Cultura

Conquista en tres dimensiones

  • El Museo Picasso Málaga presta tres obras al MoMA de Nueva York para su nueva exposición dedicada al malagueño, 'Picasso Sculpture', que se inaugura el próximo día 14

Si toca hablar del MoMA y Picasso, conviene ponerse serios. Como dijo algún crítico avispado, la retrospectiva que el museo neoyorquino dedicó al malagueño en 1980 significó la llegada del blockbuster a la historia del arte, casi en paralelo con el mundo del cine. A partir de entonces, más allá de las polémicas en torno al Guernica, su regreso a España y algún nefasto sabotaje previo, Picasso ha sido un argumento recurrente en el templo estadounidense a través de muy diversas exposiciones, representativas de otras tantas, inagotables, facetas del creador. Y volverá a serlo a partir del próximo día 14 con Picasso Sculptures, una más que amplia aproximación al registro escultórico del artista a través de cien obras en tres dimensiones (completadas con abundante obra gráfica y fotografías, hasta alcanzar las 150 piezas) con la colaboración del Museo Picasso de París en la organización y en el préstamo de fondos junto a otros museos y galerías europeos. El Museo Picasso Málaga, según confirmaron ayer fuentes de la misma pinacoteca, participa también en el envite con el préstamo de dos pequeñas esculturas, Músico sentado (1950) y Fauno sentado (1951); así como de la cerámica Insecto (1951), uno de los estandartes de la colección permanente del Palacio de Buenavista. Y corresponde señalar que la aportación subraya la proyección internacional del Museo Picasso Málaga con notorio énfasis. Según las mismas fuentes, el pasado mes de enero, Ann Temkin, conservadora jefe del MoMA, y Anne Umlad, conservadora también en el mencionado museo, visitaron la colección del centro malagueño en sus preparativos para la exposición neoyorquina. El acuerdo se saldó con el préstamo de tres obras altamente representativas de una vocación para la que ni la historia ni el propio Picasso se mostraron impacientes en hacer explícita.

De hecho, Picasso Sculptures (que podrá verse hasta febrero de 2016) es la segunda exposición que el continente americano dedica expresamente a la escultura picassiana. La anterior, llamada The Sculpture of Picasso, se celebró también en el MoMA en 1967. Lo curioso es que la primera muestra que exhibió al público esculturas del malagueño se había celebrado sólo un año antes en París: se trataba de una gran retrospectiva llamada Hommage à Picasso que incluyó de forma pionera este registro en el paisaje estético del artista, a quien la creación en estos términos nunca le fue ajena (su obsesión por las máscaras e ídolos africanos se remonta a su juventud, y su producción durante la década de los 50 es más que notable, aunque se lo pensó bien Picasso antes de mostrar sus resultados). En gran medida, por tanto, y a pesar del tiempo transcurrido, el Picasso escultor es un fenómeno por conocer. Y tal vez por esto, tratándose del artista más referido del siglo XX, representa también un asunto apasionante: Picasso llegó a la escultura en plena necesidad de transformación, una cuestión peliaguda por cuanto el demiurgo había hecho de la metamorfosis (alentado, en gran parte, por el clásico de Ovidio) una cuestión personal, verdadero motor de su trato con las musas. Por eso se aproximó a ella con la disposición del amateur, como un aprendiz autodidacta (como siempre, Picasso hizo una arqueología de sí mismo a la hora de buscar fuentes) que rechazó todas las viejas escuelas para dar forma a los materiales más diversos, del cartón a la cerámica, del bronce a la madera. Sin más límite que el propio artista.

El malagueño jugó la carta con sabiduría. El Picasso que se reveló como escultor al mundo en 1966 era un hombre de 85 años que demostró así una capacidad de reinvención de raro parangón en la historia del arte, a una edad en la que semejantes revelaciones parecen cosa del diablo. América se rinde otra vez a este Picasso, y con razón. La partida sigue abierta.

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