Málaga

Argumentos para una consolación

  • Sorpresa: la iglesia del Santo Cristo de la Salud se convierte tras su restauración en reserva espiritual del centro, y no sólo en la acepción pía de la expresión La memoria se reconforta aquí

NO visité en muchas ocasiones la iglesia del Santo Cristo de la Salud antes de que cerrara en 2009 para su rehabilitación. Siempre me pareció aquel rincón oscuro, ruinoso y poco dado a la elevación espiritual que se abría tras la recóndita puerta de la calle Compañía. Lo que yo no sabía era hasta qué punto iba a echar de menos en Málaga rincones oscuros, ruinosos y poco dados a la elevación espiritual, con tal de que pudiera sentirme en ellos como si estuviese en mi ciudad. Una de aquellas visitas la formalicé con mi madre. Un cantante lírico malagueño llamado Carlos Álvarez, que empezaba a despuntar como barítono, ofrecía allí un recital y acudimos a verlo. Y poco más, lo confieso: mi rudimentaria querencia erasmista suele incitarme a la búsqueda de templos interiores, ya saben, aquéllos de los que desconfiaban los reformistas, muy a pesar de mi católica formación. La cuestión es que el pasado viernes presentaron la nueva iglesia del Santo Cristo, que a la vez es la antigua, ya que la actuación del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico ha ido dirigida a la raíz del edificio, a sus orígenes jesuitas, con la consiguiente eliminación de añadidos acumulados a lo largo de cuatro siglos sin, la mayoría de las veces, demasiada fortuna. En realidad, lo que el visitante ya puede encontrar aquí no es lo uno ni lo otro: toda rehabilitación (sustituyan el término, si quieren, por recreación) implica y exige una creación, y conviene andar preparado para conciliar lo que en la cabeza de cada cual se entienda por nuevo y viejo. Ya sé de alguno al que la reforma no le ha gustado un pelo y que prefería el agujero sombrío de antes. Un servidor, sin embargo, se sintió bastante a gusto a su abrigo, por más que en la presentación las autoridades, invitados y periodistas abultáramos demasiado. De entrada, la iglesia constituye una excepción de peso al proceso de banalización al que se ha visto sometido el centro en los últimos años: aquí no hay nada de consumo rápido, ni hay peligro de encontrarse una alfombra roja, ni un expositor de automóviles, ni un desfile de modelos. Lo que se agradece nada más entrar es el silencio. Y, siguiendo la profecía de Isaías, el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: ahora es un blanco imponente el que lo gobierna todo, y la mirada tiene donde perderse (me acordé, salvando las evidentes distancias, del Panteón romano) hasta los límites de la cúpula. La disposición del espacio excita un canto renacentista a la belleza de las formas: la planta circular de la iglesia se admira ahora en plenitud, y aunque mi templo favorito de estas características sigue siendo la iglesia románica de San Marcos en Salamanca, basta entrar a la del Santo Cristo para advertir la impresión que tal geometría, venerada ya por los pitagóricos, deposita en el corazón. De modo que, por una vez, Málaga ofrece un argumento para la reconciliación con su memoria y para la consolación ante el desarraigo del presente. Y que conste que no hablo de fe, sino de la sencilla emoción de sentirse parte de algo bueno y reconfortante. Algo que no es exclusivo de la religión.

La pregunta es: ¿Y ahora, qué? El mes que viene, el Obispado recepcionará el edificio con las obras ya definitivamente concluidas y habrá que ver qué sucede. El responsable de Patrimonio del mismo Obispado, Paco Aranda, hombre culto, sensible y de afilado instinto, señaló en la puesta de largo del viernes que, tras la restauración, la iglesia debería ser "de todos y para todo". Y creo que por ahí deberían ir los tiros. Es evidente que la Diócesis tendrá prioridad para organizar aquí sus cultos y que las cofradías vinculadas al templo tendrán algo que decir; pero sería bueno, muy bueno, que la ciudadanía, independientemente de las creencias de cada cual, pudiera disfrutar de semejante bien patrimonial con igual privilegio, aunque sólo por la inversión pública puesta en la reforma. Qué quieren que les diga, imagino un cuarteto de Schubert frente al altar y se me hace la boca agua. Hay una oportunidad. Aprovechémosla.

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