Cultura

Un estilo, un territorio

  • Seres ambiguos que comparecen a media luz habitan su literatura.

Ya cuando Le Clézio ganó el Nobel en 2008, hubo quienes apuntaron que su compatriota Patrick Modiano, cinco años más joven, habría sido una elección más adecuada, pero no se trata ahora de echar a los colegas a pelear sino de celebrar como se merece el talento de uno de los grandes escritores europeos vivos, creador de una obra personalísima que señala una cumbre de la literatura francesa contemporánea. En España Modiano ha tenido tempranos valedores como Juan Manuel Bonet o José Carlos Llop, que lo leyeron y recomendaron antes de que Anagrama, donde han aparecido sus últimas novelas, iniciara el rescate de algunas de las anteriores, pues el autor ya había sido traducido entre nosotros -benemérita Alfaguara de Jaime Salinas- en la segunda mitad de los setenta. Otras editoriales -Seix Barral, Pre-Textos, Cabaret Voltaire- tienen en su catálogo títulos de Modiano, pero hay que reconocerle a Herralde la difusión que el novelista ha logrado en los últimos años cuando hasta entonces, como ha contado el propio Llop, había sido un autor de culto.

De Modiano se ha dicho que siempre escribe el mismo libro, pero su insistencia en los mismos temas -el peso de la memoria, la identidad y sus disfraces, la reviviscencia del pasado- está lejos de una complacencia reiterativa que no explicaría por qué buscamos sus novelas, nunca demasiado extensas, con el fervor de los adictos. Los escenarios habituales de su narrativa son el París de la Ocupación que no pudo vivir -nació en la Francia recién liberada- pero ha recreado en muchas de sus obras, y la misma ciudad de los soixante -agitada, tardobohemia- en la que transcurrió su "juventud perdida". A veces hay un hilo que une ambas épocas o se extiende al presente desde ellas, pero la reconstrucción es siempre parcial o fragmentaria. La marca del escritor, el famoso estilo modianesco, se caracteriza por una aparente levedad que fía su fuerza a la ausencia de artificio. La precisión y la economía son dos de los aspectos reconocibles de una manera, aparentemente anodina, en la que conviven pasajes indagatorios, documentales y casi telegráficos -a menudo meros enunciados o relaciones de cosas, al modo de Perec- con otros que desprenden un seco lirismo, lleno de matices y sugerencias, de revelaciones insinuadas, de engaños, dobleces y medias verdades.

Ya en sus primeras novelas -la trilogía formada por El lugar de la estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación- el todavía veinteañero, aun antes de encontrar su característico estilo despojado, casi minimalista, abordó el periodo maldito y en buena medida silenciado de la Ocupación, pero la obsesión de Modiano por aquellos años infaustos no responde a una mera preferencia culturalista, sino que está estrechamente relacionada -como él mismo ha contado en Un pedigrí, la excelente narración autobiográfica en la que evocaba su infancia solitaria- con sus propios orígenes como hijo de unos padres ausentes que se desenvolvieron de la misma forma esquiva que muchos de los personajes de sus novelas: "Siempre tuve la sensación, por oscuras razones de orden familiar, de que yo nací de esa pesadilla". Es un tiempo mítico y de contornos borrosos que remite a la realidad histórica pero no se recrea abiertamente, sino por medio de sutiles referencias a las redadas, los mercadeos o los desmanes de la terrible banda de la rue de Lauriston y su red de colaboradores o meros aprovechados. Hay como una culpa indeleble, heredada, que contamina las vidas posteriores. Hay enigmas persistentes que remiten a hechos siniestros, más intuidos que mostrados.

Los personajes de Modiano -evanescentes, vaporosos, de rasgos apagados, como esbozos o borradores de una pintura inconclusa- deambulan como sonámbulos por escenarios envueltos en niebla, retratados en atmósferas oníricas y vagamente ominosas. Nunca se los define por entero, sino a partir de datos muy exactos pero incompletos, breves conversaciones, noticias inconexas o testimonios aislados: informes policiales, menciones de viejos anuarios, recortes de prensa, postales o cartas, agendas, fotografías, restos dispersos después del naufragio. Los recuerdos se difuminan o desaparecen por un tiempo o regresan a oleadas, de una manera enigmática, hiriente, perturbadora. Los lugares pierden sus antiguos contornos hasta hacerse casi irreconocibles, pero de algún modo permanecen para quien los ha vivido.

La prosa fluida e hipnótica de Modiano se sirve de un lenguaje transparente y a la vez oscuro, directo pero dotado de una enorme potencia alusiva, de imágenes muy visuales que logran su efecto sin adornos ni florituras. Ahora bien, lo modianesco, siendo un estilo, es también un territorio, habitado por seres ambiguos que comparecen a media luz, como en los encuadres clásicos del cine negro. En ese territorio los acontecimientos remotos no prescriben, aunque tampoco sean completamente desvelados, pues sus protagonistas habitan un espacio híbrido donde conviven los hechos pretéritos -o las geografías extintas- y un presente diluido que no se distingue de ellos con nitidez. Hay elementos de intriga, pero a menudo son muy tenues. Importa más el proceso de búsqueda y rastreo, la evocación del pasado que vuelve porque no ha muerto del todo, el trazado de un tiempo difuso donde los planos se confunden y la realidad, desplazada por la memoria, convive con la fantasmagoría.

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