Málaga

La fiesta se reinventa y el verdial busca su sitio

  • La Fiesta Mayor de Verdiales celebró ayer su edición número 50 con regusto a transición tanto por su emplazamiento como por la propia naturaleza del folclore

Entre el público abundaban las gorras de paño y los rostros enrojecidos que delatan largas faenas en el campo. Uno de estos hombres endurecidos, de ojos pequeños y porte recio, se acercó al alcalde y le preguntó como quien no quiere la cosa: "Hombre, alcalde, yo no sabía que usted era amante de la fiesta". Y el alcalde, Francisco de la Torre, con su obligado traje y su impronta protocolaria, supo reivindicarse para no dejar dudas: "Yo ya llevo muchos años trabajando para que la fiesta siga adelante". La Fiesta Mayor de Verdiales celebró ayer, 28 de diciembre, tal y como correspondía, su edición número 50, lo que habla de medio siglo de esfuerzo en el que esta expresión folclórica, una de las más antiguas de Europa, que hunde sus raíces en las saturnales romanas, ha gustado tanto el borde de la extinción como la proyección patrimonial más excelsa. Ayer, además, tan decisivo evento se celebró por segunda vez junto al recinto ferial del Puerto de la Torre, en la calle Escritora Matilde del Nido, cerca del parque dedicado a Andrés Jiménez Díaz (uno de los mayores estudiosos malagueños del verdial) que como tal fue inaugurado el año pasado. La sensación de transición fue notable, de este modo, tanto en lo relativo al emplazamiento (hasta no hace muchas semanas se habían barajado otras sedes posibles para este año, como el recinto ferial del Cortijo de Torres) como a la propia naturaleza de la fiesta.

Como ocurriera el año pasado, después de una larga tradición en las ventas El Túnel y San Cayetano, ayer se instaló en el Puerto de la Torre una enorme carpa por la que pasaron durante todo el día más de 5.000 personas llegadas de toda la provincia. Sobre el escenario dispuesto a tal efecto desfilaron una treintena de pandas, cinco de estilo Comares, doce de Montes y trece de Almogía. Al público sólo le competía observar el desfile de formaciones sentado en sus sillas de plástico, algo que no resultaba muy del agrado de cierto sector del público, paradójicamente el de más años, el más purista. Lo cierto es que los verdiales no son una música, ni una danza, ni un espectáculo: son una fiesta. Y uno no va a una fiesta a mirar, sino a participar. Los verdiales sólo se disfrutan si se participa en ellos, si no es con un instrumento sí al menos junto a los fiesteros, codo con codo, si puede ser con un vaso de vino en la mano, como la bacanal que, estrictamente, es el verdial en su origen. Esa espontaneidad que desde el principio se vivía en las ventas, con varias pandas al unísono en duelos prolongados durante horas, fue ayer bastante menos. "Esto donde queda bien es en el campo", decía a su mujer un caballero de cortísimo y blanco cuero cabelludo y dedos gruesos. Ayer, tanto el alcalde como el consejero de Cultura (que aprovechó el acto para entregar un reconocimiento de la Junta de Andalucía al presidente de la Federación de Peñas, José Gómez, y al profesor de Antropología de la Universidad de Sevilla y eminente investigador del verdial Antonio Mandly, con motivo del primer aniversario de la declaración de este folclore como Bien de Interés Cultural) pasaron de puntillas por la construcción del futuro parque que, según los planes municipales, servirá de sede estable a la Fiesta Mayor y que estará ubicado al otro lado de la hiperronda, ya en el límite del término municipal. Parece que habrá que aguardar algunos años para tener noticias nuevas del proyecto. Pero sí urge, de alguna manera, devolver la fiesta a su hábitat natural: el campo a cielo abierto, con legiones en pie y todo el día por delante.

Pero la misma sensación de transición se respiró durante las actuaciones. A medida que iban compareciendo las agrupaciones, especialmente las de más reciente constitución, podía comprobarse cómo el verdial es una expresión cada vez más urbana, que ya no tiene su razón de ser en el campo sino en las escuelas desde las que se mantiene viva la tradición. La sensación salió además reforzada después de que la panda Primera de Comares, una de las más antiguas de la provincia, que iba a abrir las actuaciones, finalmente no participara en el concurso a causa del fallecimiento de uno de sus fiesteros, Jesús Romero, de la venta Cárdenas. Pero esta evolución es inevitable, en la medida en que la sociedad malagueña depende cada vez menos de la agricultura. De cualquier forma, la panda Raíces de Málaga se impuso ayer en el certamen en el estilo Comares, Santón Pitar hizo lo propio en el estilo Montes y Raíces de Almogía obtuvo la máxima puntuación del jurado en el estilo Almogía. El palmarés hace así justicia a lo antiguo y lo nuevo, la garantía de la tradición y la mirada al porvenir. Así que, aunque su espacio vital casi haya desaparecido, los verdiales siguen apostando por el futuro. Y Málaga se lo merece.

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