Cultura

Persas, griegos y fuegos artificiales

  • Con la dirección en manos de Noam Murro, Zack Snyder exprime el efecto '300' en 'El origen de un imperio'

El poderío visual de Zack Snyder, que en su momento fuera elevado a los cielos y glorificado por masas de espectadores que veían en él el auge de la era digital, hoy en día, parece ponerle en evidencia. Frank Miller, autor del cómic en el que se basaba 300, traza la acción desde una perspectiva solemne y lírica, para que la acción cuadre dentro del marco, y así se equipare un tono idílico, el que influye con su tan europea narrativa, con otro más explícito y sanguinario. Snyder trabajaría con este material, y le daría forma con esas técnicas que cree saber manejar con destreza (tal es el caso del exasperante slow motion, la cámara lenta que no solo ralentiza el tiempo, sino que, en el caso de Snyder, aletarga el metraje). El problema es que el trabajo de Miller, llevado a la gran pantalla con la pretendida grandeza visual y la pomposidad características de Zack Snyder, se pierde. El efectismo de Miller no cabe en el cine. Se idolatra su famoso cómic Sin City, pero todavía más el filme que lleva su nombre, cuando en él no solo la acción descrita resulta grotesca y desfigurada, sino que parece estar vendiendo un tebeo en forma de película, y no adaptando un poco más que interesante conjunto de historias, que al fin y al cabo, lucen como un simpático homenaje a La jungla del asfalto. Con 300 ocurre lo mismo. Se chorrea cierto realismo en esa Batalla de las Termópilas, pero poco más. Lo de ver cómo los espartanos salen indemnes (sin ningún rasguño, ojo) de casi todas sus trifulcas con los persas, combatiendo a pecho (y cuerpo) descubierto, es demencial, cuando realmente combatieron con armaduras de bronce. Todo el mérito de la película se lo puede llevar Miller bajo el brazo, pues incluso la bien lograda comparación estética e ideológica entre el pensamiento occidental y oriental es obra suya.

300: El origen de un imperio (que adapta otro cómic de Miller, Xerxes, todavía no publicado, y cuyo estreno está previsto para marzo de 2014) sitúa al espectador justo al final de la caída de la guardia real de Leónidas, rey militar de Esparta, y la de él mismo ante los efectivos persas. Aquel revanchismo que se provocara tras la Batalla de Maratón (durante la Primera Guerra Médica), encuentra su punto de inflexión a partir de aquí. El cadáver de Leónidas es decapitado y crucificado, y los persas prosiguen su avance hasta Atenas, que toman sin muchas complicaciones. La gran mayoría del pueblo griego se repliega a la isla de Salamina. La batalla que procede pues, es entre la flota persa y la griega (además de una alianza de otras ciudades-estado) entre esta vasta extensión de mar que acabaría bañada en sangre. El plantel, no dirigido por Snyder, sino por un casi novicio Noam Murro, parece orquestar la misma sinfonía de sudor, sangre y torsos esculpidos que instauró su predecesora. Es deleznable la necesidad de tratar estos pedazos de Historia como si fueran espectáculos de feria, diseñados y moldeados como fuegos artificiales, que estallan para, tras de sí,dejar una enorme sensación de indiferencia. Atrás quedaron la épica y el poderío iconográfico del peplum de principios de siglo, que encarriló trabajos y más trabajos (Gladiator, Troya...) de una carga descriptiva mucho más cercana y humana que estos engendros de la era digital que plantean un cuarto y mitad de película diseñados a través de modelados tridimensionales.

Snyder pone el dinero sobre la mesa, justo después de haber intentado resucitar, en vano, las pretensiones humanistas de Superman con El hombre de acero, que presumía de poseer la trascendencia del Caballero oscuro de Christopher Nolan, cuando no contiene ni la madurez de sus libretos ni la limitada amplitud de su eficaz realismo. Puede que con su afamada 300, que tan bien funcionó entre el público por representar el relevo de las técnicas digitales tras Matrix, la superficialidad y el tono de su obra no se acabara de dilucidar, pero tras Watchmen (otro cómic, éste de Alan Moore) y la fría y tonta El hombre de acero, cabe preguntarse si Zack Snyder realmente opera con tanta destreza. Siempre ha pretendido lanzar el cine hacia otra dimensión, acercar la fuerza de la gran pantalla a la retina del espectador, pero, como en cualquier fuego artificial, lo que parece poder tocarse se aleja para desaparecer en el olvido.

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