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De verdugo a ídolo

  • Marcus Brown fue el azote cajista en aquella final de la Korac, anotando 49 de los 130 puntos del Limoges Después saldó la deuda en Málaga

Hay varios jugadores que han vestido las camisetas de Limoges y Unicaja. Son los casos de Frederic Weis y Jean Jacques Conceiçao. Pero uno reluce por encima de todos: Marcus Brown. Durante toda esta semana se ha recordado aquella final de Copa Korac entre el equipo del Lemosín y el malagueño en el año 2.000. En el bando galo estaba el irrepetible escolta norteamericano. Empezaba entonces a labrarse un nombre en Europa tras experiencias fallidas en Portland y Detroit. En su plenitud física, era capaz de realizar mates que en la versión que se observó en Málaga eran inimaginables. No obstó para que fuera un jugador de referencia, capital en el título de Liga e importante en la Final Four.

Brown metió en aquella final nada menos que 49 puntos, 31 en Limoges y 18 en Málaga. De los 130 que sumó el Limoges, más de un tercio. En la ida resultó indefendible, con cinco triples y canastas de todas las hechuras. En la vuelta fue de nuevo martillo pilón, golpeando la cabeza del Unicaja cuando se imaginaba la remontada de esos 22 puntos adversos (80-58 en la ida y 61-50 en la vuelta).

Brown vino después a Málaga, cinco años más tarde. Después de pasar por Benetton, Efes Pilsen y CSKA. Ya en su crepúsculo físico, ofreció noches memorables, como esos 31 puntos en el quinto partido de semifinales de la ACB con el Joventut, preludio del título liguero de 2006. O su aparición semicojo ante el Barcelona en los cuartos de final antes de ir a Atenas. Contrariamente a lo que quedó en el imaginario, los últimos puntos cajistas del partido fueron tiros libres suyos, no el triple de Pepe.

Hoy, Brown es entrenador ayudante de los Blue Devils de West Memphis, el instituto de su Arkansas natal de donde salió.

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