Libros

La ceremonia del caos

  • El malagueño Juan Ceyles publica 'EME. Diario de un transformista' (El Toro Celeste), proyecto literario al que ha dedicado cerca de 40 años de creación.

Si a alguien le sienta bien uno de esos proyectos literarios que, a modo de interminables works in progress, terminan prolongándose durante toda una vida, ése es Juan Ceyles Domínguez (Málaga, 1949), escritor de querencia poética (no siempre articulada en verso) y de naturaleza en gran medida invisible, por cuanto gran parte de su obra permanece voluntariamente inédita. Seguramente esta afinidad con lo descomunal tenga que ver con la adscripción de Ceyles a la militancia en lo cultural afirmada en la más pura resistencia ya desde que, en 1969, fundara el Grupo 9 junto a Fernando Merlo. Pero no hay asomo de malditismo ni en su persona ni en su obra: sólo la férrea determinación de significar únicamente desde resortes propios, lo que le ha conducido a navegar a menudo, aunque con toda la convicción de su parte, a contracorriente. La cuestión es que Ceyles (a quien el Centro Cultural de la Generación del 27 dedicó hace tres años el volumen Cruzando Kazmadán a modo de poética summa incompleta) acaba de publicar en El Toro Celeste, la editorial que fundó él mismo en Málaga junto al poeta y narrador Rafael Ballesteros, EME. Diario de un transformista, proyecto literario que por su radical deconstrucción del lenguaje constituye un caso único dentro de todo lo que la literatura ha sido capaz de alumbrar en esta esquina del mundo. Sucede además que Ceyles empezó a trabajar en EME en 1979: desde entonces y hasta el reciente lanzamiento, presentado hace unos días en la ciudad, el escritor ha modificado, reescrito, desecho y recuperado su obra infinidad de veces hasta darla por terminada sin terminarla del todo; esta tarea corresponderá a los lectores cómplices que se adentren en semejante festín a prueba de dormideras acomodaticias.

"Empecé a escribir lo que hoy es EME en 1979", explica Ceyles. "Lo primero que hice fue una composición de treinta y tres párrafos de once líneas cada uno, plagada de espíritu pitagórico, a la que titulé La muerte de un acróbata. A partir de entonces empecé a desarrollar diagramas, mapas y fórmulas y el siguiente paso fue la escritura de treinta y tres prólogos correspondientes a otros tantos libros posibles. Pero el proyecto derivó después en lo que llamé una desnovela: un único párrafo de unas mil páginas que fui deconstruyendo luego poco a poco. El resultado de esta deconstrucción es EME, una especie de catedral en ruinas en la que las palabras prácticamente han desaparecido", advierte el autor. Ceyles no rechaza la etiqueta de novela para este Diario de un transformista, en la medida en que en sus páginas cohabitan personajes o, al menos, ciertas presencias que pueden considerarse tales. Pero quien busque una narración al uso encontrará algo muy distinto, ya que lo que el escritor aborda aquí, directamente y sin medias tintas, es el caos; no en su acepción negativa, la más extendida, sino como "lugar del protoconocimiento, el sitio exacto desde el que podemos empezar a comprender algo. Lo que sucede es que la lengua esquematiza enormemente la realidad hasta reducirla a algo mucho más elemental y menos sorprendente de lo que verdaderamente es. Por eso, la relación entre la palabra y el significado es en EME muy distinta a la habitual. Siempre procuro que las palabras no lleguen a significar hasta el final del discurso. Por eso puede suceder que una palabra no signifique nada o que, por el contrario, tenga multitud de significados a tenor de su musicalidad, su contexto o, lo que es más importante, la experiencia del lector". Por eso, Ceyles, cuya creación literaria se sitúa muy cerca en cuanto a intención de las artes plásticas, comparte con Kandinsky la ilusión que el pintor tenía "por encontrar un espectador que se enfrentara a sus cuadros con el alma descubierta, en un lenguaje congeniado. Ése es también mi ideal de lector".

Cuando se trata de comparar EME con algunos precedentes, esfuerzo en cierto sentido inútil, salen de la chistera escritores como Michaux, Octavio Paz, Bataille o Benjamin, pero Ceyles tiene claro cuál su principal referente: "Joyce, sin duda. En Ulises nos enseñó que no hay que resignarse a la literatura. La vida está ahí fuera y es más interesante". Todavía.

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