Luces y sombras

Antonio Méndez

Los niños que amaban a sus columpios

HE escuchado esta semana a un insigne economista andaluz pronosticar que galopamos, de nuevo, hacia la recesión. Reconvenía a su auditorio porque no sólo nos resistimos a interiorizar la magnitud del desafío sino que hemos decidió ignorarlo. Con restaurantes, bares y terrazas del centro de Málaga repletos de clientes, no sé si es una sugestión colectiva como reacción a la crisis, para recordar nuestro modelo de vida, o el espejismo de la mejoría del enfermo terminal.

He oído estos días a un licenciado en Derecho, del PSOE y con cargo, reflexionar sobre el coste inabordable de la sanidad pública. Y concluía que indefectiblemente los usuarios tendrán que contribuir más a combatir la sangría de este gasto. Como mínimo sufragando el precio de la cama y la comida durante el tiempo de ingreso en el hospital. El cirujano y el material corre a cuenta del SAS. Menos mal que no estaba allí Felipe González. Le hubiera sacado por la ventana por cuestionar antes del 20-N la viabilidad en estas condiciones del sistema público de salud español.

Un diputado nacional, laminado de las listas al Congreso para estas elecciones por pugnas internas, me ha relatado sus primeras peripecias para encontrar trabajo, tras dos legislaturas en el Parlamento. La primera entrevista debió tenerla el viernes en Madrid. Una empresa dedicada a sondear el mercado laboral le había seleccionado por su amplio currículum. Mientras, dispone de una indemnización de cuatro meses de sueldo por cada uno de sus dos periodos en la Cámara.

Me he asombrado con la historia de una abogada, del PP y sin cargo. Su exesposo se había personado en su despacho para pedirle ayuda: quería que le llevara el pleito del divorcio de su nueva mujer. La letrada desistió, supongo que no por desgana hacia la contraria, y le asignó el caso a un socio de bufete. Desconozco qué tarifa le cobró al exmarido.

Pero lo que más me ha impactado en estos siete días es la tesis de un amigo matemático. Dice que ha comprobado empíricamente este verano que las niñas controlan la zona de juego de su urbanización. Así que nunca se ve a un niño subido a los columpios. Gracias a que en el almuerzo donde nos trasladó con seriedad su descubrimiento sociológico de las nuevas pautas del poder infantil, los comensales éramos todos hombres. Menos una.

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