Rayo · la crónica

Antología del Málaga (4-0)

  • Un gran planteamiento táctico de Javi Gracia y un excepcional dominio malaguista de todas las facetas del juego deja una mañana para el recuerdo ante 4.000 niños y el estadio lleno.

El boceto ideal de Málaga que perfilaba Javi Gracia en su presentación cobró vida ante el Rayo como una obra maestra que será difícil igualar. Los blanquiazules dominaron todas las suertes que deleitan a un espectador: el planteamiento, la intensidad, la calidad, el pundonor, la diversión. El Málaga no tuvo rival, fue el rayo y el trueno. Con jugadores que fueron capaces tanto de tocar el piano como de cargar con él. Con un entrenador que echó al maestro Jémez del tablero. Con un estadio entregado y repleto de niños que vieron a su Málaga jugar como los ángeles, como un gran día del Real Madrid o del Barcelona. El titular de La Rosaleda, que diría Juan Cortés, exhibió su antología de virtudes, coronadas con cuatro goles, 30.000 gargantas desatadas y 4.000 inversiones en malaguismo.

A los 20 minutos, Paco Jémez, perplejo, puso a calentar a medio banquillo; a la hora de juego ya no tenía fuerzas ni para hablar a los suyos. Porque el Málaga fue el rayo y el trueno, el que mejor atacó y el que mejor defendió. Con una altísima presión en la salida del balón por parte de los mismos que protagonizaron los goles. Gracia se pasó la semana estudiando tan concienzudamente al particular Rayo que concluyó que para anularle había que disfrazarse de él. Y a eso no están acostumbrados los hombres de Paco. Un diez para el navarro, que demostró que un entrenador  sí puede ganar partidos. Y otra matrícula para los héroes de corto, que jugaron conectados como una manada y atacaron en estampida. Con los mismos atacantes de Córdoba, con la misma voracidad de los indios de Córdoba.  Amrabat, Samu, Juanmi y Samu Castillejo. Ninguno es delantero al uso; Gracia ha encontrado un ataque que se mueve como abejas en su colmena. A Amaya y Zé Castro les faltaban retrovisores para saber por dónde venían las flechas. La movilidad de ese póquer que ha diseñado Javi Gracia fue una delicia y volvió loco al Rayo desde el pitido inicial. Porque el Málaga no fue traidor, avisó a los 21 segundos. Amaya salvó bajo palos el gol de Samu Castillejo en la pesadilla que se repitió una y otra vez en la matinal: el ataque en tromba y repleto de efectivos. Podrían citarse así multitud de acciones. Lo cierto es que el cuadro blanquiazul compendió el fútbol total en el primer acto. Ni el 1-0 ni el 2-0 calmó al equipo, que marcó tres como podrían haber sido seis.

Amrabat estuvo de nuevo en plan gobernador, empieza a cogerle el pulso al puesto de falso 9. Potente, confiado, solidario, se va reconociendo en el espejo, algo que festejan los técnicos y la grada. Pero ni su mejor versión puede sublimar tanto al aficionado como ver a su equipo comandado por tres malagueños. Y los tres a un alto nivel, sobre todo Juanmi, quien ya se ha quitado los trozos del cascarón que aún tenía pegados. Y ayer, al fin con gol. Tras dos anulados y otros errados por falta de fe, el cargamento de motivación que arrastra ahora le permitió picar la bola con sutileza para batir a Toño. Su 3-0 cerraba el círculo del juego de niños, con el Rayo haciendo de piñata. Porque eran niños los que disfrutaban con su equipo y eran niños los que los hacían disfrutar. Un Málaga de academia y de La Academia, qué más se puede pedir.

El fuerte calor, la autocomplacencia y los cambios de Jémez tampoco fueron rival para el Málaga, que en los cinco minutos de la reanudación tuvo un cabezazo de Camacho al poste, un penalti de Amaya a Samu que Amrabat aprovechó para coronarse como tirador oficial y otra para el holandés que marró con todo a favor. No se cansó el Málaga porque sacó su cara más insaciable. Para buscar más y para presionar como jabatos a escasos minutos del final y seguir robando balones en campo del Rayo Vallecano. Pasará tiempo hasta ver una exhibición así, capaz de rivalizar con los mejores días del Málaga de Pellegrini. 

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