De libros

Retablo de la ausencia

  • Frédéric Pajak mezcla el ensayo y la novela gráfica en un libro esmerado y sombrío en torno a las figuras de Nietzsche y Pavese

La inmensa soledad

Frédéric Pajak. Trad. Javier del Prado Biezma. Errata naturae. Madrid, 2015. 320 páginas. 22,90 euros

Es Zweig quien lo cuenta en su Tiempo y mundo. En enero de 1889, al salir de su domicilio turinés, Nietzsche contempla una imagen atroz y rufianesca: un cochero de punto golpea y maltrata a su caballo en la estación cercana. Entonces, el filósofo de la voluntad, el teórico del super-hombre, se dirige apresuradamente hacia la parada y se abraza al caballo, disuelto en lágrimas. Creo que en la cultura contemporánea no existe una imagen más conmovedora que este abrazo del hombre y de la bestia, unidos ambos por un dolor inexpresable. Ni la extraña felicidad de Wittgenstein a la hora de su muerte, ni el abandono final de Benjamin, extenuado y solo en la frontera de Port Bou. El episodio de Nietzsche, episodio que desencadenaría su locura definitiva, nos abre a una ternura inesperada y a una soledad de contornos tan vastos como imprecisos. De esa soledad son testimonio estas páginas de Frédéric Pajak. Páginas, por otra parte, donde el dibujo, donde la impresión pictórica, viene en ayuda o corre en paralelo al sentido último de los textos.

Se ha dicho, quizá con exageración, que Pajak ha inventado un género. Pero este prurito de innovar no es, en verdad, necesario. Pajak ha compuesto un libro esmerado y sombrío, de grave inteligencia, que continúa una tradición iniciada a finales del XIX, y donde la imagen adquirió una relevancia hasta entonces desconocida (véase, por ejemplo, el Cicerone de Burckhardt, amigo y corresponsal de Nietzsche, o el corpus innumerable de la novela gráfica, el cine mudo y el uso de la imagen y el texto por las vanguardias). Acaso, en Pajak, se abra un mayor diálogo, una más fuerte interpenetración entre lo escrito y lo dibujado. Aun así, su peculiaridad es otra. Una peculiaridad, un modo estructural, que pertenece a Benjamin y al ámbito del poema en prosa. Quiere decirse que La inmensa soledad es un libro fragmentario. De esta fragmentariedad se deduce tanto una amargura dúctil e inasible, como el aroma de un mundo muerto. En todos estos textos, hermosamente ilustrados/concretizados por el dibujo de Pajak, se quiere evidenciar la soledad abismática de dos personajes: Nietzsche y Pavese. Una soledad a la que se añadirá, por los mismos motivos, el genio y la resolución pictórica de Giorgio de Chirico. Todos ellos eran huérfanos de padre. Todos ellos, de algún modo, tuvieron una relación, a veces sofocante, a veces alegre, con la ciudad de Turín. Añadamos, de paso, que Pajak comienza el libro relatando la muerte de su padre y su viaje a Turín, en busca de la huella, del fantasma cultural que compone las presentes páginas.

Como decíamos, se trata de la brevedad, de la iluminación difusa del poema en prosa, asociado a una categoría moderna: la ciudad. Para Nietzsche, Turín será el destino meridional donde halle una sobreabundancia vital, un equilibrio entre la civilidad y Dionisios, cuyos frutos más dulces conocerá en los cafés, en las trattorias, en dilatados paseos sin rumbo que le hacen grata -a él, al grande y atormentado solitario- la existencia. Para Pavese, Turín es esa fortaleza hostil donde finalmente se dará muerte, en un agosto deshabitado, y donde ha añorado las montuosidades y el paisaje agreste de la infancia. Para Chirico, súbdito griego transplantado a Italia, Turín es la ciudad de las estatuas glosadas por Schopenhauer; pero también, y principalmente, Turín es la ciudad de Nietzsche, la ciudad donde se escribió el Ecce Homo, y el ámbito donde la filosofía del alemán adquirirá, a ojos de Chirico, un misterio, un relieve y un espesor pictóricos.

Ahí es donde entra, definitivamente, la obra y la heredad de Walter Benjamin. Cada uno de ellos -también Pajak- ha encontrado en la ciudad aquello que precisa. Como ámbito natural del hombre, como único ámbito de lo humano, Nietzsche halló en Turín una alegría mesurada, mientras Pavese obtiene el negativo, un reverso amargo de su infancia. Chirico, lo hemos visto, hallará, Nietzsche mediante, una categoría, unas fórmulas, una suave inconcreción, que quizá no se encontraba en Nietzsche. En cualquier caso, es la soledad, la orfandad, la herida irrestañable que ahí se abre para siempre, lo que Pajak ha expresado de un modo tan púdico y poético como solvente, dando uso tanto a textos propios como a fragmentos significativos de sus biografiados. Sin duda, La inmensa soledad es un buen libro. Pero no un gran libro, en el sentido más lato del término. Su acierto es acudir a lo minúsculo y perecedero como huella de lo humano. Si un hombre es cuanto le falta, he aquí la breve biografía de cuatro de ellos. Pajak se une así a la vida, a la ventura, de tres cabezas admirables. Digamos que en el abrazo de Nietzsche, el filósofo quizá abrazó cuanto no está y fue suyo.

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