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Málaga

Para conciliar, para comer

  • Las escuelas de verano empezaron ayer y casi 900 de los 5.600 niños del Plan de Solidaridad y Garantía Alimentaria tendrán tres comidas al día

Más de una hora tardaron en hacer la recepción completa de todos los alumnos de su escuela de verano en el CEIP Manuel Altolaguirre, en el distrito Palma-Palmilla. Tenían que comprobar que todo estaba en orden y que las familias habían cumplido con el papeleo previo requerido. Aunque no todas lo habían hecho y ahora, con el campamento comenzado y con todo cubierto, querían hacerse con alguna plaza. En el patio, mientras que algunos chicos jugaban al fútbol, el sol caía con fuerza. Pero no importaba demasiado. El colegio se había convertido ya en un oasis para ellos, que jugarán, realizarán actividades educativas, harán salidas y comerán, y para sus padres, que se sentirán aliviados de tener las necesidades de sus pequeños cubiertas durante los próximos dos meses.

Casi 900 niños incluidos en el Plan de Solidaridad y Garantía Alimentaria (SYGA) tendrán las tres comidas garantizadas en estas escuelas. Sin embargo, durante el curso escolar hay unos 5.600 alumnos malagueños inscritos en dicho plan. "El problema no se arregla con un campamento que dé de comer a los niños, sino creando empleo", considera Miguel Ángel Muñoz, director del CEIP Manuel Altolaguirre. Muñoz subraya que el verdadero sentido de estos recursos es la conciliación. "Hay que dar trabajo, que la familia pueda elegir dónde llevar a sus hijos mientras que ellos están ocupados y que puedan pagarlo", agrega aunque también señala que "esto es una ayuda" y destaca que "está bien que la Junta no abandone a sus usuarios en verano".

Las madres que limpian casas por horas, los padres que chatarrean o hacen chapuces, los que van a los mercadillos a vender como pueden sin un puesto legal o los que buscan empleo precisan de un espacio en el que dejar a sus hijos "y además se ahorran la comida", como apunta el director del colegio. "Es durísimo que a tu hijo no le puedas dar de comer, ni comprar ropa, que tengas que controlar el gasto de agua, de luz, que te tengas que ir moviendo de casa en casa a alquileres de pena", explica Muñoz.

Para sus alumnos -este curso ha tenido 140 dentro del plan SYGA- hay 30 plazas en la escuela de verano. "Ves a niños que cogen la bolsa de la merienda y la consideran como un tesoro y a otros que ponen cara de asco y que tiran algo por el camino, a esos no les hace falta de verdad", sostiene el director, que critica el círculo vicioso en el que se sumerge un barrio "que intenta chupar de la Administración todo lo que puede" porque no cuentan con recursos suficientes para ser dueños de su futuro, por costumbre o porque les falla su educación.

En su despacho se le acumulan los problemas, pero la ONG Animación Malacitana, la encargada de organizar la escuela de verano en el colegio, intenta poner orden e iniciar una actividad que va más allá del aspecto asistencial. A las 10:30 los niños entran en el comedor. Es la hora del desayuno. En este mes de julio van a atender a unos 150 escolares desde los 3 a los 12 años. Aunque la subvención aprobada era para 110 plazas, tiran de recursos propios para no dejar a demasiados solicitantes fuera. "Para nosotros éste es una escuela de verano como puede ser cualquier otra pero con perfiles de mayor precariedad económica", dice Antonio Villanueva, coordinador del campamento. Harán deporte, juegos cooperativos, de agua, manualidades de reciclaje y, aunque predominen las actividades lúdicas, también recibirán apoyo escolar.

Unas 15 personas atenderán a los chicos de este centro, que no será el único que realice escuela de verano. En el CEIP María de la O, en Los Asperones, llevan años abriendo las puertas del colegio para que sus escolares también coman durante el verano. La crisis allí es perpetua. También organizaciones que trabajan con escolares durante todo el curso, como Fundación Secretariado Gitano, Incide, Prodiversa y Accem también cubren parte del verano para que menores en riesgo de exclusión social sigan estando atendidos en la época estival.

Antonio Villanueva trabaja en Palma-Palmilla desde hace una década. "La implicación con el barrio es clave, no puedes llegar aquí en paracaídas e irte el 31 de agosto, estamos de forma constante aquí, si no nos implicamos es imposible cambiar su realidad", considera. También subraya que hay modelos positivos que necesitan ser respaldados y visibilizados. Tabita y Nono son dos de ellos, chicos de 18 y 19 años del barrio que demostraron habilidades y ganas de ayudar a los demás, fueron formados y ahora colaboran con la ONG en la escuela.

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