Daniel Casares. Guitarrista

"Yo no trabajo para conseguir metas, sólo quiero defender bien lo que hago"

  • El músico malagueño acaba de lanzar su último disco, 'Picassares', nuevo encuentro con el genio que incluye colaboraciones de Miguel Poveda, Dulce Pontes y Lulo Pérez, entre otros.

No incurre en exageración quien afirma que Daniel Casares (Estepona, 1980) es el músico malagueño de mayor proyección internacional; pero donde no caben dudas es a la hora de afirmar que sus manos contienen uno de los valores más firmes de la guitarra flamenca en el presente, capaz de abrir nuevos caminos al instrumento con la misma autoridad de sus predecesores. Después de abordar la figura y la obra de Pablo Picasso desde las seis cuerdas en proyectos como Guernica 75, Casares culmina ahora esta aproximación con su nuevo disco, Picassares, recién salido a la venta con las colaboraciones de Miguel Poveda, Dulce Pontes, Adam Ben Ezra y Lulo Pérez entre otros. Entre sus proyectos figura la próxima grabación de otro álbum con Toquinho, el astro de la música popular brasileña, con quien ya ofreció varios conciertos el año pasado al otro lado del charco. Los primeros teatros del mundo saben de su hondura, pero Casares habla de su oficio con claridad ejemplar.

-¿Este Picassares es una culminación o una síntesis de su empeño musical puesto en Picasso?

-Es más bien una conclusión y también un cierre a esta etapa picassiana, aunque ahora toca defenderlo. Pero llevo trabajando con Picasso desde 2010 y él va a estar siempre conmigo, inevitablemente: el reto de poner música a las emociones que Picasso suscita en mí me ha hecho conocerme, encontrarme como compositor en el estudio, probando y corrigiendo cosas, ahondando en mis posibilidades. Ha sido una gran ayuda a nivel artístico y personal.

-En proyectos como Guernica 75 parecía trasladar a la música la reinvención que Picasso acometió de la forma plástica con armonías complejas, al límite del tono. ¿Ha sacado algo en claro con Picassares en este sentido?

-Ése era el primer enfoque. Uno empieza a pensar en música cubista y sigue adelante, pero llega un momento en que te vuelves loco. Al final, sin ser un experto en arte ni nada parecido, pero indagando en su vida y en su obra, he llegado a la conclusión de que Picasso no es tan raro como parece. Más aún, sus mensajes son siempre muy claros. El Guernica, por muy extraño que pueda parecer, es un alegato muy directo por la paz. De modo que me vi en la duda de escoger entre el continente y el contenido, y opté por el contenido. Picassares es musicalmente muy libre, cambia algunas estructuras clásicas del flamenco de forma deliberada; pero ya no es nada extraño, no suena tan raro. Durante muchos años, como dices, me rompí la cabeza mientras componía buscando lo menos evidente, transportándolo todo, sin dejar nada en su sitio. Pero no había ahí un mensaje. Escuchaba toda esa música y sentía que no decía nada, faltaba contenido. Entendí que no había que buscar lo raro por lo raro, sino abrir las puertas a decir algo. Y a menudo la transparencia es la mejor opción. Ahora sí creo que Picassares dice cosas de forma clara.

-¿Le resultó complicado reunir las colaboraciones del disco?

-Ha sido todo muy fácil. En realidad, como todo lo referente a la producción de este álbum. Siempre he hecho todos mis trabajos en plazos muy limitados, con mucha presión. Aquí decidí liberarme de esto: he estado un año y medio, casi dos años, metido en el estudio a mi aire. Coincidieron algunas cosas, como La luna de Alejandra, mi proyecto sinfónico con la Orquesta Filarmónica de Málaga; y entonces, simplemente, paré el proyecto durante ocho meses y estuve dedicado a lo otro, sin ningún problema. Después volví y lo recuperé por donde lo había empezado, pero con la misma calma, en total libertad. Con las colaboraciones ha pasado lo mismo: uno siempre busca músicos de cierta relevancia a los que invitar, y eso requiere un trabajo no pequeño. Pero cuando me metí en el estudio para hacer Picassares no quería saber nada de colaboraciones. Si habrían de estar, ya saldrían. Pues bien, ha sido mi disco con más colaboradores, y con gente reconocida internacionalmente; pero en ningún caso he levantado el teléfono. Todo se ha ido dando. Con Dulce Pontes, por ejemplo, trabajé en una gira; una vez le toqué algo que había compuesto y ella me dijo de inmediato que quería cantarlo. Como no tenía letra, se la pedí a Antonio Martínez Ares. Así de sencillo. Lo mismo que Lulo Pérez, que entró cuando el disco ya estaba terminado, listo para la masterización, y casi hubo que buscarle a toda prisa una trompeta. El tema con Miguel Poveda, Prefiero amar, estaba ya en un disco de homenaje a Luis Eduardo Aute. Y fue Poveda quien me sugirió que lo incluyera en el álbum, y lo hice, aunque se saliera de la temática picassiana.

-¿Tiene la sensación de haber llegado a alguna parte, de que está recogiendo ahora los frutos de muchos años de trabajo?

-Te seré sincero: yo no trabajo para conseguir cosas. No me encierro en mi estudio para lograr no sé qué. Si tengo alguna lucha, es conmigo mismo. Me gusta subir al escenario y hacer disfrutar a la gente, aunque uno no salga contento nunca por una cuestión de exigencia. Lo que quiero es poder defender bien lo que hago, pero no para que me den trofeos. Tocar en el Carnegie Hall de Nueva York es un sueño para cualquier músico. Bien, yo he tocado en el Carnegie Hall dos veces. Y fue fantástico. Pero ahora ¿qué hago? ¿Colgar la guitarra? ¿Se supone que he llegado a alguna meta? No, yo trabajo para mí y para mi público, procurando hacerlo cada día una mijita mejor. Sigo adelante. Eso es todo.

-Aunque ésta parezca una pregunta estúpida, ¿cómo se lleva con la guitarra?

-No, no es una pregunta estúpida. No sé tocar todos los instrumentos, pero sí te digo que la guitarra es el más ingrato de todos. Hay una lucha diaria. Si me pego un día entero viajando y no cojo la guitarra hasta el día siguiente, me parece que ha pasado un mes. De alguna forma, te regaña. Los guitarristas somos muy paranoicos, son muchas notas y hay que darlas todas muy limpitas. Queremos tocar de una forma que sólo existe en nuestra cabeza, y no llegar a eso es una frustración constante. Por eso tenemos a menudo miedo de escucharnos. Paco de Lucía era un guitarrista perfecto, pero hablaba igual de sí mismo. Ahora, sin embargo, te confieso que vivo un momento más tranquilo. Hago una apología de la posibilidad de disfrutar con lo que somos y con lo que hacemos. Porque la tensión no te vale para nada al día siguiente.

-A su edad ha tocado ya palos y formatos muy distintos, sinfónicos, puros y mestizos. ¿Considera que los guitarristas de su generación están obligados a demostrar más después de que los de la generación anterior, con Paco de Lucía al frente, llevaran la guitarra flamenca a todas partes?

-A ver, hay una diversidad grande de lenguajes personales. Si nos escuchas a Dani Morón y a mí, que somos de la misma edad, encuentras dos lenguajes distintos. Lo que sí sé es que si Paco de Lucía no hubiera tocado el Concierto de Aranjuez y Manolo Sanlúcar no hubiera hecho sus obras sinfónicas yo, cuanto menos, habría tardado mucho más tiempo en hacer algo sinfónico. A lo mejor lo habría terminado haciendo por pesado, pero con más edad. Si lo he hecho ya es porque ellos lo hicieron antes, porque esa puerta ya estaba abierta. Por no hablar de Sabicas.

-Cite usted sus guitarristas no flamencos predilectos.

-Pat Metheny y Toquinho. Y Marcus Tardelli, un guitarrista clásico brasileño. Es un genio. Tuve ocasión de cenar con él y comprobé que es igual de paranoico que yo.

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