del ser humano.

El impostor. Javier Cercas. Mondadori, Barcelona, 2014. 420 páginas. 22,90 euros.

"Lo más increíble de él -dice Javier Cercas- es que la historia real es más interesante que la historia ficticia. Porque es la puñetera historia de este país". Cabe dar por hecho que se acordarán ustedes de Enric Marco, a la vista del impacto -también internacional- que causó hace ya casi diez años, en mayo de 2005, la revelación de su genial y espantosa impostura. Durante décadas, Marco, un catalán carismático, mujeriego y de oratoria oceánica con una infancia triste y terrible a sus espaldas, "un pícaro genial, un liante único", como dice Cercas en su libro, se había hecho pasar primero por héroe antifascista de la Guerra Civil y luego por prisionero político en un campo de concentración nazi. Con esa falsa divisa moral siempre prendida en el pecho, llegó a dirigir a finales de los 70 el sindicato CNT, pisoteando retrospectivamente con su embuste la mística de la vieja guardia del anarquismo español atrincherada en Toulouse, y más tarde a presidir la Amical de Mathausen, la asociación que agrupa a las víctimas españolas del Holocausto y la Deportación. Pronunció innumerables conferencias en institutos, conmovió hasta las lágrimas a familiares de verdaderos deportados, incluso en la propia Alemania, y la misma reacción provocó en algunos diputados -hay fotografías- en el primer homenaje que el Parlamento español tributó a las víctimas del Holocausto, a comienzos de 2005. En realidad estuvo preso en Alemania, sí, pero por un vago delito común y tras haber emigrado allí como trabajador voluntario en el marco del acuerdo entre Franco y Hitler para apoyar el esfuerzo bélico del III Reich. La mascarada acabó días antes de que pronunciase el primer discurso de un deportado español ante las autoridades internacionales en un acto en Mauthausen con motivo de la conmemoración del 60 aniversario de la liberación del campo.

"En el momento en el que el caso estalló yo sentí que había algo que me atañía, algo que me interpelaba. Y como soy una persona común y corriente, sabía que había ahí algo importante para todo el mundo. Un escritor es como un espeleólogo, tiene la obligación de meterse en la cueva para averiguar qué hay en los rincones oscuros. Yo soy razonablemente cobarde, pero como escritor no puedo serlo, y por eso tardé 10 años, porque daba miedo meterse ahí. En ese hombre estamos un poco todos, y lo extraordinario de él no es que fuera un genial impostor, una rock star de la memoria histórica, sino que es, a la vez, un hombre radicalmente normal y radicalmente excepcional. Es lo que somos todos, pero a lo bestia, transgrediendo todas las normas que los demás no nos atrevemos a trasgredir. Si tú coges una monstruosa lente de aumento y la aplicas sobre el ser humano, sobre cualquiera de nosotros, el resultado es Enric Marco", dice Cercas, que narra la vida de este noble y digno superviviente de las mayores crueldades del siglo XX, según el irreprochable traje que el hombre quiso lucir ante los demás, o de este increíblemente sofisticado vividor, dicho desde una proximidad mucho mayor a los hechos factuales, en El impostor, su nueva novela sin ficción -o no por parte de Cercas- que acaba de publicar Mondadori.

Dice el escritor catalán, autor de Anatomía de un instante, Soldados de Salamina o la más reciente Las leyes de la frontera, que ni mucho menos escribió este libro para concluir que este hombre es un monstruo, sino para interpelar directamente a los lectores; para hablarles a ellos, después de señalarse a sí mismo. "Marco es una metáfora de lo que somos los seres humanos: criaturas angustiosamente necesitadas de reconocimiento, de afecto y de admiración. Porque resulta que este hombre no hizo nada de lo que hizo por dinero, ni por ser un loco, que no lo es, ni por ser un tonto, que menos aún. Lo hizo para que lo quisieran, para que lo quisieran todos, las mujeres, los hombres y los mediopensionistas. Por eso el libro habla de nuestra incapacidad total para aceptarnos como somos, para mirarnos al espejo sin maquillarnos. Y por eso el libro habla también de cómo todos necesitamos la ficción: todos. Hay un verso de T. S. Eliot que dice: "La especie humana no puede soportar demasiada realidad". Y así somos, necesitamos la ficción para aliviarnos de lo que somos, por eso un capítulo del libro se llama El novelista de sí mismo, y eso, también, lo somos de nuevo todos al menos un poquito".

Como "un imán" que atrajera "todo" lo que le interesa, o como un "gran banquete con muchos platos", El impostor, como ocurría ya con la estructura de Anatomía de un instante, es un tapiz que -más que avanzando- va expandiéndose en círculos concéntricos, y en ellos hay crónica, hay historia, hay biografía, hay ensayo y hay autobiografía, porque en el fondo todos los suyos son -dice- "libros de aventuras sobre la aventura de escribir novelas". Y entre los abundantes leit-motivs que como en las piezas musicales confieren un aire circular a su historia, hay dos -"la realidad mata, la ficción salva"; y la cita de Faulkner sobre el pasado que dice que el pasado no termina de pasar nunca y que ni siquiera es pasado, sino que es una dimensión más del presente- que pueden aplicarse perfectamente a la convulsa España del siglo XX. "Marco se inventó un pasado y se inventó una vida, y eso lo hizo todo el país, que en la Transición se reinventó por completo. Muchísima gente, y cuando digo muchísima gente me refiero a mu-chísima gente, políticos e intelectuales de primer nivel y gente común y corriente, se inventó un pasado completo. Y todos habíamos sido antifranquistas, todos habíamos sido heroicos y todos teníamos un pasado muy lindo", asegura Cercas, convencido de que el escritor ha de ser "un aguafiestas, es un rompepelotas, como dirían los argentinos, el tipo que dice lo que nadie quiere escuchar".

Entre las cosas que nadie quiere escuchar, las que son "sagradas", se encuentra la llamada memoria histórica, expresión que le disgusta -grosso modo, explica, porque mezcla dos cosas que en realidad no tienen casi nada que ver, "la memoria, que es individual y subjetiva, y la historia, que debe aspirar a ser objetiva y que es colectiva"- y cuyos resultados le parecen, a todas luces, insuficientes. "Sigue habiendo miles de cadáveres en las cunetas. Es un espanto y una vergüenza y creo que esto es suficiente para ver que, tal como se hizo aquí, estuvo mal hecho. Otra cosa es hablar de cómo se debería haber hecho. Y en mi opinión debería haberse hecho como se hizo en Alemania a partir de los años 60, así de fácil: que lo hubiera asumido directamente el Estado. Pero aquí se llevó a cabo de manera pobre, con una ley fría y apática con las víctimas, precisamente", dice el escritor, muy molesto con algunas voces que lo han acusado -sin base alguna, si se lee el libro- de estar en contra de resarcir a las víctimas del franquismo, cuando de hecho defiende exactamente lo opuesto.

Contra lo que sí está, y ahí da duro y sin rodeos, es contra lo que llama "el kitsch de la izquierda", es decir, contra la "conversión del discurso de la izquierda en una cáscara hueca, en el sentimentalismo hipócrita y ornamental que la derecha ha dado en llamar buenismo". En sus intervenciones públicas, sostiene el autor, "Marco supo encarnar con maestría esa prostitución o derrota de la izquierda" al satisfacer "una masiva demanda vacuamente izquierdista de venenoso forraje sentimental aderezado de buena conciencia histórica". También de esto, dice, y de lo que llama "la industria de la memoria", es Marco un emblema.

En El impostor, Cercas recurre a varios mitos literarios para tratar de desentrañar la verdad profunda de un tipo que en algún momento de su vida decidió enterrarla y esconderla entre mentiras, desde el mito de Narciso -que en contra de lo que a veces se piensa, no se gustaba mucho a sí mismo, sino exactamente lo contrario: "todo el mundo se enamora de él pero Narciso no se gusta nada a sí mismo, y por eso al verse reflejado en el agua muere"- hasta, especialmente, la figura de Don Quijote. "Don Quijote es un señor que se pasa la vida encerrado en un poblachón de La Mancha leyendo novelas de caballería y a los 50 años se dice: se acabó, a la mierda con todo, ahora voy a vivir toda la vida que no he podido vivir, voy a crear una identidad nueva y voy a lanzarme a conquistar Dulcineas, a desfacer entuertos, a arreglar el mundo. Marco se pasa más de la mitad de su vida encerrado en un taller mecánico, un cuchitril al lado del campo del Barça, y a los 50 años, después de haber perdido una guerra, de haber sido un niño sin amor, con una madre loca, se dota de un nombre nuevo, de una mujer nueva, un trabajo nuevo: se inventa una vida nueva".

Este imaginario héroe de la lucha antifascista es, en cierto modo, una anomalía en la obra de Cercas, que hasta ahora había escrito sobre hombres que dicen No, "o que por lo menos lo intentan y fracasan", desde el soldado republicano que cuando todo conspira para que mate a un jerarca falangista decide no hacerlo, o un presidente del Gobierno que, cuando le conminan a que se tire al suelo tampoco lo hace. Marco, en cambio, "en contra de su fantasía de resistente, siempre hizo lo que la mayoría de la gente", y en consecuencia es "el hombre del permanente Sí". Aunque hay un punto en el que puede -sólo puede- que diga No: "Eso, que lo decida el lector. Eso, en realidad, sólo lo deciden en última instancia Marco y el lector, y por eso el libro es una novela, porque es el lector el que decide", concluye Cercas, que piensa, con Carrère (El adversario, su extraordinariamente turbador relato real de otro impostor, aparece citado en el libro sobre Marco), con Coetzee, Sebald, Kundera o Karl Ove Knausgard (al que está leyendo ahora), que "la novela debe descubrir territorio nuevo formalmente porque es la única forma de descubrir territorio nuevo moralmente, existencialmente".

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