Cultura

Una meditación sobre el paisaje

  • El Guggenheim de Bilbao acoge hasta febrero 'Aquí y ahora', una exposición que da buena cuenta de la concepción ascética y poética del paisajismo en la obra del neoyorquino Alex Katz

La pintura de paisaje no copia ni transcribe la naturaleza sino que la construye. Y esa construcción además no se limita a la vista, sino que recoge diversas percepciones, esto es, pinta las distintas relaciones que el autor mantiene con el entorno. Sobre todo, las que han despertado en él mayor desconcierto. Este es el principio de la poética del paisaje. Lo señaló Da Vinci: el pintor no transfiere los rasgos naturales al lienzo sino que crea en el cuadro el efecto naturaleza, es decir, hace que el cuadro toque al espectador, lo afecte e impresione, como lo hace la propia naturaleza.

Estas notas, típicas del paisajismo, están presentes en las obras de la muestra de Alex Katz (Brooklyn, Nueva York, 1927) que acoge hasta el próximo mes de febrero el Guggenheim de Bilabo. Pero a ellas se añade una característica personal del artista: sus cuadros carecen de horizonte. Así, el paisaje pierde cualquier tinte escenográfico: deja de ser un contenedor -tierra abajo, cielo arriba, edificios o árboles a los lados- para convertirse en formas que al crecer definen el espacio del cuadro y se imponen, verticales, al espectador (como ocurre en Amanecer 3, de 1995) o parecen rodearlo al tejer un plano, sin principio ni fin, que corre paralelo al del lienzo (así, en 10,30 de la mañana, de 2006). Ambos procedimientos evitan el primacía de la vista: se dirigen primero al cuerpo, incorporándolo al cuadro, en el primer caso, por la fuerza de la escala y la inminencia de la figura; en el segundo, por la capacidad envolvente de la obra. No es que los cuadros prescindan de la mirada, sino que la requieren, digamos, en segunda instancia, cuando han logrado ya la sintonía del cuerpo.

La poética de estos paisajes de Alex Katz no se completa con estas notas. Hay al menos otras dos de singular importancia: la primera es cierto distanciamiento, que a veces se antoja frialdad, respecto del propio paisaje. La segunda, un amplio conocimiento de la historia de la pintura que permite al autor un tratamiento específico de cada una de las obras.

El artista neoyorquino no es en absoluto un pintor plein-air. Un breve apartado en esta muestra reúne pequeñas obras que no son bocetos, porque están cuidadosamente acabados y porque la obra final no se ajusta a ellos. Estas breves obras son ideas iniciales que generarán otras posibilidades. Son un primer paso de la reflexión que se concreta con nuevos apuntes. Con este bagaje intelectual y afectivo va al estudio y es ahí donde elabora el cuadro. Lo realiza siempre con rapidez: la obra, ya pensada (y sentida), debe evitar una ejecución que pueda demorarse en detalles descriptivos, narrativos o seductores. Los trabajos previos actúan asi como condensadores poéticos que van sedimentando con rigor idea y emoción, y descartando cualquier añadido sentimental.

Esta posición casi ascética es posible por un extenso conocimiento de la pintura unido a una detenida reflexión sobre ella. Me he referido antes al cuadro Amanecer 3. A primera vista, es la silueta de un gran árbol en una mañana de niebla. Desde otro punto de vista, un apasionante monocromo gris. Visto de cerca, sin embargo, el gris deja transparecer intensas tintas rosas y sobre él aparecen suaves campos verdes que parecen flotar. Hay en el cuadro ecos de un modo de tratar el color que hace pensar en uno de los pintores modernos más influyentes en América, Matisse. Pero no hay en Katz un modo único de comprender e incorporar la pintura tradicional. Puesta de sol, fechado en 1987, tiene una estructura figurativa análoga al de la obra anterior, pero la pintura es muy diferente: los campos de color fuertes y directos, los perfiles en mutua competencia y el modo de manejar la materia, hacen pensar en Clyfford Still. Una numerosa sucesión de cuadros se centran en el Black Brook, un arroyo cercano a su residencia. Entre estos cuadros hay algunos que indagan el reflejo. Así Black Brook 15 (1999). En estas obras también dominan, como en las anteriores, los valores de superficie pero aquí la referencia, interpretada de manera personal pero rigurosa, es el último Monet.

El resultado de todo ello son paisajes con una poética contenida donde la exactitud de la ejecución corre pareja con el tratamiento que cada obra parece exigir. La autoexigencia de una rápida realización del cuadro hace que su obra repose ampliamente en el gesto. Si de joven, dice, entendía la pintura de Jackson Pollock como grandes paisajes (un juicio ciertamente acertado), ahora en sus paisajes tiene en cuenta el valor del gesto: la concentración y la veracidad a la que obliga.

Los paisajes de Katz se prestan así a una doble visión: la brillantez del color y la inmediatez de la figura prestan a las obras un tono directo, asequible a cualquier espectador. Su densidad pictórica y su elaboración, fría en apariencia, interesarán vivamente a quienes sepan disfrutar de la pintura.

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