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Un conflicto que alcanza una peligrosa dimensión

Israel ha vivido numerosos atentados, pero el primer ataque mortal contra una sinagoga ayer en Jerusalén ha desatado la ira y conmocionado a la ciudad, recordando al mismo tiempo un ataque similar perpetrado por un judío contra un lugar santo musulmán: hace 20 años, Baruch Goldstein mató a disparos a 29 musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas en Hebrón, antes de suicidarse.

Los lugares sagrados deberían ser un lugar de paz y tranquilidad, pero en el conflicto entre israelíes y palestinos, que desde el fracaso de las conversaciones de paz en abril ha escalado peligrosamente, se cruzan continuamente líneas rojas. Y el odio y la desconfianza están tan profundamente asentados que cualquier pequeño incidente puede provocar una nueva ola de violencia.

El lunes, la muerte de un chófer de autobús palestino desató la alarma: la Policía israelí habló de un claro suicidio, pero la familia denunció un linchamiento por colonos judíos. El caso despertó el recuerdo del asesinato de un adolescente palestino a manos de judíos este verano en reacción al secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes por milicianos palestinos.

La ira por la última guerra de Gaza que dejó más de 2.100 muertos, las expropiaciones de tierra por parte de Israel y la continua construcción de asentamientos israelíes en sus territorios, así como las normas impuestas por Israel, completan el cóctel explosivo.

Y así continúa girando la espiral de violencia. La disputa por el uso de la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén ha azuzado la crisis entre israelíes y palestinos y provocado una serie de atentados. En un encuentro tripartito en Ammán, Israel, Jordania y EEUU acordaron dar pasos hacia una distensión pero quizá era ya demasiado tarde y la violencia había adquirido ya dinámica propia.

Netanyahu anunció ayer una política de "mano dura", con la que quiere disuadir a posibles atacantes con medidas como destrucciones de sus viviendas.

La experiencia de los últimos años muestra sin embargo que esas medidas contribuyeron poco a calmar la situación, más bien lo contrario: en 2005 se frenó la controvertida práctica de la destrucción de viviendas después de que una investigación despertara serias dudas sobre la misma.

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