Cultura

Díselo con flores

Teatro Cánovas. Fecha: 30 de octubre. Compañía: Producciones Alfresquito. Dirección: Vanessa López y Pablo Lomba. Texto: Daniel de Lima. Reparto: Virginia Nölting y Monti Cruz. Aforo: Más de 300 personas (casi lleno).

Desde que a Samuel Beckett le dio por escribir la palabra amor en una boñiga de vaca, poco más se puede decir sobre el asunto. Sin embargo, dado que la novedad no constituye precisamente un valor necesario ni estimulante en la postmodernidad, resulta interesante considerar el amor aún un argumento válido en cuanto encierra un diagnóstico, a menudo certero, de las aspiraciones éticas y estéticas del siglo. Lo que queda de nosotros, el texto de Daniel de Lima que Alfresquito ha subido a las tablas después de su muy divertido y cabaretero Ay hafa drim, es, esencialmente, una obra sobre la comunicación. Sobre la intención a la hora de decir y de escuchar, sobre lo que se quiere decir y lo que se termina diciendo realmente, y sobre cómo el otro percibe e interpreta lo que se dice. No se trata de un alegato pesimista, pero sí da cuenta de ciertas dificultades contemporáneas a la hora de hacerse entender, lo que, traducido a la relación en pareja, resulta significativamente esclarecedor, como si se quisiera denunciar que a la criatura humana le faltan, todavía, herramientas para decir ni más ni menos que lo que pretende.

La representación añade registros muy interesantes de la escena europea actual al integrar discurso y movimiento como soportes distintos pero bien integrados. Sin embargo, resulta más interesante lo que los protagonistas expresan mediante el segundo, al menos teatralmente. Virginia Nölting y Monti Cruz exhalan una química mucho más convincente cuando cuentan su historia bailando, evocando el aburrimiento en la cama y entablando conversación con los objetos y el espacio (la escenografía, bastante más compleja de lo que parece a primera vista, resulta muy funcional y también cargada de sentido; especialmente acertada es la reducción del área vital mediante el celofán). En estos momentos, que recuerdan a ciertos episodios del cine clásico por su capacidad de decir mucho con muy poco, ambos alcanzan una pureza decididamente precisa y rara de encontrar hoy en un escenario, una desnudez emocional brillante y, sobre todo, una capacidad encomiable de conectar con cierta inocencia conservada en el espectador, sobreponiéndose con soltura, incluso, al desafortunado revuelo que se armó en la función del sábado en el patio de butacas del Cánovas a causa de una lipotimia que no llegó a mayores. Una simple sonrisa, un mero gesto, una caricia furtiva les bastan para que quien mira (al contrario de lo que les ocurre a los personajes que interpretan) comprenda exactamente lo que cuentan.

Se echa en falta, no obstante, una mayor dosis de espontaneidad, que seguro se irá acrecentando a medida que se sucedan las funciones. El estreno, eso sí, no dejó sólo un buen sabor de boca, sino la convicción de que se ha asistido a una gran propuesta, personal y sincera, guiada por dos actores en estado de gracia y cargada de vivos hallazgos teatrales. Y todo con sello malagueño. Si tienen oportunidad, vayan a verla.

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