Exposición

El intermediario incompleto: una poética del fragmento

  • David Escalona presenta en la Sala Iniciarte 'Para qué quiero pies', una feroz aproximación al mito.

Para qué quiero pies, la exposición que inauguró ayer David Escalona (Málaga, 1981) en la Sala Iniciarte del Palmeral de las Sorpresas, tiene muchos orígenes en cuanto que se nutre de muchas fuentes. Pero uno de los más claros es la sentencia que dejó escrita Frida Kahlo junto a sus dibujos de extraños seres alados: "Pies para qué los quiero si tengo alas pa' volar". El paisaje armado por Escalona constituye una aproximación exacta al momento justo en que la artista pierde su pierna y aparece entonces el ala como una repentina formación, según escribió José Ángel Valente; y de aquí, al mito, en su acepción más poderosa y firme. Todas las instalaciones de la muestra remiten al fragmento desprendido, el miembro herido, la talla incompleta , el cuerpo disperso, la asunción de la tara que permite, en la plenitud del poema, ver en cuanto descubrir. Y Escalona, que ya había dado argumentos de sobra para reconocer en su obra uno de los mejores episodios del arte contemporáneo en España, ahora confirmados, aborda la carencia con una voluntad heroica, a la manera nietzscheana, de conectar, conjuntar y comunicar: de hallar, al fin, y a pesar de lo que falta, una naturaleza. Ya sabíamos que la suma de las partes nunca puede ser el todo, pero ¿cuál será el resultado de la operación cuando comprendamos que ni siquiera disponemos de todas las partes? ¿Que, incluso, es necesario dejarse los pies, las manos, el torso, los dientes o los ojos en el punto de salida para emprender el viaje?

En su revelador texto para el catálogo, el crítico y profesor de la Universidad de Vigo Alberto Ruiz de Samaniego cita a Platón: "El poeta no es más que un cuerpo intermediario del dios". Y Escalona advierte, cargado de razones, que a este cuerpo le faltan pedazos. Con ello llega a la misma conclusión que Kahlo respecto a los pies y las alas, pero se atreve a ir aún más lejos al disparar al mito. La primera pieza que recibe al visitante es un vídeo en el que una antigua representación de Mercurio, perteneciente a los fondos del Museo Arqueológico de Málaga, es manipulada como si de un raro animal se tratase; y es que el mensajero divino, raudo emisario del destino, nos es más que un tronco sin cabeza ni miembros: lo poco que el tiempo, al cabo, ha dejado intacto en su anatomía.

Una pieza clave en este sentido es El carro de Apolo: una silla de ruedas bañada en oro, anclada en un círculo de trigo y custodiada por unas urracas plantadas como esfinges disecadas. Al fondo, tras el cristal, acontece el mar, que forma parte del escenario; el propio Escalona recuerda que el carro adquiere en el mito la prefiguración del sol, sobrepuesto aquí al Mediterráneo como si realmente surcase el orbe celeste. En el suelo, el trigo, en memoria del poema de Alberti que también hizo suyo Frida Kahlo: "Creyó que el trigo era agua". Y una revelación: al visitar la sala para preparar la exposición, sintió David Escalona el impulso de incluir el trigo entre los materiales para su proyecto. Y la poeta Chantal Maillard, con quien el artista ha trabajado en ocasiones anteriores, le recordó que justo donde hoy se ubica la Sala Iniciarte se alzó una vez el silo del Puerto. Nada más oportuno, por tanto, que el trigo. La descomposición actúa en el poeta como quiso Platón: permitiéndole observar en el espacio mucho más allá de lo que el tacaño presente revela al resto. El cuerpo intermediario del dios, en su ineficacia, ve en un tiempo el pasado y el futuro, lo que fue y lo que será, porque ésta es, de hecho, la transición a la que se ve sometido: el hueco denuncia que el fragmento estuvo una vez en su sitio.

Barras de ballet con versos en Braille, dientes en los pomos, y el vacío. Así se construye el poema. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios