Kiti Mánver. Actriz

"A estas alturas, ya no distingo entre oficio y vida; he dado tanto como he recibido"

  • La intérprete protagoniza en el Echegaray 'Las heridas del viento' de Juan Carlos Rubio, un trabajo por el que ganó el Premio Ceres y que sirve de vértice en su carrera

Aunque ya llevaba años partiéndose la cara en las tablas, su aparición en Habla, mudita (1973) de Manuel Gutiérrez Aragón terminó de revelar la poderosa fibra de la que está hecha esta actriz llamada Kiti Mánver (Antequera, 1953). Después vinieron la chica Almodóvar, la experiencia fagocitadora de la televisión, la popularidad y el sistema, pero ha sido en el teatro donde esta intérprete ha dado las mayores muestras de su altura, propia de maestros. Este viernes (a las 21:00) y el sábado (a las 20:00) llega al Teatro Echegaray con Las heridas del viento de Juan Carlos Rubio, uno de los trabajos más importantes de su carrera, en el que interpreta a un hombre que se enfrenta a un secreto respecto al pasado de su padre y por el que fue reconocida este año con el Premio Ceres.

-¿Qué fue lo más difícil de construir al David que protagoniza Las heridas del viento?

-Me gusta que hayas empleado esa palabra, construir, porque lo que hace Juan Carlos Rubio es precisamente una deconstrucción. Él sigue siempre la máxima de que menos es más, pero en este caso lo ha llevado al extremo. El montaje siguió un proceso de work in progress con público presente desde el primer ensayo, cuando aún ni siquiera nos sabíamos el texto, con el fin de eliminar todo lo superfluo, todo lo innecesario. Ya en aquellos primeros ensayos Rubio nos indicaba a los actores: "¡Estás actuando! ¡Vete a la nada!", porque quería llegar a la esencia de la emoción, al contraste más puro de los sentimientos que había en juego. Y ha sido todo muy edificante. Una llega a cada nueva obra con sus vicios, y con sus años de oficio, que a veces estorban más de lo que debieran, y sale de una experiencia así renovada plenamente como actriz. De modo que sí, no ha sido fácil, pero el resultado de todo esto es muy satisfactorio.

-¿Hay entonces una Kiti Mánver nueva, con el contador a cero?

-Nunca se puede negar lo que se ha hecho. El oficio está ahí, con su maleta llena de experiencias, y está bien echar mano de ella de vez en cuando. Pero que Juan Carlos Rubio me haya servido en bandeja ahora esta incomodidad es algo que le agradeceré siempre.

-¿Y ha llegado Las heridas del viento en buen momento? ¿Habría podido hacer la obra hace diez años, por ejemplo?

-El personaje al que interpreto, David, es en realidad algo mayor que yo, así que cabe la posibilidad de que vuelva a recuperarlo en un futuro. Podría hacerlo. Pero ha llegado en un momento maravilloso, en el que me he sentido más preparada para investigar. Piensa que montar una obra de unas dimensiones como Las heridas del viento cuesta entre 80.000 y 120.000 euros, y que, estando la cosa como está, lo más fácil es que se esfumen todos y cada uno sin posibilidad de recuperarlos. Por eso, que hayamos podido poner en marcha una producción así tomándonos el tiempo necesario para investigar es aún más de agradecer.

-A menudo lamentan las actrices de su generación que apenas se escriben papeles para ellas. ¿No es paradójico que sea un personaje masculino el que ahora le haya dado tantas alegrías?

-Sí, es cierto. Lo que ocurre es que el asunto de los géneros y las edades es algo muy relativo en el teatro desde hace siglos. Ya en el teatro isabelino las mujeres no podían actuar y eran los hombres quienes interpretaban los papeles femeninos. Así que estos retos se dan siempre con naturalidad. En cuanto a Las heridas del viento, te confieso que al principio me parecía un mundo, no me apetecía hacer una modernez por interpretar a un hombre. Pero en cuanto vi cuánta emoción había en juego, se me disiparon las dudas.

-¿Responde el público con facilidad a este juego de emociones?

-Sí, bueno, es que el público es un elemento crucial en la función. No hay cuarta pared, la obra empieza con mi compañero Dani Muriel dirigiéndose directamente al público. Cada espectador es un receptor directo de lo que hacemos. Y sí, la emoción se percibe en el escenario, nos viene devuelta.

-Un elemento habitual en las obras de Juan Carlos Rubio es el misterio: sus argumentos sólo dan unas cuantas claves para que sea el espectador el que complete la dramaturgia. ¿Cómo se da esta estrategia en Las heridas del viento?

-Posiblemente es en esta obra donde esa estrategia se da de una manera más consciente, más precisa. Hace poco tuve ocasión de ver otro montaje de la misma obra que hace una compañía de Miami, y es curioso porque yo misma terminé preguntándome qué iba a pasar. ¡Y fíjate si conozco bien el argumento! Creo que, más allá del texto, lo más importante de este trabajo es que genera sentimientos muy concretos. Mucha gente viene a vernos después de la función y nos agradece que le hayamos hecho sentir. La obra es como una caja y queremos que cada espectador considere que ésa es su caja. Al final, lo que hacemos es tratar a los espectadores como personas.

-Y eso significa tratarlos como a ciudadanos.

-Está relacionado, desde luego. Cuando propones al público que complete una experiencia artística, también completa una experiencia cívica. ¿Sabes?, eso se percibe especialmente bien en las cervezas de después de la función. Siempre son muy animadas, siempre se habla de muchas cosas. A menudo los momentos de después son tan buenos como la obra.

-Ahí el teatro se parece al sexo.

-Claro. El cigarrito de después.

-¿Le ha dado el oficio todo lo que esperaba de él, o ha tenido usted que darle más?

-Si este trabajo no fuera un toma y daca no tendría sentido. Por supuesto que le he dado mucho a este oficio, horas de sueño, miles de kilómetros en carretera, inseguridades, y he recibido otro tanto. Pero la diferencia del teatro respecto a otros medios es que un rito compartido. Sales de él exhausta pero a la vez llena de energía. Y entonces sí que vale la pena.

-¿Comparte la idea de que el teatro español actual vive un esplendor artístico a pesar del desmantelamiento del sector?

-Es cierto que hay gente haciendo cosas muy valiosas. Pero esto no nos puede hacer perder de vista la evidencia de que el panorama es nefasto. Los que cobramos por hacer esto ya somos cada vez menos, y en las salas y espacios alternativos casi se trabaja por amor al arte. Esto no puede ser. Se han destruido 25.000 empleos y todo empieza a cansar demasiado. Mantener el IVA al 21% es, además de un castigo inmerecido, una salvajada impropia de países desarrollados.

-¿Qué vida le espera después de Las heridas del viento?

-A estas alturas ya no distingo entre vida y oficio, así que lo que espero es más trabajo. Tengo por delante otros dos montajes con Juan Carlos Rubio, con quien llevo trabajando ya diez años, y el estreno de la película Las ovejas no pierden el tren, de Álvaro Fernández Armero, el mes que viene. Ya ves, tengo motivos para la felicidad.

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