Málaga

Las entrañas de la cárcel

  • Más de 400 reclusos realizan algún tipo de curso formativo para acceder al mercado laboral · Otros cuatrocientos están estudiando Primaria y Secundaria y 19 cursan Bachillerato

Alberto cumple condena en la prisión de Alhaurín de la Torre por un delito que prefiere olvidar. Cada mañana de 10:00 a 13:00 se pone delante de los micrófonos en una pequeña habitación habilitada como estudio de radio. De 11:30 a 12:00, en el 97,8, lee los mensajes y dedicatorias que los internos se mandan entre sí. Es la hora happy. Uno de los momentos del día en el que los reclusos se olvidan de que están en el talego, como a él le gusta decir. "Yo me he echado una novia aquí y a través de las canciones le mando mensajes y besos", asegura entre risas.

Como Alberto, más de 400 internos realizan algún tipo de curso formativo u ocupacional en la cárcel de Alhaurín de la Torre. Peluquero, carpintero, albañil, tejedor, panadero, fontanero, pintor o electricista son algunas de las profesiones que se enseñan en los módulos de la prisión. "Es el camino hacia la reinserción", mantiene el director del complejo penitenciario, Juan Antonio Marín.

Unos metros más abajo del taller de radio, José León y Frederic Cordier están cantando villancicos. Se aproxima la Navidad y los reclusos que forman parte del taller de respeto están preparando una pastoral. León, que fue guionista del Dúo Sacapuntas, cumple condena por un delito contra la salud pública. "A mí me encantan los carnavales y este tipo de actividades sirven para evadirme", asegura. Su compañero, en un español más que correcto, asiente: "Para mí es positivo porque tengo la cabeza ocupada", señala este francés que cumple condena por un delito contra la salud pública.

En la biblioteca Juan cataloga los libros. Hay más de 17.000. Cumple condena por apropiación indebida y aún le restan por cumplir cinco años. Como en las bibliotecas de medio mundo, Ken Follett es el autor más aclamado, seguido de cerca por Arturo Pérez Reverte y Sthephen King.

A sólo unos metros de la biblioteca, Manolo Fernández y Antonio Merchán dirigen el taller de deportes. Son de asistencia libre y cada día entre 75 y 100 hombres y entre 15 y 20 mujeres se machacan en el gimnasio. En las próximas semanas se celebrará la IV Media Maratón y todos entrenan para llegar a punto a la cita.

En otro de los patios del complejo se imparten los cursos de albañilería y pintura y fontanería. José Trigo está al frente del primero. "Les enseñamos todo lo básico. Hacer un tabique, enlucir una pared... Y lo más positivo es que los mejores alumnos ayudan a las tareas de mantenimiento de la prisión", afirma el monitor. Juan Antonio Torral es uno de los alumnos del curso de pintura. Cumple condena por un delito contra la salud pública. "Esto es muy bueno para cuando salga a la calle. Un tío mío tiene una empresa de pintura y si puedo trabajaré con él o con quien me dé un puesto de trabajo", afirma ilusionado.

Ésta es una de las quejas que la mayoría de los reclusos realizan cuando se les preguntan por sus perspectivas laborales cuando salgan de la cárcel. "Con este currículum adónde vamos a ir. En cuanto se enteran de que hemos realizado el curso de formación en la cárcel se cierran las oportunidades", asegura otro recluso que prefiere no dar su nombre.

Además de los talleres de formación y ocupacionales, el centro penitenciario cuenta con casi 500 reclusos matriculados en Primaria y Secundaria, 19 en Bachillerato y 22 en UNED. Carmen Sevilla, coordinadora de formación, y Esther Guerra, subdirectora de tratamiento interno, aún recuerdan el caso de un recluso que se sacó la carrera de Ingeniería Informática en la prisión o el de otro abogado que hizo Económicas y Psicología. "Fueron dos casos asombrosos", recuerdan estas dos mujeres que están al frente de todo el equipo de formación. Sevilla, con más de treinta años de experiencia en su formación, se ríe cuando se le pregunta por la antigua cárcel. "Esto es otro mundo", mantiene.

Alfredo lleva cinco años trabajando en la prisión de Alhaurín de la Torre. Da clases de Matemáticas y de Lengua a 30 estudiantes ocho horas a la semana. "Se portan bien y muestran interés por aprender", señala. Carlos Ruiz es uno de sus alumnos y cuando se le pregunta sobre qué le parecen las clases no duda ni un instante: "Ojalá hubiera más horas".

En el taller de alfabetización para mujeres a María José le llaman la señorita. Es su segundo curso y reconoce que su trabajo es muy complicado: "Tengo mujeres que no saben ni leer ni escribir, mujeres que nunca han cogido un lápiz a las que tengo que enseñar cómo se coge, mujeres extranjeras que saben muy poco español... La enseñanza, lógicamente, tiene que ser prácticamente personalizada", defiende esta profesora. Sus comienzos en la prisión no fueron nada sencillos. "En la primera etapa me tuve que ganar su respeto. Puede que sean analfabetas, pero no tienen ni un pelo de tontas. Tuve que demostrar que no venía a perder el tiempo y poco a poco me gané su confianza y empecé a crear un ambiente más distendido", recuerda María José. Pilar Pascual es una de sus alumnas y en el centro está intentando hacer algo que le fue imposible en la calle: aprender a leer y a escribir. Ha completado dos de los tres años de su condena y, aunque con dificultad, ya comienza a encadenar las palabras de un texto.

En el módulo de las mujeres el ambiente es diferente. Todo parece más ordenado y limpio y las celdas están pintadas de color rosa. Uno de los pasillos dan acceso al taller de peluquería. Cuando el funcionario abre la puerta aparece Paqui Ruiz, su monitora, rodeada de un grupo de reclusas mientras Mercedes Sierra le seca el pelo a Juani Bueno. "Nunca había hecho un curso. Me apunté por entretenimiento y estoy muy contenta. Me da mucha tranquilidad", afirma Pepi. Su monitora se deshace en elogios cuando se le pregunta por sus estudiantes: "Soy una persona perfeccionista y parece que se lo estoy pegando a ellas. Aquí hacemos de todo, desde poner un tinte o cortar el pelo hasta a hacernos la manicura", señala Ruiz. Las modelos, como no podía ser de otra forma, son las propias mujeres. "Sirve para también para ponernos guapas", mantiene otra de las reclusas.

La población reclusa extranjera también se suma a los cursos. El brasileño Guillermo Franco es uno de los alumnos del curso de telares. Reconoce que cuando se apuntó "no tenía ni idea de en qué consistía". Unos meses después no duda en asegurar que cuando salga de la cárcel será uno de sus hobbies. Roman Pytsrciv y Fabian Ariel están decorando cerámicas en el taller que imparte Charo Sánchez, que ya es toda una veterrana en la prisión de Alhaurín de la Torre. Es su octavo año asegura mientras introduce en el horno unas figura que calentará a más de 800 grados durante toda la noche. "Cuando salgan de la cárcel miren el alicatado que han realizado los presos", asegura orgullosa mientras dos de sus alumnos asienten.

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