Cultura

Su gran noche, nuestra gran noche

  • Raphael volvió a hacer del Teatro Cervantes en la primera de sus cinco noches en Málaga una ocasión para el éxtasis, reinventado y clásico a la vez

¿Raphael, otra vez en Málaga, cinco noches seguidas? Pues sí. Con casi todos los cantantes que hay pululando por ahí fuera, semejante insistencia (hace apenas dos años que el de Linares plantó el mismo envite en el Teatro Cervantes, y también se le ha visto en otras plazas en los últimos años) resultaría cuanto menos cansina; pero Raphael es otra cosa. La de anoche fue la primera del lote, y el cantante volvió a hacer del escenario, su escenario, lleno hasta los topes, el templo dionisíaco ofrecido al éxtasis al que ya nos tiene acostumbrados. Había que ver, de nuevo, como si fuese la primera vez, al público entregado hasta el tuétano, levantado de sus asientos con unánime disposición a cada gesto del divo, arrobado a cada falsa salida del artista y a cada posterior regreso, con la chaqueta al hombro. Era gente de todas las edades la que le gritaba guapo, la que movía las caderas excitada por el compás, la que sentía el pecho encogido ante el tono confesional de Raphael, que sabe como nadie partirse en escena y a la vez quedarse soberanamente entero. Cada velada de Raphael es un espectáculo, no sólo por lo que el cantante sirve en bandeja sino por las emociones que suscita. Lo mejor de todo transcurre desde el patio de butacas hasta el gallinero. Se trata de un secuestro, por derecho: Raphael gobierna las voluntades de sus admiradores, y los lleva a un lugar en el que son insobornablemente felices. Había que ver a las fervientes más aventajadas, señoras de ésas que usted se encuentra cada mañana camino a la carnicería, burlando la vigilancia del personal de la sala y grabando y fotografiando al ídolo como si de Jesús Cautivo se tratase. Decía Kurt Vonnegut que toda obra de arte debe lograr que quien la disfruta prefiera vivir, y puso como ejemplo a The Beatles. Ayer, también Raphael volvió a demostrar cómo el genio puede despertar en quien recibe sus frutos la ilusión certera de estar vivo.

La excusa tenía en esta ocasión el título De amor & desamor, un nuevo álbum para el que Raphael ha recuperado algunos de los hitos más conocidos de su repertorio con un sonido más contundente y directo. Su orientación responde a la proyección de Raphael como musa del nuevo rock independiente y le ha abierto la puerta de festivales como el Sonorama de Aranda de Duero, y sí, hay algo de mutación en la propuesta, algo intrínsecamente ligado a la naturaleza proteica del artista; pero también Raphael ha venido a Málaga para demostrar, con todo, que él sigue siendo aquél. Los responsables de trasladar este sonido a escena son cinco músicos fabulosos: Juan Pietranera (piano), Juan Guevara (guitarra), David Pérez (teclados), Ezequiel Navas (batería) y Javier Muñoz (bajo), de ejecución precisa y depurada al máximo. Abrió fuego la divertida Si ha de ser así y continuaron Mi gran noche, Provocación, Despertar al amor, Los amantes, Se fue, La canción del trabajo (con un Raphael a lo Mick Jagger en duelo de poses con Guevara), Yo sigo siendo aquél, Desde aquel día y así hasta el Escándalo, casi tres horas después, y mucho más allá. En Digan lo que Digan, afirmó el artista: "Viene a Málaga por primera vez con 14 años. He vuelto. Y seguiré viniendo, cada año, hasta el final". Seguramente, no se puede ser más grande.

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