Cultura

En el corazón del misterio

S. I. B. Catedral de la Encarnación. Fecha: 23 de mayo. Dirección, adaptación e interpretación: Rafael Álvarez 'El Brujo'. Músicos: Javier Alejano (viola y cítara), Daniel Suárez 'Serna' (percusión), Kevin Robb (saxo), Juan de Pura (voz). Dirección musical: Javier Alejano. Aforo: Más de 2.000 personas.

El Evangelio de San Juan contado por El Brujo es una consecuencia natural de su San Francisco, juglar de Dios, el soberbio montaje de la obra de Dario Fo. Desde que hace ya casi tres décadas decidiera Rafael Álvarez vincular su labor escénica a la tradición oral, la asunción de lo espiritual, como connotación inevitable de la palabra, ha ido aflorando hasta eclosionar de manera directa en el texto sagrado. La de ayer fue la primera oportunidad de ver esta obra en Málaga, en un espacio, la Catedral, tan inusual como poco apropiado. A este Evangelio le ocurre como a aquel San Francisco: se resuelve mejor en lo leve, el susurro, el suspiro, porque la emoción sagrada de palabra, más que del texto, se percibe de manera especial cuando es dicha al oído. Por tanto, la enorme dimensión del templo, unida a las incomodidades evidentes en cuanto a recepción, jugaron ayer bastante en contra de esa complicidad. El Brujo lo sabía (claro), advirtió de ello al respetable antes de la función y aun así se le notó un tanto fuera de lugar en los primeros compases, demasiado preocupado por hacerse oír y poniendo en serios aprietos al técnico de sonido. Pero tiró de oficio, y de qué manera, para terminar haciéndose con la situación, lo que, teniendo en cuenta el aforo de anoche, dio buena cuenta de la talla artística de este hombre. Aunque se echó de menos ese susurro, el aviso de un effetá que sabe mucho mejor en la oscuridad de un teatro, el Evangelio terminó siendo lo que prometía. Y la sensación final de haber asistido a algo irrepetible fue impagable.

Donde El Brujo se hace más grande es en los tramos pequeños. Su oficio de juglar le permite subrayar, incluso en textos de una marcada relevancia cultural como el que aquí ocupa, elementos que por lo general pasan desapercibidos. El uso de los distintos tiempos en el texto joánico para subrayar la presencia presente de Jesús, por ejemplo, se revela de manera ciertamente eficaz y pedagógica mediante la performance. Igual ocurre con la contienda gnóstica que libran cielo y tierra. El protagonismo del movimiento, esencial en el Evangelio, se materializa aquí de manera asombrosa en cuanto El Brujo delimita los lugares y pinta los espacios con su limpio poder de evocación, apoyado por cuatro músicos de sobrada solvencia. Lo mejor, de este modo, es descubrir cómo el hecho teatral puede contribuir a hacer significar de manera aún más honda un libro tan cargado de exégesis como el Evangelio según San Juan. Pero no existe tanto una teoría escénica acorde con la disposición teológica, sino el sencillo hecho de contar una historia. De jugar, ya que el teatro, que también en su origen es sagrado, es propiamente eso, un juego.

Por más que el aviso enlatado previo a la función advirtiera a los espectadores de que no debían aplaudir durante el espectáculo al encontrarse en un recinto sagrado, El Brujo reclamó aplausos y risas: "Los animales no necesitan reír. Los ángeles tampoco. Los hombres sí". Hubo momentos impagables, como cuando pidió permiso al obispo para contar las bodas de Caná según la versión de Dario Fo, "que es más travieso que yo", o cuando puso acento malagueño al cojo de la piscina de Siloé. Sus referencias al imaginario popular fueron seguramente más comedidas de lo que habrían sido en un teatro, pero suficientes y bien dosificadas. En suma, el misterio que es el Evangelio de San Juan se armó intacto, puro, pero extrañamente nuevo. La invitación final de Rafael Álvarez a formar parte fue una gozada. Ahí estaremos. Seremos.

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