Cultura

¿De qué huye, Doctor Christian?

  • Fernando Clemot propone en 'Polaris' una novela llena de misterio y simbolismo que precisa de un lector activo, una intriga en la que también atrapa la destreza del autor con el lenguaje.

Polaris de Fernando Clemot. Salto de Página, colección Púrpura. Madrid, 2015. 192 páginas. 15,90 euros

Océano Ártico, 1960. Un carguero de prospecciones llamado Eridanus se dispone a fondear algún punto en la costa de Groenlandia. Su tripulación ha partido de Islandia siguiendo las instrucciones de la empresa naviera a la que pertenece, la misteriosa La Central (no conocen a sus altos mandos, y sólo obedecen órdenes impresas en cartas que el capitán ha de ir abriendo durante el trazado de su ruta), pero un brusco giro de los acontecimientos los ha desviado a la isla de Jan Mayen, en Noruega. A esta isla la precede una historia turbulenta, de inviernos terribles y temporales memorables, desde que su descubridor en el siglo XVI, un monje irlandés, la confundiera con el mismísimo infierno. Bien la conoce el doctor Christian, el personaje principal de Polaris, como sabe también que aquella se ha tragado a numerosos pescadores, muertes desdichadas como las de diversos marineros en distintas expediciones. Pero después de haber sido olvidada y deshabitada durante dos siglos, Jan Mayen sirvió de base a los americanos para establecer allí una estación de radionavegación en la Segunda Guerra Mundial, que bautizaron como Atlantic City y que sigue activa cuando el Eridanus se aboca a sus costas.

Y es aquí donde todo en el barco cambia. Algo está pasándoles a sus tripulantes: una ola de violencia los invade, los camarotes se tornan calabozos y dos matones de La Central se embarcan con ellos para interrogarlos. Quieren saber qué ha pasado, qué está pasando, o eso al menos, quieren hacerles creer. Así, uno por uno van sacándoles las palabras a puñetazos, con amenazas y ciertos métodos poco ortodoxos, sin dejarse ver el rostro. Y en este punto empieza la novela, en medio de un silencio insólito en cubierta y alguien -que narra- encerrado en un cuartucho. La embarcación está fondeada, no tiembla como debe hacerlo habitualmente, nadie parece moverse en los pisos superiores y el barco se asemeja a un cadáver. Descubrimos que el narrador está siendo interrogado.

El doctor Christian, el médico a bordo, es quien nos cuenta la historia: asistimos a su interrogatorio, una narración a varias voces, donde pasado y presente se mezclan sutilmente; donde el enfermo de ansiedad que es el doctor, superviviente de la Segunda Guerra (ya descubrirá el lector los pormenores) y un ser atormentado por cuanto carga a sus espaldas, será quien nos traslade la serie de enigmas que componen la novela. Toda ella es la larga conversación del doctor con los dos emisarios de La Central, aunque el autor entreteje a la perfección intervenciones del resto de tripulantes (la de Harris, uno de los oficiales, será fundamental), reflexiones del protagonista y diálogos en voz alta. Asimismo, todo lo que narra Christian está envuelto en misterio: la ansiedad lo carcome y necesita cada vez una dosis mayor de sus pastillas, la sorpresa en la rutina lo debilita y nosotros como lectores no sabemos a quién tenemos delante ni con quién nos la estamos jugando mientras se suceden los capítulos (sin título, sin pistas); no sabemos si queremos estar de su parte o no.

¿Quién juega con quién? ¿quién huye de quién, La Central del médico desahuciado o éste del gigante manipulador? Les diré que tardarán en descubrirlo. Tardarán en saber por qué es él el protagonista, por qué sus vivencias con el Eje retornan ahora al divisar Jan Mayen, por qué se superponen escenas dolorosas (el dolor retrospectivo, que no el arrepentimiento, juega un papel muy importante en Polaris) de tiempos distintos. Con todo esto crea el autor una atmósfera densa dentro del barco que lo sobrepasa y alcanza a quien lee, que reconoce el peligro que acecha en cada rincón del buque y que desconoce qué ocurre pero lo intuye importante y se siente fuertemente atrapado. Pronto se hace una con el ritmo de la narración, apresada por las impresiones físicas y el ambiente logrado de presión y de amenaza.

Y es que Polaris está construida sobre la base de varios misterios sin resolver -al ritmo propio de la lectura, quiero decir-, el juego con las cuestiones morales, el miedo colectivo como fundamento de la modernidad, el control ejercido por el poder, el traumático recuerdo de la Guerra; y en torno a una compleja simbología que se va desplegando ante el lector a su debido tiempo. Porque el simbolismo es central en Polaris, desde el título de la novela, pasando por la mencionada La Central, las alusiones al hongo de la bomba atómica, la radio impenitente que arrulla a los marineros así estén en Groenlandia como en el mar de Alborán, los nombres de las constelaciones… Nada vive en esta novela por casualidad, es el tipo de novela que precisa de un lector activo y predispuesto: la información se nos da con cuentagotas (aunque esto lo descubrí como lectora más tarde, cuando ya estaba en disposición de saber qué era relevante y qué no para reconstruir la historia) y no en el orden convencional.

Es muy difícil sustraerse de los misterios que surcan Polaris, y cuando escribo esto todavía revivo la emoción de la lectura, donde mucho tiene que ver la destreza de Fernando Clemot con el lenguaje para lograrlo. El misterio te envuelve pero también el lenguaje te atrapa, la narración. Es preciso, riguroso, no siendo amable ni complaciente con el lector. Y cuando el lenguaje adquiere esta relevancia es cuando sentimos que estamos ante una novela importante, extraordinaria. Pueden comprobarlo y deberían comprobarlo. Lean la última novela de Fernando Clemot (Barcelona, 1970), que acaba de publicarse en la colección Púrpura de Salto de Página, ésa que está reuniendo poco a poco lo más granado de la narrativa contemporánea en español.

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