Calle larios

Que alguien ponga un Guggenheim

  • Esto de ser la ciudad de los museos no es fácil Sobre todo si se trata de dilucidar de qué museos estamos hablando. Aunque, bien mirado, uno más o menos, en el fondo, da lo mismo.

EL otro día fue nuestro aniversario de boda, así que me metí en una floristería del centro y salí con tres rosas para Manuela. Tan feliz iba yo con mis tres emblemas calle San Agustín abajo (por alguna razón, y a pesar de que casi siempre prefiero pasar desapercibido, cuando llevo flores me gusta que me miren; imagino que quien lleva flores tiene algo que celebrar y quien tiene algo que celebrar prefiere, por lo general, demostrarlo) cuando me salió al paso una pareja de turistas. Debían andar en sus cincuenta y bastantes, a tenor de lo que se intuía de las prendas veraniegas (con calcetines en ambos casos, eso sí) y los cuerpos delgaduchos que asomaban bajo las prendas. Él y ella también hacían gala de su particular condición, con sus cámaras, sus mapitas, sus pieles ardorosamente morenas, algunos souvenirs que les colgaban y el entrañable aire de despiste. Después de reclamar mi atención con un gesto ligero de la mano derecha, cual despedida desinteresada y lánguida bajo el porche, fue ella quien me dirigió la palabra. Y debió verme de colegio de pago, porque lo hizo en inglés sin preguntar antes. La buena señora, pues, entonó: "Perdón, ¿el Museo Guggenheim?" De inmediato se me amontonaron quinientas respuestas posibles en la cabeza, pero me salió por la boca, como suele ocurrirme, la más estúpida: "Pues... el Museo Guggenheim está en Bilbao". Ella se me quedó mirando como un ovíparo en vísperas, quietud que interpreté, creo que con acierto, como fuera de juego. Precisé: "El Museo Guggenheim más cercano está en Bilbao, una ciudad española que les pilla bastante lejos". Ambas patas del banco consultaron, con consternación, sus planos y guías. Yo seguía de plantón con mis flores en ristre, así que opté por iluminarlos un poco: "No tenemos ningún Museo Guggenheim en Málaga. Creo que es el único que nos falta". Ella volvió a quedárseme mirando (lo hacía, que conste, bajo unas gafas de sol de las que preferiría el poli malo, con cierto grado intimidatorio). "¿Está seguro?", contraatacó, y esta vez fui yo quien se quedó mirando. Recordé entonces los tiempos en los que el alcalde, Francisco de la Torre, decía que quería para Málaga "algo así como un Guggenheim", fórmula que luego modificó por "un Museo de Museos": estos dos ejemplares le estaban dando la razón. "Oh, bien", aceptó la interlocutora ante el gesto indiferente de su esposo, un figura con pinta de ir a jugar al golf y no invitar jamás. "Entonces, el museo de arte moderno". Y, ya sí, lo entendí todo: la presunta no había admitido todavía su error porque, en realidad, no había incurrido en ninguno. Su marido y ella buscaban, ciertamente, "algo así como un Guggenhiem". Algo que les sonaba a esto. Yo quería sacudirme ya aquel muerto, así que fui al grano: "Si lo que buscan es el Centro de Arte Contemporáneo, está por allí. Pero si lo que quieren es ir al Pompidou, sigan hacia allá". Tal y como sospechaba, era el Pompidou lo que les sonaba. Pero, al cabo, ¿qué más da un Pompidou que un Guggenheim? Me felicitaron por llevar unas rosas tan bonitas y, al fin, se largaron.

La confusión puede parecer anecdótica, pero, dándole vueltas después, advertí en el episodio ciertos síntomas. Málaga está ya donde los que usted y yo sabemos querían que estuviera: en el paraíso que corresponde a una ciudad de museos. Así la bautizó The New York Times, ojo. Además, varias veces. Pero a lo mejor convendría preguntarse qué museos. No porque los que hay no sean buenos ni interesantes, sino porque podrían ser cualesquiera. A tenor de esta política, Málaga se dio prisa en acaparar etiquetas: la etiqueta Picasso, la etiqueta Thyssen, Pompidou, Museo Ruso de San Petersburgo. Todas lustrosas y de rancio abolengo, por más que a De la Torre le siga faltando su Guggenheim. Ahora bien, ¿qué hay debajo de este reparto de cromos? Pues eso, una oferta despersonalizada y resuelta a base de acumulación, en la que da lo mismo un Guggenheim que un Pompidou que un MoMA. Málaga está puesta en el mapa como un sitio donde hay muchos museos, en su mayoría importados o prestados. Y como tal luce en las guías turísticas. Ahora bien, ¿sabe alguien qué queremos decir con todo esto? ¿Qué discurso hay, con qué contenido e intención, hacia qué público? Que alguien ponga un Guggenheim y saldremos de dudas.

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