Carlos Álvarez. Barítono

"Hay cosas que como cantante no he hecho y estoy dispuesto a probarlas"

  • El cantante regresa al Cervantes este domingo seis años después y en plena forma con un repertorio que incluye obras de Guastavino, Piazzolla, Ortega, Sondheim y Rodgers

Atiende Carlos Álvarez (Málaga, 1966) a este periódico recién regresado de Turín, donde ha vuelto a poner el Teatro Regio boca abajo en varias funciones con otro Don Giovanni para la historia. Su agenda luce el esplendor internacional de siempre, y aunque algo menos frenética que antaño no deja lugar a dudas respecto a su recuperación. En las últimas temporadas ha dado cuenta de su empeño en varias citas con su público malagueño, como el recital de la Sala María Cristina (donde el Ateneo le rindió además un cálido homenaje poco después) que bordó el año pasado con la soprano Bernardina del Pino. El próximo domingo, no obstante, saldará una cuenta pendiente desde 2007, cuando representó Andrea Chénier: pisar las tablas del Teatro Cervantes. Lo hará con un recital atípico en el que junto al pianista Rubén Fernández-Aguirre interpretará obras de Carlos Guastavino, Astor Piazzolla, Miquel Ortega, Stephen Sondheim y Richard Rodgers, entre otros.

-El repertorio con el regresa a Málaga presenta novedades importantes, sin arias ni zarzuelas. ¿Hay algún empeño por su parte en mostrar a un Carlos Álvarez distinto del ya conocido?

-No, es algo mucho más sencillo. Cuando uno sube al escenario para hacer una ópera trabaja con un material muy específico en un momento muy determinado. Pero en un recital todo es mucho más flexible, y en el que llevaremos Rubén Fernández-Aguirre y yo a Málaga el domingo hacemos exactamente lo que queremos hacer. Digamos que ya he demostrado mi capacidad para abordar repertorios de ópera, pero a la vez, con agrupaciones como la Orquesta Sinfónica Provincial, a veces me he permitido arrimarme a otras orillas. Mi objetivo principal al cantar canciones tan hermosas como las de Carlos Guastavino es invitar a la gente a que venga al teatro, convencer a todo el mundo de que si lo hace va a pasar un buen rato. No hay más pretensiones.

-Cuando el Ateneo le organizó el homenaje en la Sala María Cristina ya dejó claro lo mucho que le gusta el musical, y aquí le tenemos cantando a Sondheim y Rodgers. ¿Va para largo este idilio?

-Sí, me gusta mucho el musical. De hecho, hemos subvertido el repertorio escolástico que se espera de todo recital un poco por culpa de esto. En la primera parte hacemos piezas en español y en la segunda temas en inglés, ya que muchos de ellos están extraídos de musicales. Hace algo más de un año, en el Festival de Peralada, donde hice Don Giovanni, conocí a Mario Gas, que acababa de montar el Follies de Sondheim en el Español. Le transmití mi entusiasmo por este tipo de repertorio y le planteé la posibilidad de que hiciéramos algo. A un cantante lírico la tecnología de amplificación de la voz le suele resultar extraña, ajena, pero la verdad es que me gustaría llevarme esa tecnología a mi favor y experimentar. Siento que, como cantante, hay muchas cosas que no he hecho aún y me encuentro en disposición de probarlas.

-¿Y llegó aquella conversación con Mario Gas a algún compromiso en firme?

-No, no. De todas formas, el público que venga al Cervantes el domingo no debe temer: aunque cante piezas de musicales, lo haré con mi voz natural de siempre.

-Aun así, ¿no teme que un repertorio de este tipo pueda dejar en su casa a quien espera escucharle cantar Una furtiva lagrima?

-No, no, en absoluto. Como te decía, este programa está pensado justo para lo contrario, para invitar a todo el mundo a pasar un buen rato. Por más que pueda parecer exótico, tengo compañeros que trabajan en el Metropolitan de Nueva York y a la vez actúan en Broadway, y esto no les supone ningún problema, ni al público. Ya he interpretado este tipo de música en trabajos solidarios y en otras muchas oportunidades, para mí no supone una novedad.

-Juan Diego Flórez me dijo una vez que si entre los barítonos hicieran escalafones tan alegremente como entre los tenores, usted ocuparía el número uno. ¿Alguna vez esto se ha convertido en una presión para usted?

-Bueno, para empezar Juan Diego es un gran amigo mío y he tenido ocasión de cantar con él muchas veces. Pero respecto a lo que dices de la presión, no, nunca. Todo lo contrario. Para mí constituye una ventaja, porque me permite hacer cosas que de otra manera no haría. Ante todo, me siento muy privilegiado por poder dedicarme a lo que me gusta. Luego hay muchas leyendas, se habla de uno por todas partes, hay gente que pone en mi boca cosas que yo no he dicho y quien asegura haber estado conmigo no sé dónde cuando nunca ha sido así. Pero, más allá de todo esto, uno se sabe perfectamente juzgado en el preciso instante en que sale al escenario. Por más años que uno lleve en este oficio, siempre es así. Y siempre hay que estar a la altura de las expectativas.

-La crisis económica ha afectado en España de manera trágica a la cultura en general y a la lírica en particular, especialmente después de la subida del IVA al 21%. ¿Qué puede usted contarnos del resto de Europa?

-Digamos que atravesamos un momento verdaderamente dramático que sin embargo se ha incorporado ya a la vida cotidiana. Tanto en Europa como en Estados Unidos los artistas tenemos claro que si el sueldo de la gente peligra, lo último que van a hacer es comprar una entrada para una ópera. Una vez aclarado esto, conviene decir que hay diferencias de peso entre el modo en que esta crisis se está gestionando en España y en otros países. Ahora mismo vengo de Turín, donde hemos representado nueve funciones de Don Giovanni con un doble reparto, homogéneo en cuanto a calidad. Pues bien, el público agotó las localidades para las nueve funciones en pocos días. Hemos asistido a nueve llenos como al suceso más natural del mundo. Y eso ha ocurrido en un país, Italia, que también atraviesa serias dificultades económicas. A veces, durante las representaciones, pasaban las manifestaciones por la puerta del teatro. Conseguir algo así en España es hoy en día muy, muy difícil. Y ya vemos que no puede achacarse sólo a la crisis económica. En mi opinión es una cuestión de educación: si ésta fuese más importante, y no me refiero sólo a la educación musical, sino a la educación general, ni siquiera nos lo plantearíamos. No se permitiría que ocurriera otra cosa distinta a lo que pasa en Italia, o en Alemania, o en Francia, o en Estados Unidos. Pero en España todo esto nos pilla de una manera tangencial, no se entra de lleno en el asunto. Respecto a lo que dices del IVA, la subida perjudica, y mucho, a la profesión por una sencilla cuestión de derechos: hay cantantes profesionales a los que les cuesta mucho pagar la cuota mensual de autónomo, pero si no la pagas no te pueden contratar. Y si subes el impuesto un 21%, directamente estás obligando a contratar en negro. Todo esto forma parte, en fin, del ADN español, que no es muy musical.

-¿Qué alternativa a la subida de los impuestos se podría adoptar para que al mismo tiempo se evitara la pérdida de espectadores?

-Ante todo, hay que tener claro que desde la función pública no se puede hacer lo que a un director artístico le dé la gana. Hay que gestionar las cosas con un mayor equilibrio. Eso está muy claro en Estados Unidos, por ejemplo. Yo abogo por la independencia de los programadores artísticos, pero su trabajo tiene que ser corroborado. Si se deduce que una determinada programación acarrea una pérdida de abonados, los responsables deberían tener algo que decir. Lo que ocurre es que a veces los gestores públicos no tienen ni idea, ni conocen el mundo de la cultura, ni siquiera son aficionados. Hay que dejar la gestión cultural a quien sepa hacerlo y se muestre suficientemente sensible ante una evaluación de sus logros.

-Trasladado ese discurso a Málaga, obtenemos...

-Obtenemos una temporada lírica cuya evolución desde 1988 ha sido lamentable. Ahora nos encontramos tres óperas por temporada y algunas de producción local. En más de un caso se han ofrecido al público espectáculos bochornosos. Eso no puede ser, menos aún cuando en Málaga existe un público que demanda ópera y que mantiene intacta su necesidad al respecto. Yo me empeño en participar en la temporada lírica siempre que puedo para, por lo menos, intentar equilibrar algo las cosas.

-Tanto el Gobierno como la Junta de Andalucía amenazan con aprobar próximamente leyes de mecenazgo. ¿Qué confianza le merece esta unanimidad?

-Una ley de mecenazgo tiene que ser eficaz. Si no, es mejor no hacerla. Cuando vas al Metropolitan ves en la butaca de enfrente una plaquita con el nombre de la persona que sufraga ese asiento, y esa persona tiene deducciones fiscales reales. Ésto sí es mecenazgo: cualquier otra iniciativa estará destinada al fracaso. Es cierto que en España los impuestos no son nominativos salvo para la Iglesia Católica, pero nuestra legislación debería estar abierta a que esto pudiera ser así. Si Andalucía es capaz de promover una ley de mecenazgo que sirva de modelo al resto de España, yo me sentiré orgulloso, pero hay que hacerlo bien.

-¿Qué proyectos le aguardan para después del recital en Málaga?

-La agenda de marzo está que echa humo. Después de actuar el día 3 en el Cervantes, estaré el día 6 en el Auditorio Nacional de Madrid con otro recital, de carácter solidario, junto a Isabel Rey, Ruggero Raimondi y Rosa Torres-Pardo. El día 9 estaré en Córdoba con el Requiem de Fauré en homenaje a los niños Ruth y José. Y después me embarcaré en otro proyecto solidario, la grabación de un disco de dúos en el que habrá temas de pop-rock, tangos y canción española y en el que participarán varios artistas malagueños. En abril regresaré el Teatro de la Ópera de Viena con La hija del Regimiento, en junio y julio estaré en Valencia con un Otello que dirigirá Zubin Mehta y en julio cumpliré un viejo sueño: debutar, al fin, en el Teatro Colón de Buenos Aires, también con un Otello. Es un sitio en el que tenía muchísimas ganas de cantar pero he tenido que ir posponiendo la posibilidad sin más remedio. Ahora, finalmente, estoy preparado y puedo hacerlo.

-A tenor del reciente estreno de The perfect american de Phillip Glass en el Teatro Real, ¿se vería metido en un jaleo semejante?

-Bueno, he hecho ese tipo de cosas durante muchos años. Precisamente, le agradecí a Michele Placido, el director de escena del Don Giovanni de Turín, que nos permitiera a los cantantes, por una vez, hacer una ópera de una manera tradicional, digamos tal y como lo espera el público.

-Sí, pero más allá de una puesta en escena transgresora, ¿le tienta el repertorio contemporáneo vocalmente hablando? Si ahora interpreta piezas de musicales, ¿cree que haría disfrutar al público con obras minimalistas?

-Obras como Einstein on the beach me resultan interesantes, sí. Pero no sé por qué los compositores contemporáneos se empeñan en que la voz funcione en una ópera como un instrumento más. Al final, ¿qué queremos? ¿Que el aficionado que se gasta su dinero en la taquilla sea un crítico sesudo y muy formado o que, sencillamente, disfrute? El esfuerzo intelectual es importante, pero no debe privarte del placer de salir del teatro tarareando una melodía. Fíjate, hace poco nos subimos mi mujer y yo al coche y comenzamos a silbar los dos a la vez espontáneamente Don Giovanni. Eso es una maravilla, qué quieres que te diga.

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