Málaga

Pasajeros al tren

  • La intrahistoria de un proyecto de vanguardia pero inconcluso

Me gustan los trenes. No al punto de lo que hacía hace años el alcalde de Málaga Pedro Aparicio, que se levantaba a las 6:40 de la mañana, el horario de entrada a la estación de uno de los históricos trenes europeos. Fue con este regidor con el que por primera vez se planteó la posibilidad de que Málaga complementara con tranvías su sistema de transporte público. Para entonces el único vestigio de que a la capital se podía llegar en raíles desde el oriente era ese coche expuesto en el Morlaco y que después de deambular sin rumbo acabará en El Palo. Ha pasado casi un cuarto de siglo de aquella iniciativa y ahora ve la luz un Metro. Incompleto, con vagones cargados de dudas, con una inversión que en el balance parece del todo disparatada y que recuerda a una época pretérita de inconsciencia. Pero arranca uno de los símbolos que debe exhibir cualquier gran ciudad moderna.

Si la memoria no me falla, por aquel entonces, los años previos a las elecciones municipales de 1991, el proyecto diseñado por el gerente de la Empresa Malagueña de Transportes Rafael Fernández Barreda contemplaba dos líneas. Una desde El Palo y otra en dirección a la Feria, que por aquella época se asentaba en lo que hoy es la barriada de expansión más importante, Teatinos. Los dos trayectos en superficie y con un coste estimado de unos 45 millones de euros. Recuerdo que me pareció entonces un síntoma de despilfarro que se ajardinara la mediana de la calle Cómpeta, por donde estaba previsto el paso del tranvía, porque daba por hecho que las obras podrían comenzar en breve plazo y carecía de sentido que se adecentara una calle cuando había que meterle de nuevo la piqueta. Ingenuidad propia de la juventud confiar que en Málaga algo pueda salir a la primera según lo proyectado. La iniciativa alcanzó eco. Se tachó en su momento de electoralista. Expertos de Barcelona solicitaron información y finalmente el tranvía de la ciudad condal salió adelante mientras el de la capital de la Costa del Sol acabó enterrado en un cajón.

Muchos años después, el PSOE prometía el Metro de Málaga como gran obra de la Junta de Andalucía a la vez que el de Sevilla. Esta vez, con algo de inteligencia emocional no se producirían sensibles diferencias entre las dos ciudades al disponer de una nueva infraestructura. No sucedió con el AVE, uno de los gérmenes de los sentimientos de agravio que con facilidad cuajan al comparar, donde Málaga debió esperar casi tres lustros para alcanzar la alta velocidad de la que ya disfrutaba la capital andaluza. Los propios socialistas malagueños, ante las cifras que se barajaban llegaron a defender públicamente que sería suficiente con que unos trenes lanzaderas conectaran Córdoba y Málaga.

Pero también la actuación estaba marcada por la clave electoral. El Gobierno andaluz pretendía rentabilizar ese proyecto en las elecciones de 2008. Desde el principio intentó dejar de lado al Ayuntamiento de Málaga, cuyo papel consistía en aportar el 20% del coste de la actuación pero sin tener arte ni parte de las decisiones que se tomasen y que afectaban al corazón de la ciudad. La falta de química entre el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y la consejera de Obras Públicas, Concepción Gutiérrez, era más que evidente. Todavía hace unos días el regidor me insistía en el empeño de la Junta por comenzar las obras por la Carretera de Cádiz y el calendario de actuaciones para que la barriada más populosa fuese un gran zanja cuando hubiera que acudir a votar en los comicios locales de mayo de 2007. Con esa convicción interna, el Ayuntamiento se agarró a todas las tretas posibles para demorar la actuación y amortiguar el impacto que pudiera causar entre los ciudadanos afectados. Porque aquél y casi todos los gobiernos andaluces cometieron un error de diagnóstico: todo lo que sucede en una ciudad se le imputa al alcalde, para lo bueno y lo malo.

Autorizaciones condicionadas a que se construyesen cruces alternativos y conexiones para desviar el tráfico. Meses de retraso para echar por tierra un calendario. Una discusión centímetro a centímetro. El sufrido director del Metro Enrique Urkijo se lamentaba porque el Ayuntamiento se comportaba como si la actuación fuese habilitar una rotonda cuando un suburbano supone destripar una ciudad durante una buena temporada. Y cuando era necesario, la oposición de los vecinos. Lo he repetido muchas veces, quizá porque el PSOE quiso apropiarse de una obra o porque la iniciativa no le correspondió al PP, lo cierto es que los populares o al menos buena parte de sus dirigentes no creyeron en el Metro. Esa constatación heredada la teníamos hace tan solo hace unos días cuando el portavoz de esta formación en el Ayuntamiento, Mario Cortés, defendía que hubiera sido mejor dedicar los casi 800 millones de la actuación a embovedar el río Guadalmedina.

En estos interminables años de obras y parones hemos asistido a debates peregrinos sobre muros pantalla y tuneladoras. Los periodistas seguíamos la pista a estos mastodontes por las carreteras alemanas, calculábamos el tiempo previsto para terminar la obra que horadaban para ver si podían llegar en plazo a Málaga para perforar la Alameda. Discusiones técnicas inútiles convertidas en políticas con un tira y afloja permanente. De la Torre encargaba proyectos de intercambiadores para soterrar autobuses, planificaba Cercanías que llegasen hasta la Marina y solicitaba esperar hasta saber el trazado del corredor ferroviario del Mediterráneo que milagrosamente de pronto iba a prolongarse para atravesar la Axarquía.

Y una década después hemos llegado al principio. Málaga tendrá un Metro, cortito y ligero. No es un transporte preparado para evacuar miles de personas en puntos de aglomeración en poco tiempo. Por eso nunca se prolongó hasta el Parque Tecnológico. El Metro se quedará en Atarazanas. Llegó la crisis y terminó la discusión. Ése será el punto más cercano del centro que alcance y no antes de 2017. No ha existido comunicación entre los dos nuevos transportes en competencia. El Metro está llamado a quitarle viajeros a los autobuses y estos intentarán evitarlo. Pero los dos transportes son deficitarios y son los andaluces y los malagueños con sus impuestos los que pagarán esa pugna.

El futuro se antoja complicado. La línea a El Palo ha desaparecido del horizonte. En su lugar, un tranvía en superficie hasta el Hospital Civil y Materno. Será muy fácil, pese a lo firmado, que surja una fuerte oposición vecinal que frene o paralice la ampliación. Pero hay un préstamo del Banco Europeo de Inversiones comprometido, y unas empresas privadas que quieren rentabilizar su gestión. Y casi 2.000 millones de euros asumidos que el Gobierno andaluz deberá desembolsar de sus arcas públicas en 40 años.

Ésta es la realidad a día de hoy y a grandes trazos. Pero seguramente el día a día la variará radicalmente. Pese a todo es un gran día. Málaga cuenta con Metro. Un sueño alcanzado para muchos que nos encantan los trenes y creemos en que una gran ciudad debe tener un transporte público muy potente si quiere avanzar. Sólo hay que ver el entusiasmo inicial que ha despertado entre los ciudadanos. Es sólo un paso, porque la infraestructura circula coja. Pero circula. Y hay que agradecérselo a Izquierda Unida. El PSOE que había hecho bandera de este proyecto, se lo entregó a sus socios cuando estaba en vía muerta y éstos han sido capaces de devolverlo al raíl adecuado y conseguir que arranque.

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