alberto gonzález. escritor y actor

"El primer mandato al escribir y actuar es el mismo: no aburrir nunca"

  • El autor debuta en la novela con 'El escritor sin historias', que acaba de publicar el sello ETC Libros

Una conversación sobre el clima con una cajera en un supermercado prendió en Alberto González (Badajoz, 1954) la mecha para El escritor sin historias, su primera novela. El autor, que reside en Benalmádena, ha dedicado su vida al teatro y a la enseñanza (también ha participado en películas como Poniente de Chus Gutiérrez, El camino de los ingleses de Antonio Banderas y El baile de San Juan de Francisco Athié; así como en numerosas series de televisión), y también tiene algún volumen publicado en su haber (la monografía Dictadores en el cine. La muerte como espectáculo, escrita al alimón con Jaime Noguera). Sin embargo, El escritor sin historias constituye el primer episodio (material) por derecho de una trayectoria literaria que merece todas las atenciones. González se ríe de la página en blanco y escribe sobre sí mismo, o alguien que dice ser él mismo, sus rutinas y sus paisajes, en un objeto que no puede ser sólo autoficción y en el que se cuelan personajes como un proverbial frigorífico alemán, una pirámide mexicana, Adriano Celentano y un escritor desconocido. Pero la verdadera protagonista de El escritor sin historias es la misma escritura, como oficio ordenador y creador del mundo.

-¿Qué hay del Alberto González actor en el escritor?

-Dicen de mí que soy un actor versátil. Y no sé si es verdad, pero el caso es que me lo he acabado creyendo, y lo cierto es que en la novela hay una variedad de registros, de lo cómico y lo humorístico a la reflexión filosófica. Todo esto tiene que ver con algo que todo actor debe aprender y que a la vez es algo innato: la sagrada de obligación de no aburrir nunca. No hay nada más deprimente que ver a un espectador bostezando desde el escenario. Cuando pasa algo así lo primero que haces es echar la culpa al director o al autor, pero después, sin más remedio, te sientes concernido. Y con la literatura sucede igual: aunque el escritor escriba sobre sí mismo, o consigo mismo, o para sí mismo, no debe olvidar nunca que alguien puede leer su obra. Es una falta de respeto hacer que alguien pierda su tiempo inútilmente.

-¿Pondría un modelo al respecto sobre la mesa?

-Hace mucho tiempo leí el Quijote, cuando me preparaba las oposiciones para profesor de lengua y literatura. Pero hace poco me lo bajé en la tablet, leí el primer capítulo y se me pusieron los pelos de punta: por primera vez lo estaba leyendo como escritor, y percibí toda la fluidez, el ritmo de la obra. No hay un solo capítulo sin diálogo. Cervantes era muy consciente de esto, hay una sencillez aparente pero todo fluye, con un ritmo prodigioso. Todo transcurre de manera muy natural. Eso me impresionó.

-Dice Antonio Muñoz Molina que la ficción siempre queda superada por la vida. ¿Lo comparte?

-Sí. La naturalidad implica ausencia de esfuerzo. Al menos, de esfuerzo aparente. Sería absurdo poner los andamios a una obra de arte o un edificio ya terminado: hay que quitarlos para que la obra se vea, y una vez retirados ya no se percibe el esfuerzo. Todo queda debajo. Pero hay autores que no terminan de aquilatar bien lo de dentro y fuera. A la hora de escribir es importante no hacerse demasiadas preguntas inútiles. No hay teoría literaria, nada de eso sirve cuando se escribe. No niego que exista un placer intelectual, pero es un placer muy distinto del de la creación. Siempre se parte de cero, todo está escrito pero a la vez no hay nada escrito. Las influencias, que vengan: ya se irán.

-Quizá con estas prerrogativas la figura del escritor sería menos respetada, y menos rentable.

-La culpa de todo esto la tiene el Romanticismo, que también es culpable de muchas otras cosas. No entiendo la deformación romántica de la imagen del escritor, basada en el sufrimiento. La creación es un acto de placer. Si sufres, por debajo hay un fondo judeocristiano que te advierte de que si creas algo no puedes gozar, porque si gozas te equiparas a Dios. Pero Dios no existe, así que el acto de crear debe ser siempre placentero. Yo no le tengo miedo a la página en blanco. Si una frase no viene, ya vendrá. Prisa, no tengo. ¿Qué puedo contar? No lo sé. Empieza por lo obvio, luego ya veremos. Lo bonito es perderse en tu propia escritura. Para un artista no es bueno ser demasiado consciente. Hay que artistas que aseguran que más que crear, reflexionan. Pero para reflexionar ya están los filósofos. Escribir o pintar son tareas bien distintas.

-¿Y qué ha encontrado usted perdiéndose en su escritura?

-Seguridad. He aprendido que no hay prisa. Que no soy tan lento escribiendo como pensaba. Y el placer inefable de la corrección. Ser obsesivo no hace daño a nadie, ni a uno mismo. En este sentido, hay dos pasiones cuya vinculación es irrenunciable: follar y escribir.

-¿Habrá más libros, aunque sean también sin historias?

-Por supuesto. Tengo ya listo un volumen de relatos que he empezado a mover. Como quería Walt Whitman, este camino ya sólo puede conducir hasta la muerte.

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