Cultura

El atavismo razonado de Pollock

  • El Museo Picasso Málaga exhibe hasta el 11 de septiembre una de las obras cumbre del pintor americano, hecha con tanta precisión matemática como toneladas de pasión se sudaron

POLLOCK prefería los lienzos de grandes dimensiones por muchos motivos, siendo el principal […] el hecho de que sus pinturas de escala mural dejan de ser pinturas para convertirse en ambientes. Ante una pintura, nuestro tamaño como espectadores con respecto a las dimensiones de la imagen determina en qué medida estamos dipuestos a renunciar a nuestra conciencia mientras experimentamos el cuadro. En Pollock […] nos vemos enfrentados, asaltados y absorbidos por las imágenes". El artista Allan Kaprow profundizaba, dos años después de la muerte de Jackson Pollock (Cody, Wyoming 1912-Springs, Nueva York 1956), en su herencia. Legado que setenta años después permanece, inalterable, con respecto a ese vaciado de conciencia que experimentamos al medirnos con Mural (1943). La masterpiece que, hasta el 11 de septiembre, exhibe el Museo Picasso Málaga, es el colofón de la mucho más amplia exposición Mural. Jackson Pollock. La energía hecha visible que, comisariada por David Anfam (del Clyfford Still Museum de Denver), se encuentra en su tramo final. Pero antes de que Mural parta para Londres, resta un tiempo para realizar algunas consideraciones acerca de una obra cuya vida intrincada ha exigido una recuperación que justifica, de esta manera, el tour organizado en torno a ella. Un año de contrato tenía el pintor estadounidense para terminar el encargo de Peggy Guggenheim, que fue finiquitado durante el verano de 1943, según confesó el propio Pollock a su hermano Frank. El mito de que había sido pintado de un día para otro, como afirmaban la pintora y esposa del artista, Lee Krasner (y su mecenas, Guggenheim), no se sostenía, pues.

Una de los aspectos más interesantes, en este sentido, de la muestra, radica en las pruebas empíricas de que el hombre se tomó su tiempo para finalizar este enorme lienzo, basado fundamentalmente en pintura al óleo -no de rápido secado, precisamente-, pero compuesto también por caseína y pintura doméstica. Un contingente de restauradores de la Fundación Getty, armado de bastoncillos, agua y disolvente inocuo con la pasta original, quitó por fin en 2012 el velo de barniz que impedía contemplar tanto el "vibrante colorido" como las "cualidades superficiales de la obra". Tal descubierto del cuadro ha implicado, amén de poder distinguir sus pasajes más brillantes y mates, algo todavía mejor: contemplar la totalidad del cuadro desde un punto determinado, con sus bordes originales y ese blanco sucio, anómalo, que recorre la estampida de una punta a otra. Con un punto de fuga central, esa silueta azul que lleva nuestra mirada hacia la mancha rosa donde arranca la visualización de una escena propia de un wéstern inhóspito, en el que la animalidad irrumpe sinuosamente y con furia.

Aquellos antílopes, aquellos búfalos que Pollock imaginó dominando el paisaje americano, se adueñan -como señalábamos al principio- de nuestra percepción, de algún modo supeditada al desbocamiento de las pinceladas salvajes. El artista tumbaba el lienzo sobre el suelo, en palabras suyas, "para sentirse más cerca de él", para "formar parte así de la pintura, al igual que hacían los indios que dibujaban sobre la arena en el Oeste". Así se lo dijo a Hans Namuth y Paul Falkenberg en 1951, con motivo de un documental que éstos rodaban sobre su figura. Un atavismo que sigue causando esa sensación, todavía, mientras nos dejamos engañar por su supuesto espontaneísmo, que esconde tanta precisión matemática como toneladas de pasión. Las que alimentaron cada pincelada, salpicadura, manchón y restregón. Las mismasque inspiraron a John Squire, en su faceta artística, a la hora de diseñar la portada de The Stone Roses (1989), el debut de su banda.

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