Cultura

El teatro es memoria

Centro Cultural Provincial. Texto: José Sanchis Sinisterra. Dirección: Sonia Cano. Reparto: Rocío Rubio y las voces de Carlos Alberto Diego, Virginia Muñoz, Miguel Ángel Martín, Salvador Reina, Blanka Nicolás, María del Mar Peláez, Óscar Romero, Eduardo Duro y Juanma Lara. Aforo: Un centenar de personas.

Dos décadas después de que Sanchis Sinisterra la escribiera, inspirado en ciertas causas candentes que había descubierto de primera mano en Latinoamérica, Valeria y los pájaros ha tenido una nueva oportunidad de la mano de este montaje de factura malagueña, estrenado el pasado abril en la Escuela Superior de Arte Dramático y ahora recuperado para el Centro Cultural Provincial. El mismo Sanchis Sinisterra comentó en aquel estreno que la obra no había logrado encontrar su traducción correcta a la escena, pero que el trabajo de Sonia Cano había venido a cerrar el círculo. En esencia, Valeria y los pájaros se nutre de uno de los elementos claves en la dramaturgia del valenciano, y que comparte con ¡Ay, Carmela!: la memoria, expresada a través de la presencia fantasmagórica de personajes del pasado que vuelven a clarificar cuestiones oscuras del presente. Aquí, la médium Valeria busca a un antiguo amor desaparecido y en su viaje al Más Allá encuentra a otros muchos olvidados que tuvieron que ver con él. A lo mejor hay que admitir que Valeria no es uno de los mejores textos del gran Sanchis Sinisterra: su planteamiento es altamente original, pero su resolución dista bastante del alma y el genio de ¡Ay, Carmela!, El lector por horas y hasta otras más recientes como Próspero sueña Julieta. Aun así, no deja de ser representativa del ideario teatral y estético de su autor. Lo que no es precisamente poco.

El montaje de Sonia Cano se enfrenta a una gran dificultad técnica, con la estupenda actriz Rocío Rubio sola en escena y en constante conversación con otras voces, bien solapadas a través de llamadas telefónicas, bien explícitas mediante grabaciones, a lo que hay que unir numerosos efectos de luz y sonido para evocar las apariciones. Si en el texto la multitud de personajes resta poderío a las intenciones, el espectáculo se resiente de la obligada atención que se presta al despliegue técnico en detrimento del ritmo y el matiz. Se echa de menos un trazo más fino. Pero el resultado sale airoso. Y la memoria, restablecida.

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