Málaga

Un 'hostel' para pisotear la memoria

  • Al final, la solución para transformar la vieja Prisión Provincial en un centro cultural era reservar una parte para un área de restauración y de ocio Pero, ¿por qué una parte? ¿Por qué no todo?

CUANDO el Ayuntamiento de Málaga emplea términos como stakeholders para explicar sus proyectos podemos convencernos de que la postmodernidad es ya un juego de niños. Uno asiste a todo lo que se dice desde el Gobierno municipal respecto a la antigua Prisión Provincial de la Cruz de Humilladero y comprende hasta qué punto la Contrarreforma ha impuesto su dominio en una ciudad que ya no sabe cómo vender a precio de saldo lo poco que le queda. Lo mejor de todo esto es que, al final, el histórico recinto se está convirtiendo en una representación fidedigna, a modo de ensayo en una probeta, de esta entrañable deformidad llamada Málaga. Lejos quedan ya los años en que el alcalde, Francisco de la Torre, veía con buenos ojos la instalación en sus dominios de una universidad privada. Después se puso sobre la mesa la idea de convertir la cárcel en un centro cultural. La Orquesta Filarmónica se postuló como beneficiaria, dado que el prometido Auditorio se había esfumado sin remedio, para la organización de conciertos, certámenes de jóvenes intérpretes, concursos y otras actividades musicales; pero su propuesta no resultaba suficientemente berlinesa, así que los siguientes en pasar fueron diversos grupos relacionados con las artes plásticas, aunados en un colectivo denominado MASA, que por su lozanía y entusiasmo sí parecían estar a la altura. Además, ya había quedado bien demostrado que, en lo que a cultura se refiere, aquí no hay más bacalao que cortar que el expositivo, de modo que la jugada parecía bastante redonda, al menos como para caber debajo de una marca. Pero en esto salió Teresa Porras y anunció, en plan aguafiestas, que la rehabilitación de los 14.000 metros cuadrados de que dispone la vieja prisión no iba a costar menos de seis millones de euros. Y que, si se trataba de esperar fondos europeos, ya podían ponerse los técnicos a redactar proyectos, que iban a tener unas cuantas temporadas para presentarlos bien bonitos. El otro día, mientras la comunicación oficial hablaba de skateholders, el portavoz popular Mario Cortés llegó con buenas noticias: hay partido. De lo que se trata es de reservar parte del edificio a zonas hosteleras y recreativas, de restauración y de ocio, sin dejar a un lado el contenido cultural. La idea, consensuada con numerosos expertos, pasa por convertir la cárcel en un hostel para creadores. Es decir, una residencia abierta a artistas fetén de ultramar para que vengan, hagan sus cosas y coman y duerman en el mismo sitio, con la esperanza de que no les huelan mucho los pies. Todo muy Matadero, vaya. Mediante este uso el equipamiento lograría hacerse autosuficiente y, entonces sí, los europeos, tan raritos ellos, mostrarían mayor inclinación a invertir algo en la reforma. Con su gracia habitual, Cortés afirmó que los vecinos de la Cruz de Humilladero habían visto con buenos ojos el envite: "Lo que nos piden es que sirva para que vengan turistas, que haya movimiento de gente". Y es curioso porque lo que los vecinos pedían, o así lo tenía yo entendido, era un espacio para ellos, que pudieran usar para sus asociaciones y asambleas, para sus mayores y sus niños. No era una petición descabellada: hablamos del segundo distrito más poblado de la capital y los servicios en este sentido son inexistentes. Pero ahora parece que no, que dice Cortés que lo que quieren son turistas. En fin, no hay nada más mudable que la opinión de la gente; sobre todo cuando, pobrecitos, se ponen a pedir a ver qué cae. Ya Maquiavelo escribió algo sobre esto y sobre cómo sacarle partido. Nuestro Cortés parece saberse la lección.

La pregunta es: ¿por qué reservar una parte de los 14.000 al sector hostelero pudiendo darle el paquete completo? ¿Qué necesidad hay de andar tan remilgados cuando todos sabemos a qué hemos venido? ¿Para qué estar pendientes de los fondos europeos cuando se le puede entregar la cárcel enterita a El Pimpi y asunto resuelto? Vivimos en una ciudad en la que la hostelería lo devora todo y nunca parece conformarse: bien, actuemos en consecuencia. Nuestro Ayuntamiento se ha endeudado hasta las cejas a base de abrir museos sólo para que los turistas que vienen a sostener el sistema tengan algo con lo que entretenerse entre gamba y gamba. Y ahora que se trata de captar a jóvenes creadores (los viejos, ya se sabe, andan de capa caída), lo mejor es convertirlos en clientes. Es decir, se trata de hacer en la antigua Prisión Provincial exactamente lo que ya se ha llevado a cabo en el centro de la urbe: convertirlo todo en una terraza con cierto contenido cultural para que no se diga. No importa que al final el invento, tal y como han demostrado los datos del empleo del recién acabado verano, tampoco sea tan rentable. Es que no hay otra. Ni ganas.

Sucede, por si fuera poco, que la cárcel ruinosa contiene un contenido memorialístico de aúpa, como testigo silencioso de las peores aberraciones del franquismo. También hubo reivindicaciones en este sentido, pero no es cuestión de amargarle la cerveza a los guiris. Sin embargo, la memoria a la que me refiero en el titular, sin desdeñar ésta, es más amplia: la de una Málaga que, poco a poco, deja de acordarse de sí misma para mayor satisfacción de un modelo que no quiere personas, sólo consumidores. Bienvenida sea la amnesia. Aleluya.

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