Cultura

María Rosa de Gálvez: el futuro escrito

  • Apenas un lustro bastó a esta malagueña sobrina de ministro y prima de virrey para convertirse en dramaturga de referencia durante la Ilustración.

Claros del bosque.

En la vida de quien escribe se impone la vida; la literatura, en la teoría, se debe reservar para los libros. Sin embargo, en algunos casos lo novelesco -nunca lo ficcional, nunca lo inventado- suma asombros a la biografía de ese que escribe, de esa que escribe. La biografía de la dramaturga malagueña María Rosa de Gálvez se inicia con la literatura: no con la que firmará décadas más tarde, sino con aquella que envuelve su nacimiento. Ocurre en Málaga, en el verano de 1768, no se precisa si en la capital de la provincia o si en el pueblo de Macharaviaya. Los Gálvez y Ramírez de Velasco, una familia adinerada de la Axarquía, rescata a la niña del hospicio; y así María Rosa de Gálvez crece junto a una madre adoptiva con parientes célebres -sobrina de ministro y prima de virrey-, y con un padre adoptivo coronel del ejército, de quien los estudios nos cuentan que se trataba -en realidad- de su padre natural.

Este punto novelesco -pero sin lo ficcional, pero sin lo inventado- marca a María Rosa de Gálvez ya desde su origen. María Rosa de Gálvez añade a sus herencias la de la Ilustración y se entrena en la poesía, todavía no se ha atrevido con el teatro. Transcurre mientras transcurre su vida, y ocurre como ocurre en tantas vidas de escritores cuyos días se confunden con los días sobre los que escriben: se casa y rompe al poco tiempo con su marido, que ha dilapidado la herencia de María Rosa, y ambos se trasladan a Madrid, donde se instalan por separado, y ella termina de definir quién aspira a ser y cómo aspira a serlo. La experiencia del matrimonio le serviría para recrear su personalidad -la de un adicto al juego- en El egoísta; en ella lo convertiría en Sidney, el protagonista mentiroso.

Se despierta el siglo XIX, y María Rosa de Gálvez quiere escribir y quiere además, a diferencia de muchas de sus coetáneas más discretas -décadas aún hasta que nazcan Emilia Pardo Bazán, Ángeles Vicente o Carmen de Burgos-, alzarse como escritora con el mismo reconocimiento que lograría un hombre con su mismo trabajo y, quizá, talento menor. Apenas un lustro -muere en Madrid en 1806- bastará a María Rosa de Gálvez para convertirse en dramaturga de referencia, además de para definirse con cierta arrogancia -y, ahora sí, mucho de ficción- como la primera mujer española en dedicarse a la escritura teatral. Traduce a autores franceses, aunque defiende la originalidad de los españoles al margen de influencias extranjeras, y firma una quincena de obras dramáticas en las que se prueba en todos los géneros: la comedia, la tragedia, la zarzuela, las piezas más breves... Más de la mitad de sus textos se estrenan en vida de la autora -varios de ellas regresarán a la escena poco después de su muerte-, ocupan teatros de prestigio como el del Príncipe o el de los Caños de Peral, gozan del favor de los críticos de su tiempo... En 1804, con treinta y seis años, María Rosa de Gálvez compila en tres volúmenes de Obras poéticas toda su obra literaria, de un género u otro pese al título. Se puede aplaudir a la escritora malagueña, y se le puede leer: ha logrado esa posición a la que aspiraba, y que resultaba tan inaccesible para una mujer de su época.

Hay varios destiempos en la obra de María Rosa de Gálvez; varias intenciones que se adelantan a un tiempo en el que quizá sí hubieran obtenido apoyo y complicidades. Las obras dramáticas de María Rosa de Gálvez -que también escribió poesía, un género en el que se mostró cercana en exceso a sus modelos- parten de las mismas intenciones que Leandro Fernández de Moratín, en cierta forma su maestro -María Rosa de Gálvez imita La comedia nueva en su obra Los figurones literarios-, y de quien hereda ese tono múltiple que pretende entretener y divertir al espectador, criticar la sociedad de su época y lanzar un mensaje moralizante. En cambio, María Rosa de Gálvez se distancia de la norma neoclásica en lenguaje y, sobre todo, en discurso. Elementos románticos todavía ajenos a nuestra literatura se revelan habituales en la de esta dramaturga: el gusto por el exotismo, la comodidad en la tragedia, la presencia de un yo -con cierto sesgo autobiográfico- en busca de la libertad y la independencia...

El paso adelante más firme de la obra de María Rosa de Gálvez es aquel relativo al papel de la mujer en ese cambio de siglos, y a su tratamiento en la literatura. Nada existe sin nombrarse, nos recuerda la autora a cada decisión, y por eso cede sus palabras a aquello que desea que suceda. Las voces de sus obras se escuchan siempre en femenino -y se escriben siempre, ahí la novedad, desde lo femenino-, y sus protagonistas se niegan a los matrimonios forzados -incide en ello en La delirante o Un loco hace ciento-, y se suicidan -en Blanca de Rossi, Florinda o Safo- porque la vida sin libertad no merece la pena. "¿Por qué no ha de gustar de mí madama Inés? ¿Quién se lo ha dicho a vuestra merced? ¿Cómo? ¿Por dónde se puede imaginar? ¿Sabe vuestra merced lo que ha dicho? ¿No gustar de mí? ¿Repugnancia a unirse conmigo?", protesta el Marqués a Don Lesmes en Un loco hace ciento, incrédulo ante la posibilidad de que la mujer con la que pretende casarse pueda resistirse a hacerlo. Las mujeres de María Rosa de Gálvez abogan por el amor sin ataduras, igual que ocurrió con la propia escritora, que intentó escribir y vivir y querer como le dio la gana, y que recibió a cambio la incomprensión y los prejuicios de la época.

La vida de María Rosa de Gálvez la inundó la literatura: aquella que escribía y aquella que la escribía, en cierto modo. Hablar sobre María Rosa de Gálvez implica mencionar a la escritora y traductora malagueña Aurora Luque, que en 1997 apelaba -en la antología Ellas tienen la palabra, con selección de Noni Benegas y Jesús Munárriz, y publicada por Hiperión- a un compromiso "político" que entendía "muy concreto y delimitable" al ámbito literario. "Estoy invirtiendo alguna energía personal en hacer más visibles las figuras y las obras de ciertas escritoras del pasado ignominiosamente olvidadas o postergadas o mal leídas", explicaba. Entre otras, Aurora Luque citaba entonces a María Rosa de Gálvez; ha preparado una biografía y diversas ediciones de su obra -no es difícil conseguir Holocaustos a Minerva, una antología que la Fundación José Manuel Lara publicó en 2013-, y promovió el estreno en 2006 de Bion, una ópera de cámara con música de Étienne Nicolás Méhul y libreto traducido por María Rosa de Gálvez, en una versión muy libre que la convierte en recreadora del texto.

«Estoy bien segura de que la posteridad no dejará acaso de dar algún lugar en su memoria a este libro, y con esto al menos quedarán premiadas las tareas de su autora». Lo intuyó María Rosa de Gálvez en el prólogo a sus Obras poéticas, y lo recogió dos siglos más tarde Helena Establier, profesora de la Universidad de Alicante. La fama entre sus coetáneos y el olvido de los futuros; una sociedad en la que las mujeres decidieran por sí mismas... ¿Se cumplió aquello con lo que María Rosa de Gálvez había soñado?

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