Cultura

La huella malagueña del lobo

  • Llega a las pantallas 'Entre lobos', la historia de Marcos Rodríguez Pantoja, quien, después de haber crecido entre animales, vivió en la provincia momentos muy difíciles

En 1960, mientras el estreno de El pequeño salvaje de François Truffaut daba a conocer al gran público la conmovedora historia de Víctor de Aveyron y la épica lucha del médico y pedagogo Jean Itard, Marcos Rodríguez Pantoja (Añora, Córdoba, 1946) vivía una historia similar solo en Sierra Morena, con la única compañía de lobos, perdices y culebras. Allí, en 1953, había sido abandonado por un cabrero, quien a su vez lo había comprado a su padre tras la muerte de su madre y después de numerosas palizas por parte de su madrastra. Y allí permaneció hasta 1965, cuando fue encontrado por la Guardia Civil; luego, tras un bochornoso reencuentro con su padre en Fuencaliente (Ciudad Real), fue internado en el Hospital de Convalecientes de la Fundación Vallejo, en Madrid. Al menos, Rodríguez Pantoja ha visto su propia película en vida: de hecho, esta producción española, dirigida por Gerardo Olivares (que presentó en 2006 en el Festival de Málaga su exitosa La gran final), protagonizada por Juan José Ballesta y Sancho Gracia y que ha contado con el asesoramiento del auténtico protagonista, llega hoy a las carteleras. En ella se narra la aventura de este hombre, que hoy reside en Galicia y que vivió en la provincia de Málaga algunos de sus momentos más difíciles.

Con más de 20 años, y después de una instrucción de profundo calado religioso de manos de las religiosas del hospital, Rodríguez Pantoja comenzó a buscarse la vida por España en pos de un oficio y una estabilidad. Se trasladó primero a Palma de Mallorca, donde trabajó en bares y hoteles. Y después, ya en los 80, recaló en Málaga. Según el material biográfico proporcionado por la productora, primero vivió en Alhaurín el Grande. Las mismas fuentes apuntan a que, aunque se instaló en una cueva, era conocido en el pueblo y que el entonces alcalde, José Ortega, le consiguió una pensión. Pero la realidad, más de veinte años después, es hoy distinta: ni José Ortega ni su familia, con quienes se puso en contacto este periódico, recuerdan el caso concreto de Rodríguez Pantoja. Otros vecinos del municipio apuntan, sin embargo, que durante los 80 no eran pocas las personas que pasaban algunas temporadas viviendo en las cuevas, como ermitaños, empujados por la necesidad o la soledad (en realidad el fenómeno se da aún en la actualidad, aunque de manera más esporádica). La relación que estas personas mantenían con los vecinos era prácticamente nula, y si Rodríguez Pantoja se contó entre ellos su situación era indudablemente dramática. No es extraño: el mismo protagonista ha llegado a afirmar en las pocas entrevistas que ha coincidido que nunca se ha sentido "tan humano" como en los doce años que vivió entre lobos. Incluso habla de una relación fraternal, casi franciscana, con zorros, águilas y perdices, con los que se comunicaba y a los que alimentaba. Tal y como explica el antropólogo Gabriel Janer, que mantuvo diversos encuentros con Rodríguez Pantoja entre 1975 y 1976 y que consagró su tesis doctoral al asunto, este singular Mowgli hispano llegó a satisfacer sus necesidades afectivas, a querer y a sentirse querido, sin necesidad de establecer relaciones con seres humanos. La de Sierra Morena es una historia de adaptación; después, la inadaptación parece imponer sus criterios a cada paso.

Tras vivir en Alhaurín el Grande, Rodríguez Pantoja probó suerte en Fuengirola, donde hacía turnos como vigilante de obras en las que pernoctaba. En una de ellas lo encontró Manuel, natural de San Ciprián de Viñas (Orense), quien, tras conocerlo, se lo llevó a su casa gallega y lo acogió bajo su protección. Actualmente siguen juntos bajo el mismo techo. Pero nadie en Fuengirola recuerda a Rodríguez Pantoja. Como a tantos que pasan.

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