Cultura

La lección merecida

  • 'Killer Joe', con un espléndido Mattew McConaughey, y pendiente aún de fecha de estreno en España, es la película más completa del veterano William Friedkin

Killer Joe es la carta de amor de William Friedkin al arrojo de la cultura pulp, pero también a la brillantez de la novela negra, esa que siempre ha sido impulsada por los típicos arrebatos emocionales que han guiado la mayoría de las obras de los Hermanos Coen. Porque la trama, precisamente, ratifica los argumentos del director bicéfalo. Desde la premisa inicial (un hijo y su padre que, por necesidad, planean asesinar a la matriarca de la familia para cobrar su seguro de vida) hasta la intervención de un enigmático asesino a sueldo, el último trabajo de Friedkin no para de recordar a la oscuridad de Sangre fácil, opera prima de los Coen.

En esta obra teatral escrita originalmente en 1993 por el ganador del premio Pulitzer Tracy Letts (que también trabajara con Friedkin en la abandonada Bug), se puede apreciar el interés de este escritor en las motivaciones sentimentales que guiaban la obra de Raymond Chandler, aunque también hay sitio para los descaros sanguinarios y brutales de George V. Higgins.

Desde French Connection, la sobriedad visual es un elemento que ha acompañado a William Friedkin. Entonces facilitó la creación de una dinámica narrativa bastante más realista que la que pudo elaborar, por ejemplo, Peter Yates con su implacable y lograda Bullit. Dicho estilo es el que el propio Yates aplicaría de forma magistral posteriormente en El confidente, protagonizada por un sobrio y ejemplar Robert Mitchum, que adaptaba la extraordinaria novela Los amigos de Eddie Coyle, del antes citado Higgins. Con esto se viene a decir que el innegable talento de Friedkin para la dirección de actores, para el tratado del suspense y la historia, va fuertemente ligado a las bases de la novela negra norteamericana. Incluso en su popularísima El exorcista se llega a desprender un terror literario, más cercano a la novela que al susto fácil de barraca.

En Killer Joe, Friedkin deja entrever su osada pasión por el recurso teatral, sobre todo cuando se recrea en larguísimas escenas de corte coeniano, que a priori lucen grotescas e inmundas, y que no tardan en disolverse para convertirse en un ensayo sobre las relaciones humanas. La base de este Friedkin se asenta en los pilares de la comedia negra que rodea las castas de la américa profunda (las de Texas, en concreto) para encuadrar conversaciones, diálogos y situaciones que siempre giran en torno al aire redneck, o a la simpleza de estas regiones sureñas. Todos los personajes a los que el tándem Friedkin-Letts les dan cuerda funcionan para representar los distintos extremos de este crudo retrato emocional. Mención aparte merece el killer Joe de Mathew McConaughey. Lejos de ser un duro vaquero del Death Valley (porque enfundado en un sombrero negro, como el resto de su vestimenta, cualquiera diría lo contrario), este personaje dedica sus buenos modales a preservar lo escrito, a contener los valores de una sociedad en ruinas, y a dejar de lado a aquellos que infrinjan su código moral. Sus aires de macarra se disipan rápidamente cuando se topa con la inocencia de una joven chiquilla (una reluciente Juno Temple), y es aquí cuando se denota su pasión por el ser humano. Posee la idiosincrasia de un antihéroe destinado a hacer sangrar al mundo. Así funciona sobre el papel, y la magistral interpretación de McConaughey ayuda a que esta ilusión costumbrista también lo haga sobre el trabajo de Friedkin.

Puede que por ello, por su descarnada visión del comportamiento humano, la última película de William Friedkin sea, al mismo tiempo, la más completa. Recoge el esteticismo de sus primeras obras y le aplica la sordidez de aquellas que no fueron tan elogiadas en su momento, como si lo han sido a través del tiempo. Killer Joe es un cruce entre la exaltación de la violencia de A la caza y la negritud de Vivir y morir en Los Ángeles, dos de las cintas más aparcadas del director, que aquí, en cierto modo, son rescatadas, pero no en cuerpo, sino en alma. Todo ello, claro, sigue el ritmo del Friedkin primerizo. Algunas escenas, extensas en su mayoría, no paran de recordar a cómo aquel realizador medía el tiempo con sus atemporales persecuciones por Nueva York. Por suerte, aquí todo está reciclado, pero sigue estando bajo la misma batuta que obró sus mejores cintas. No inventa nada, porque es imposible, y más cuando ha inundado la cultura popular con su famosa secuencia del abarrotado metro neoyorquino, calcada de tal forma en tantas ocasiones y de innumerables formas que si no supera el coñeo es porque le queda muy poco para hacerlo.

Friedkin renace de sus olvidadas cenizas, alimentado por las influencias que él mismo propició. Una lástima que, por ahora, no tenga fecha de estreno previsto en España. Sin duda, Killer Joe es la cinta que su director se merecía, y su público, también. De hecho, se la sigue mereciendo.

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