Cultura

Mil y muchas noches más

  • La editorial Menoscuarto ha publicado 'El ojo y la aguja', un hermoso ensayo de Abdelfattah Kilito en torno al clásico inmortal de la literatura árabe

Los hechos, engalanados luego con los arabescos de la leyenda, son más o menos los que siguen: en la Nochebuena de 1938 -no hacía mucho que había fallecido su padre-, Jorge Luis Borges estaba esperando a una amiga en la acera cuando se dio cuenta de haber olvidado cierto libro en casa. El ascensor se había averiado, de modo que Borges subió las escaleras a toda prisa, atento a donde ponía el pie pues su vista no era buena, y no se percató de que alguien había abierto una ventana. Borges golpeó el postigo con la cabeza y llegó arriba con el rostro cubierto de sangre. La herida se le infectó, se produjo una septicemia, y varios días después tuvo que ser hospitalizado de urgencia; su familia y allegados llegaron a temer por su vida. Borges estuvo a punto de ver cumplirse la maldición que pesa sobre el libro olvidado en casa, "un ejemplar descabalado de Las Mil y una Noches", escribió Borges en El Sur, causante indirecto del accidente. Quien consiga leer esta obra de principio a fin, dice la leyenda, morirá. ¿Debemos suponer entonces que Borges aún no había terminado la lectura? Quizás sí. Quizás no. No debe descartarse que el Borges de antes muriera a consecuencia del golpe y que el Borges posterior, el que se hizo famoso como cuentista, sea en realidad un revenant.

No hay nada que temer en verdad, advierte Abdelfattah Kilito en un muy sugerente ensayo consagrado a este clásico de la literatura árabe, El ojo y la aguja (Menoscuarto). No hay nada que temer pues, según adjetivo del propio Borges, estamos ante un "libro infinito" y, en consecuencia, interminable: "El lector puede respirar tranquilo -escribe Kilito-: no morirá a causa de las Noches, ya que, aunque quisiera hacerlo, nunca será capaz de completar la lectura de este libro diseminado, corpus de innumerables manuscritos, ediciones, traducciones, adiciones, exégesis y reescrituras. Siempre habrá otro texto de las Noches por descubrir, por leer". Nunca podrá hacerse una edición definitiva de Las mil y una noches; un libro innumerable, un libro que es muchos libros; una fuente inagotable de estímulos para el lector, que ocupa un asiento al lado del personaje más cruel de la función. La historia es conocida: Sherezade ha de contarle una historia tras otra al rey Shariyar, una noche tras otra, a fin de salvar la vida. Mientras tenga en vilo al rey, éste no ordenará su ejecución. O sea, y contrariamente a cuanto sostiene la leyenda, Las mil y una noches es un libro de vida, no de muerte. Y es también uno de los mas hermosos monumentos erigidos en honor a la fantasía y es además un valioso tratado oblicuo sobre el arte de la fábula, que sorprende por la sofisticación de sus recursos.

Hay un episodio recurrente en esta obra: el del personaje obligado a narrar su historia a otros. A través de su relato, el narrador reafirma su identidad o la reconquista en el caso de haberla perdido, como le sucede en varias ocasiones al magnífico Simbad el Marino: "cada vez que escapa de un peligro -explica Abdelfattah Kilito-, tiene que contar su historia a los que lo salvan o a los que el azar ha puesto en su camino. También en Bagdad, cada vez que regresa, necesita contar sus aventuras a los vecinos y a los amigos. Y cuando finalmente renuncia a viajar, cuando se establece definitivamente en su ciudad natal, donde se le conoce y se le aprecia, un inesperado encuentro va a obligarle a contar de nuevo sus viajes". Ya retirado, Simbad se encuentra para su sorpresa con una suerte de doble, un hombre llamado como él que se ha ganado la vida trabajando como cargador. El juego de espejos es de una sutileza exquisita. Simbad el Marino emplea siete días para narrar las aventuras que vivió en sus siete viajes por mar; así pues, Simbad el Cargador tendrá que recorrer siete veces el trayecto de su casa a la de aquél para escuchar el relato. Estos siete traslados son como otros tantos viajes a mundos lejanos que al Cargador le reportarán riqueza (el Marino lo obsequia con cien monedas de oro en cada visita) y conocimiento.

La necesidad de contar, de contarse, recorre estas páginas de principio a fin. El narrador se construye a sí mismo al tiempo que construye su historia, poniendo en el empeño todo cuanto es. (Y en ocasiones las historias dirán de él cosas que habría preferido callar). G. K. Chesterton dijo de Robert Louis Stevenson -que escribió unas Nuevas mil y una noches- que se había pasado la vida enseñándole al mundo lo que de él había aprendido; una empresa que justifica o redime la existencia de cualquiera. También el lector se construye a sí mismo al tiempo que reconstruye el relato en su mente. A ningún libro le ha sido dado cambiar la sociedad, pero puede cambiar a una persona --doy fe de ello- y las personas sí tienen en sus manos la posibilidad de cambiar el mundo. El rey Shariyar sale transformado de la experiencia: "a fuerza de identificarse con personajes de ficción -escribe Kilito-, adquirió una nueva visión de las cosas y abandonó su rencor". Hay una idea recurrente en Las mil y una noches: el lector debería coserse en el rabillo del ojo toda aquella historia que estime valiosa. (Esta imagen se explicaría porque el verbo árabe kataba significa tanto "escribir" como "coser"). La escritura cose el mensaje a la memoria del lector. Abdelfattah Kilito concluye con unas hermosas reflexiones: en toda historia hay una súplica implícita: "no me olvides, porque hablo de ti".

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