Cultura

Svetlana Alexiévich, un Nobel a las vidas derrotadas por la URSS

  • La Academia Sueca premia a la bielorrusa por crear "un monumento al sufrimiento y al coraje" a partir de su concepción literaria del periodismo, abierta a la relectura de la Historia

Por hacerse eco de múltiples voces anónimas que conforman "un collage de voces humanas compuesto de forma cuidadosa" -de ahí que se hable de su obra como una "polifonía"- y por articular desde la no-ficción la conciencia moral del fracaso de la utopía comunista y el esforzado día a día de los habitantes de su país, la bielorrusa Svetlana Alexiévich obtuvo ayer el Premio Nobel de Literatura 2015. Su obra es, señaló ayer la Academia sueca, "un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo".

Con el reconocimiento a la autora, que este año era la gran favorita tanto en las casas de apuestas como en los corrillos de Estocolmo, el Nobel de este año reconoce también de paso, por primera vez, el género del reportaje periodístico. De él parte siempre Alexiévich, aunque para acabar trascendiéndolo, señaló en su anuncio del fallo la nueva secretaria permanente de la Academia sueca, Sara Danius. "Ha inventado un nuevo género literario, supera el formato del periodismo, continuando lo que otros autores han contribuido a elaborar", dijo Danius tras informar de que la elección de la autora había gozado de "gran acuerdo y entusiasmo".

En su obra destacan sus reportajes sobre el desastre de Chernóbil, sobre el papel de las mujeres en la Segunda Guerra Mundial, aunque por encima de todo se hace eco de la enorme herida que el estrepitoso derrumbe de la Unión Soviética imprimió en el ánimo colectivo de sus pueblos. "El hombre soviético no ha desaparecido. Es una mezcla de cárcel y guardería. No toma decisiones y simplemente está a la espera del reparto. Para esa clase de hombre, la libertad es tener veinte clases de embutido para elegir", dijo hace un par de años la autora, al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes.

Svetlana Alexiévich es la decimocuarta mujer que recibe al considerado como máximo galardón de las letras mundiales -tomando el relevo de la canadiense Alice Munro, ganadora en 2013- y la sexta voz en lengua rusa que lo consigue, tras Iván Bunin (1933), Boris Pasternak (1958), Mijaíl Shólojov (1965), Alexandr Solzhenitsin (1970) y Joseph Brodski (1987).

Hija de un militar bielorruso y de madre ucraniana, Svetlana Alexiévich, de 67 años, vivió desde pequeña en Bielorrusia, donde sus dos progenitores eran maestros. En Minsk, la capital del país, comenzó a estudiar periodismo en 1967; al licenciarse se marchó a Biaroza, una ciudad de provincias, para trabajar como reportera en el periódico local y como maestra en la escuela. Tras pasar años dividida entre el periodismo y la enseñanza tuvo la oportunidad de trabajar en un diario de Minsk, del que saltó a la revista literaria Neman, donde escribió reportajes, ensayos y narraciones.

Alexiévich considera al escritor Ales Adamovich como su principal maestro: inspirada por él empezó a construir su estilo, entre la "novela colectiva" y el "coro épico", a caballo entre la literatura y el periodismo, una escritura en la que la autora yuxtapone los testimonios individuales de sus entrevistas en un marco colectivo. Con este procedimiento procura llegar al lado más humano de los acontecimientos, o como dijo la secretaia de la Academia, no tanto rastrear las consecuencias de los hechos históricos, como articular una historia más profunda a raíz de los mismos: "la de los sentimientos".

Pero Alexiévich no ha limitado el alcance de su obra únicamente a los traumas colectivos del pasado. También ha documentado, de manera muy crítica, el derrotero que desde 1991 han tomado países como Rusia, a cuyo presidente, Vladimir Putin, acusa de llevar a su nación al medievo con su "culto a la fuerza". No es de extrañar que el Kremlin recibiera ayer con extrema frialdad, casi con desprecio, la noticia de la conceción del Nobel a la escritora.

Su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer (1983), ya le costó un varapalo de las autoridades soviéticas, que le acusaron de "naturalismo" y "pacifismo", críticas que en aquel entonces bastaban para prohibir su circulación. Hasta la llegada de la Perestroika, en 1985, no pudo publicar el primer libro de su ciclo El hombre rojo. La voz de la utopía. Traducida a más de 20 idiomas, el libro narra el inconmensurable coste de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria, como se conoce en esa zona del mundo la Segunda Guerra Mundial. También en 1985 vio la luz Últimos testigos, donde recogía las voces de aquellos que vivieron de niños la terrible contienda.

Los chicos del zinc (1989), sobre el impacto de la Guerra de Afganistán en los combatientes y en las madres de los caídos en el campos de batalla, Hechizados por la muerte (1994), un reportaje literario sobre el suicidio de aquellos que no soportaron el fracaso de la utopía soviética, o Voces de Chernóbil (1997), que reúne testimonios orales en torno a la mayor catástrofe nuclear jamás conocida, son algunas de sus obras más arriesgadas. Su ciclo sobre el homo sovieticus se cerró con Tiempo de segunda mano en 2013, año en el que ya sonó como firme candidata a recibir el premio que le llegó ayer.

En España, la editorial Debolsillo publicó el pasado de enero Voces de Chernóbil. Crónica del futuro. Otras dos, Debate y Acantilado, anunciaron ayer próximos lanzamamientos: en el primer sello, La guerra no tiene rostro; en el segundo, El fin del Homo Sovieticus. Oportunidades para conocer a una escritora comparada a menudo con Solzhenitsin y Kapuscinski, y que ahora, por primera vez, tras haberse sumergido durante toda su vida en tantísimo dolor, está escribendo una novela de amor.

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