Cultura

Cuestión de (in)sensibilidad

  • Las claves para analizar el éxito de 'Breaking Bad' pasan por sus conexiones con el mejor cine negro, la literatura 'pulp', el 'western' y, sobre todo, las sombras del hombre contemporáneo

Los que recuerden The Wire, aquella magnífica serie que ahondaba en el Baltimore más crudo y despiadado: el infestado de capos del narcotráfico y policías de dudosa moralidad, hoy en día se debaten entre la citada y una maravilla que ya ha conquistado a un gran público por una calidad técnica y artística prácticamente insuperables: la premiada Breaking Bad.

Las claves de su éxito son diversas, pero esta serie sobre un profesor de química que comienza a elaborar y distribuir metanfetamina para mantener a su familia tras su muerte (predecida tras serle diagnosticado un cáncer de pulmón inoperable), ha planeado sobre una audiencia con miedo a la complejidad de los dramas que emplean el formato televisivo para evolucionar como realmente debieran.

En su primera temporada, se denota un ritmo frágil, inestable, y en cuyo argumento se desarrolla, nunca mejor dicho, el comienzo del mal. Se proponen tesis que suenan (demasiado) a la trascendencia de un buen Dostoyevski, y de ahí a su carencia total de intensidad. A través de una segunda y tercera temporadas que encumbran la narrativa televisiva contemporánea, donde, ahora sí, se profundiza en la materia, estudiando la composición de un hombre violento de grandes pensamientos. Es posible que el giro intimista que trata de tomar al principio de su cuarta temporada haya sido lo que más daño le ha hecho, pero no hay duda de que su culminación representa toda una victoria. La última temporada, fragmentada en dos partes para mayor disfrute de la audiencia, supone un paso más allá en la historia de la televisión. Puede que su emotivo final haya conquistado cientos de corazones, pero uno de los ejercicios de tensión más efectistas de la serie (y de los últimos años, ya sea en televisión o en cine) ha sido un peculiar asalto al tren presenciado en Buyout, sexto episodio de esta quinta temporada. Imprescindible éste.

Breaking Bad posee un enérgico potencial visual, pese a caracterizarse por una puesta en escena generalmente sobria, prácticamente encajada como una producción de autor. Este poderío comprende los suntuosos planos por los que sus protagonistas se desplazan (tanto dentro como fuera de una ambigüedad moral aterradora) y, claro está, su popularísima iconografía.

Parte de esta fuerza se halla contenida en una relación de escenas de acción y suspense agitadas bajo ciertas influencias coenianas. La frialdad del horror y el humor con la que se trabaja se deja empapar de tintes de novela negra y pulp, para culminar en una mescolanza de estilos que busca crear escuela. Se la podría etiquetar fácilmente de western moderno, del mejor cine negro, o incluso podría disfrazarse con muchísimos trasfondos sociales. En cierto modo, a través de los comportamientos de personajes que actúan según medias verdades, y de motivaciones de dudoso objetivo moral y ejecución ética, la faceta más brillante de Breaking Bad es su ensayo sobre la insensibilidad humana, en cómo la habituación a la violencia es un elemento característico de la sociedad contemporánea. La perversión del hombre se debe, en parte, a su reiterado contacto con un mundo asediado por la crueldad y el mal, y no tanto a una maldad de carácter natural.

Bryan Cranston realiza un esfuerzo sobrehumano al conseguir torturar su moral, de oprimir el bien que en un principio le movía, y que tan fácilmente se ha deformado con el paso del tiempo. El personaje de Aaron Paul representa la inversión de este ciclo, la antítesis de un protagonista que le ofrece cierto protagonismo a un secundario que pronto se desvela como complejísimo. Mención aparte merece la excelente Anna Gunn por la composición de una deleznable villana que actúa como voz de la razón en todo el asunto, por atender a los designios de una sociedad que no para de hablar sobre el bien y el mal, cuando no tiene muy claro cual de los dos está manejando.

Por la serie han pasado otros archienemigos antológicos descritos por una inestabilidad psíquica espeluznante, y un comportamiento que media entre el sadismo extremo y una inquietante (y sorprendente) sensibilidad humana. Estos villanos se reservan la bondad que su vida ha ido suprimiendo, tal y cómo lo hace el oscuro Gus Fring de Giancarlo Espósito, al que se le dibuja de una forma un tanto apática, aunque sea capaz de concebir la venganza como lo que es: un móvil moral. También resulta imposible citar en esta lista al, a fin de cuentas, entrañable Mike Ehrmantraut interpretado por un pletórico Jonathan Banks, que equipara una vida de sicario con el cuidado de su nieta. Es decir, mientras, en primer plano, la aparente complejidad de la excelente Breaking Bad recae en una decadente evolución de un protagonista que, pese a sus actos, sigue conteniendo una pequeña parte de humanidad, se procede al estudio de los últimos resquicios de sensatez que se ocultan en la violencia. Porque parece que en BB si se mata es porque trasciende, ya sea por una venganza oculta en lo más profundo del corazón, o un cariño que va más allá de las fronteras morales dictadas. Nunca ser malo había significado conocer lo que realmente existe detrás de la maldad. Ahora sí.

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