Teresa Viejo. Periodista y Escritora

"¡Qué interesantes son los adúlteros en literatura!"

  • Presenta su tercera novela 'Mientras llueva'. Cree que "en todas las familias hay un secreto. No sé si sería de fiar la que no lo tuviera". Cree también que "la vida te puede cambiar en un segundo, en un tren, una llamada de teléfono".

Ha tocado todos los palos del periodismo. Teresa Viejo (Madrid, 1963) condujo programas en Televisión Española, Antena 3 y las autonómicas de Valencia y Castilla-La Mancha. Primera mujer que dirigió la revista Interviú, lleva en Radio Nacional los sábados y domingos el programa La observadora. Mientras llueva (Espasa) es su tercera novela. Antes publicó La memoria del agua y Que el tiempo nos encuentre. Es autora de los ensayos Hombres, modo de empleo; Pareja, fecha de caducidad y Cómo ser mujer y trabajar con hombres. Suena para sustituir a Mariló Montero en las mañanas de TVE.

-¿Qué hay de autobiográfico en Mientras llueva?

-No hay nada, por Dios. La novela parte de una premisa. En todas las familias hay un secreto. No sé si sería de fiar la que no lo tuviera.

-¿Qué le atrae de la España de los años cuarenta?

-También me fui a esa época en mi segunda novela, que transcurre en México. Es un tiempo de melenas onduladas, de trajes de hombreras. El tiempo de lo que se guarda, se esconde, se oculta. De verdades a medias y dobles intenciones. Me fascina el cine de los años cuarenta, no sé si la sociedad era así, pero a mí me sirve para contextualizar la historia.

-¿Una familia es un país en miniatura, a escala?

-No sé si será un país; es un universo.

-Periodista de radio y de televisión. Dirigió Interviú y encima escribe novelas. Si no fuera tan feo el femenino de Leonardo, le vendría como anillo al dedo...

-Yo lo resumiría en algo muy primario, muy de andar por casa. Soy una gran curiosa. Como mi programa en Radio Nacional de España, La observadora. Lo de escribir me remonta a la infancia, particularmente a esta época del año. A las historias que escuchábamos y compartíamos, historias de miedo y de fantasmas que nos contaban las abuelas sentadas en sillas de enea. Eso sí que es una regresión y no la de Amenábar.

-Miedo y curiosidad, dice de un personaje...

-Es que la vida te puede cambiar en un segundo. Todo depende de que cojas un tren o descuelgues un teléfono.

-El médico de la novela ofrece una buena dieta: "descanse, coma y lea". ¿La cumple hoy la gente?

-No se descansa, se come mal. En cuanto a lo que se lee, mi novela es como esas cajas de muñecas, las matrioskas. Soy consciente de que la literatura puede ser un poco embaucadora, convertirse en un hándicap. Las novelas románticas crearon un arquetipo del amor que no se corresponde con la realidad.

-¿El amor es cursi, como dice otro personaje?

-Pueden ser cursis quienes lo hacen. El amor redime, expulsa los demonios, nos hace mejores personas. ¡Es formidable! No seríamos tan cursis si habláramos de amor. Cuando entrevisto a políticos, siempre les pregunto por el amor. Unos me dicen que escriben cartas de amor, otros que mandan flores. Se quedan con lo superficial, como si fuera para ganar votos.

-¿Leía a Agatha Christie como Alma Gamboa?

-Devoraba sus libros entre los 13 y los 18 años. Y Los Cinco, Cumbres borrascosas, Jane Eyre. Por encima de todas, Daphne du Maurier, la autora de Rebecca o La Posada de Jamaica. Es la primera autora de best-seller. Hitchcock no era idiota y adaptó algunas de sus novelas al cine.

-Y si no, tenía a Patricia Higsmith...

-El misterio es sagrado.

-El derecho a no saber, que dice Grisolía...

-Claro, la respuesta a muchas preguntas: qué hay después de la muerte, por qué algo funciona en el amor o deja de funcionar.

-¿Por qué se fija en el 36?

-Me hubiera encantado vivir esa época inmediatamente anterior a la Guerra Civil. Alma, la protagonista, se cruza en la universidad con los grandes referentes de las ideas, de la ciencia, de la filosofía, los que aparecen en los periódicos. Marañón, Sánchez-Albornoz, Pedro Salinas. Me fascina Salinas.

-Fue traductor de Proust.

-Siempre releo La voz a ti debida, libro de cabecera con Pedro Páramo de Rulfo. La poesía envejece mejor que la prosa. La de Salinas y Katherine Whitmoore es una de las historias de amor más bonitas que conozco. ¡Qué interesantes son los adúlteros en literatura! En cuanto a Rulfo, me gustan los novelistas americanos y los del boom, pero su mundo onírico está hecho dejando jirones de piel en el camino.

-¿Tiene método para escribir?

-Soy bastante maniática. Ni un solo ruido, velas de olor a mi alrededor. Cada libro tiene su olor. Fotografías viejas, cajitas de medicinas. Para la novela anterior me traje una concha de Veracruz.

-¿Por qué el Cantábrico?

-Es un mar rebelde, indómito, arcano, oscuro, imprevisible, opaco. Un mar que guarda secretos y cambia conforme cambia la luz. El Atlántico puede ser también así, lo he visto en Tarifa, pero sin levante y tranquilo parece el Caribe.

-Se dice que las mujeres leen más. ¿Escriben más?

-Como dijo Virginia Woolf, ¿para qué escribes si nadie te lee? Por fortuna ya van desapareciendo etiquetas. La gente ya no busca el género ni la novela femenina. En mi primera novela tuve tantos o más lectores de público masculino. En mi colaboración en Interviú utilizo la primera persona del masculino, escribo como si fuera un hombre.

-Al revés que Marías en Los enamoramientos...

-Me gustó mucho esa novela.

-Su novela empieza en Barcelona, septiembre de 1888. ¿Por qué es tan literaria esa ciudad?

-Vivió una época única entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Muchos se quedan con la II República. La gente busca y rebusca ideología y eso me asquea tanto que me agota. A diferencia de Barcelona, Madrid es más caótica, menos organizada, cada barrio va por libre.

-Cartas, llamadas de teléfono. ¿Contaría esa historia con Iphone y email?

-No me atrae mucho el tiempo presente como novelista. Si escribiera una novela contemporánea, procuraría que no se supiera dónde sucede. No habría sitio para las tecnologías, ni siquiera para la televisión. ¿Qué pinta la televisión en una novela?

-Mejor la radio...

-Llevo dos años y pico con La observadora en Radio Nacional de España los fines de semana y es una experiencia maravillosa. Lo que no se ve atrae mucho más. Por eso me fascinan las cartas cerradas en sobres. El libro es mucho más explícito, más tangible.

-¿Se vio rara en única mujer que dirigió Interviú?

-Ha sido un icono de la Transición.

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