Cultura

Un equilibrio difícil

Teatro Cervantes. Fecha: 22 de febrero. Programa: 'Lucia de Lammermoor', de G. Donizetti, con libreto de S. Cammarano. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de La Mancha y Coral de Crevillente. Solistas: Dolores Lahuerta, Miguel Borrallo, Carlos Andrade, Javier Galán, Ángel Jiménez, Juan Manuel Padrón, Judith Borrás, Daniel Báñez. Dirección musical: Francisco Antonio Moya. Dirección escénica: Ignacio García. Aforo: Unas mil personas (lleno).

Desde que se agotara la fórmula exitosamente articulada por Lorenzo Ramos en su última temporada al frente de la programación lírica, las decepciones se han venido sucediendo irremediablemente en las representaciones escénicas -no así en las actuaciones de solistas- del Teatro Cervantes: problemas de concepción en los montajes, escasa calidad artística o ambas cosas a la vez han sido una constante en el coso malagueño. No es que esta Lucia de Lammermoor haya supuesto un giro sustancial -que tampoco se espera- en el panorama operístico de la ciudad, pero, a pesar de sus evidentes deficiencias, dejó algunas gratas sensaciones.

La musicalidad de los timbres del elenco de solistas definió un panorama algo descompensado, sobresaliendo indiscutiblemente las voces de Dolores Lahuerta (Lucía) y Miguel Borrallo (Edgardo). Este desigual reparto no fue impedimento, sin embargo, para que se alcanzara un nivel más que aceptable en los momentos clave de la representación, tanto en los dúos de Lucía con Edgardo (acto 1º, escena 2ª) y con Enrico (acto 2º, escena 1ª), como el famoso sexteto (final del 2º acto) o las arias Il dolce suono y Tu che a Dio spiegasti l'ali(3º acto). Por otra parte, los méritos del canto, cuando los hubo, se vieron empañados por la manifiesta falta de intensidad dramática de los personajes masculinos. En el plano instrumental, la Orquesta Filarmónica de La Mancha, bajo la dirección de Francisco Antonio Moya, mostró un sonido carente de madurez y sin la gravedad que la obra requería; se puede decir que fue resolutiva, pero no mucho más. Igualmente efectiva fue la puesta en escena: sobria, literal y, por ello, quizás algo previsible. En fin, una producción discreta, aunque digna, que -y así lo reconoció el público unánimemente- salvan las voces de Lahuerta y Borrallo.

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