Cultura

En casa de Chéjov

Para llegar al ático hay que subir quince pisos. Una vez arriba, desde lo alto de este edificio de Playamar en Torremolinos, el mar se percibe en calma mientras la luz empieza a declinar. Pero antes de salir a la azotea, por aquí y por allá se desplazan personas de distintas edades sumidas en un trace hipnótico, evocador, en cierta medida, de El ángel exterminador de Buñuel: hay quien se maquilla con detenimiento delante de un espejo, quien entra y sale de la cocina repitiendo unas frases sin aparente sentido, quien realiza precisos ejercicios de vocalización y quien entrena unos arrumacos contra una pared. El ambiente se corresponde justo con los momentos previos de un ensayo general, y Chéjov se cuela en cada esquina. Es la hora: el dúplex se convierte, con sus dos plantas, en una sala de teatro. Y la historia de Konstantin, el escritor mártir de La gaviota, sucede intacta y desoladora, como debe, en este enclave doméstico donde las distancias se acortan sin remedio. El ático es el último episodio de una historia que, en los últimos años, ha cobrado una especial vigencia: el traslado de las artes escénicas a los hogares particulares, un fenómeno que cuenta con el beneplácito del público mientras, de manera paradójica, o tal vez consecuente, las salas tradicionales afrontan una abultada pérdida de espectadores y obstáculos cada vez más sólidos a la hora de poner en pie una programación. La provincia de Málaga ha conocido otras experiencias anteriores en esta línea, como la que la compañía Trasto Teatro prodigó durante años en un piso del barrio capitalino de Teatinos. Pero este ático promete ser, además de nuevo, un capítulo distinto. Así se entiende al asistir al ensayo general de La gaviota de Chéjov, un montaje que tendrá su estreno, como la sala, el 4 de septiembre y que se representará con dos funciones semanales durante todo el mes.

El dúplex es, claro, la casa de alguien: en él vive Cristina Fernández, profesora y director del instituto Los Manantiales de Torremolinos. Y es ella, amante del teatro, quien ha ordenado la metamorfosis de su domicilio en templo favorable al arte escénico. Fernández firma la adaptación del texto de Chéjov, se encarga de la coordinación del montaje y participa además como actriz: todo según la más estricta querencia al home made. El pasado mayo, Fernández participó en un curso que los mentores de la madrileña Casa de la Portera (proyecto escénico pionero en el cariz hogareño que ha inspirado a numerosas iniciativas de este tipo en toda España, y que recientemente se vio obligado a cerrar sus puertas) impartieron en el Centro Cultural Provincial, donde desvelaron las claves de Ivan-Off, uno de sus montajes más celebrados, también a partir de Chéjov. "Fue entonces cuando se me ocurrió que podíamos hacer lo mismo en casa. Reuní a un grupo de amigos que conocí en aquél y otros de los muchos talleres de teatro en los que he participado, les propuse mi proyecto y aceptaron. Así que nos pusimos casi de inmediato a trabajar en La gaviota con idea de representarla en mi ático", explica al respecto Cristina Fernández, quien decidió llamar a un antiguo compañero en funciones docentes "para que se hiciera cargo de la dirección, porque para nosotros era importante que el resultado tuviese una factura lo más digna posible dentro de nuestras posibilidades". Su compañero no es otro que el actor Alberto González, referencia clave en la historia del teatro malagueño del último medio siglo, visto en películas como El camino de los ingleses y La isla mínima y profesor de instituto como Fernández. El intérprete, que ha trabajado a las órdenes de los mayores directores del teatro español, aceptó el envite y gracias a La gaviota ha vuelto a dirigir treinta años después: "El mayor reto venía del hecho de tener que adaptar una obra pensada para su representación a la italiana a un espacio como éste. Evidentemente, la adaptación ha sido en este sentido muy libre: no hemos respetado ni una sola acotación. La clave principal me la dio Michael Caine: less is more (menos es más). Se trataba de aprovechar los recursos al máximo, y eso lo hemos conseguido ensayando cinco horas al día durante todo el mes de agosto. El proceso ha sido un cursillo avanzado de interpretación para todos, porque además, en distancias tan reducidas, he dirigido el trabajo de los actores muy en corto, como si tuvieran una cámara delante".

La función se establece en dos espacios distintos: los dos primeros actos de La gaviota transcurren arriba en la azotea y, al término de los mismos, el público es conducido a la cocina y el comedor, en la planta inferior, donde se representan los dos últimos actos (de manera similar a como sucedía en la Casa de la Portera). Cada representación admite un aforo máximo de 25 personas, y Fernández señala que la acogida del público, traducida en reservas, ha sido "mucho mejor de lo esperado, tenemos ya casi todas funciones con las entradas agotadas". La dueña de la casa explica igualmente que, más allá de lo artístico, al principio "nos surgieron muchas dudas de tipo legal: ¿Podemos hacer esto? ¿En qué condiciones? Pero hemos contado con personas que nos han asesorado y lo que al principio parecía un lío importante poco a poco se fue despejando. Ahora, hacer esto es para nosotros como organizar una fiesta en casa".

Quizá la principal distinción de este ático (que no dispone de nombre propio como sala teatral; se trata, simplemente, del ático de Cristina, lo que refuerza su vocación doméstica y obedece, tal vez, más allá de la tiranía de las marcas, a cierta índole libertaria; lo cierto es que al espectador le resultará fácil sentirse aquí como en su propia casa) respecto a otros hogares entregados al delirio dramático proviene del amplio reparto implicado en La gaviota, con nueve actores para los nueve personajes principales de la obra: Javi Verdaguer (Konstantin), Violeta Linde (Nina), Cristina Fernández (Irina), Pascal Güet (Boris), Vicky León (Masha), Antonio Caparrós (Piotr), Valentín Robles (Evgueni), Maribel Terrón (Polina) y Fran Campos (Semión). La producción cuenta además con la participación de la regidora María Muñoz, la diseñadora de vestuario Yolanda Luna y el músico Pedro Linde en la composición de la banda sonora del montaje. Hay así en el equipo un abanico notable de registros, experiencia y grados de veteranía, pero esta disparidad juega siempre a favor de la obra y su naturalismo esencial. González subraya la traslación acometida respecto a las leyes escénicas del XIX para la adaptación a un espacio tan singular como una cocina contemporánea (mientras interpretan la obra, los personajes se sirven una copa o se preparan un sandwich), pero al mismo tiempo Chéjov respira entero en su misterio: curiosamente, los silencios que emanan de cada parlamento resultan aquí más elocuentes, más decisivos a la hora de dejar claro que nada de lo que dicen los personajes, encerrados como animales en unos sentimientos que no comprenden, tiene sentido. Lo mejor de este ático, que, según confirma su propietaria, seguirá acogiendo representaciones tras La gaviota, es todo cuanto hay en él de amor al teatro. Bienvenidos a casa.

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