Cultura

En una atalaya de cuerdas

  • Chano Domínguez y Niño Josele pusieron el domingo un broche inolvidable al Festival Internacional de Jazz en el Teatro Cervantes

Ya apuraba la clausura del 28 Festival Internacional de Jazz cuando el arte en su máxima expresión engalanó el Teatro Cervantes de un sublime sprint final el pasado domingo. Disputado por dos corredores de primer nivel, cada uno en su materia pero inexcusablemente destinados a encontrarse, Chano Domínguez y Niño Josele hicieron de su unión un perfecto atalaya erigido exclusivamente por cuerdas, ébano y marfil.

Por obra y gracia de Fernando Trueba, el encargado de materializar el fortuito encuentro entre el gaditano y el almeriense en el álbum Chano y Josele, el dúo conjugó la maestría al piano de Domínguez y el torrente de Niño Josele, que a juzgar por el potencial desplegado a la guitarra, poco o nada le queda del cariñoso calificativo. Juntos amenizaron una velada en un lenguaje que sólo ellos conocen y por el que están condenados a entenderse a través de grandes sonatas de jazz, bulería e incluso pop. Del inusitado repertorio brillaron con luz propia Django, hecho a medida por el famoso compositor John Lewis, la balada de Je t'attendrai por la que la Catherine Deneauve lloraría desconsolada en Los paraguas de Cherburgo o el insospechado préstamo del Because de Lennon y McCartney, que en lugar de sonar a nueve voces como su predecesora, la Chano y Josele lo haría a 226 y 6 cuerdas respectivamente.

Quién sabe si por la timidez del Niño, fue Chano Domínguez el encargado de convertirse en maestro de ceremonias sobre un escenario más que fetiche para el gaditano. De este modo pudo presentar lo que sería el primer experimento salido del insólito laboratorio de Trueba: que Josele interpretara una composición del Chano a la guitarra (la colombiana Alma de mujer, que en palabras de su progenitor, "supera la original") mientras que éste haría lo propio al piano con un tema del almeriense (¿Es esto una bulería?, su genuina y virtuosa reinterpretación flamenca). La velada la despediría, como no podría ser de otra forma, el maestro Paco de Lucía. "La única forma de mantener viva la memoria del maestro es seguir tocando sus canciones", confesaría Chano poco antes de interpretar junto a Josele Canción de amor, sublevando a los asistentes de sus butacas. En momentos de tal oficio y precisión, el Teatro Cervantes parecía mantenerse en pie cuando en realidad, lo que estaba, era a un palmo del suelo.

Como la batalla entre el león y la serpiente que inmortaliza el parisino Jardín de la Tullerías, ambos instrumentos discernieron a la perfección entre cruces de miradas cómplices y silencios sobrecogedores. Una lucha de titanes en cada composición donde quién sabe si la precisión y la garra del piano de Chano traspasaban las barreras de lo terrenal o de que materia estaban hechos los dedos de Niño Josele aquella noche. Dos titanes encantados de conocerse, de encontrarse y de transfigurar juntos un jazz flamenco que, no se equivoquen, no entiende de categorías.

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