letra pequeña

Javier Navas

Decadencia de los bingos

QUE los negocios no levantan cabeza, se sabe. Tal vez la reparación de los ingenios y el remiendo del calzado; no está la cosa para tirar nada. Las familias no gastan, no salen de casa: hay que disfrutarla mientras el banco no se la lleve. Además, con la hipoteca les regalaron un pantallón de plasma, más adecuado para los sobresaltos de la Eurocopa que la exaltada y sudorosa parroquia del bar. Por el mismo motivo el bar no comprará otra pantalla si se gripa la vieja y al camarero lo echarán o le propondrán seguir en la barra sin seguro, a riesgo de una inspección y una multa que cueste el doble de la pantalla. Las cuentas nacionales son una gigantesca avería.

Nunca he sido hombre de bingos. Lo más cerca que he estado ha sido en las tardes de invierno, con el campo de fútbol encharcado (lo que yo siempre agradecía, como futbolista he sido aun más inepto que como binguero) y la niña más guapa y desganada dándole vueltas al bombo. Demasiado en qué pensar como para cantar una línea. Otros juegos me iban más; también perdía pero los húsares, los orcos y las cartas con la fotografía de un asesino se repantigaban en mi imaginación. Vinculaba injustamente el bingo a la adultez más ordinaria, al café con leche y al Fundador. Siempre encontré más glamuroso el casino, hasta que supe por Scorsese de lo hortera que llega a ser la ruleta.

Pero la gente se divierte. Hay quienes advierten al portero de que no le dejen entrar al bingo ni aunque se prosternen o acabarán jugándose el plasma, la casa y la familia. No se debe juzgar por la zozobra de unos pocos -aunque sea terrible- la alegría de los muchos. Málaga es la provincia de Andalucía en que más se juega, pero en los últimos cinco años el ingreso se ha quedado en la mitad, las salas cierran y los empleados vuelven a sus casas, que no son del todo suyas. La policía también clausura las timbas sumergidas; tarde, mientras los empresarios honestos se han hinchado de tributar.

Málaga, dicen, ciudad de las mil tabernas y una sola librería. Y una pila de bingos, que uno no puede pasarse la existencia en el sofá leyendo a Góngora; de vez en cuando hay que departir con los vivos, y en un bingo se podría encontrar a Chiquito de la Calzá, que es Góngora sin las Soledades. El bingo me queda muy lejos, creo que en mi pueblo hubo uno; en todo caso es una fuente de placer para los otros: como el fútbol. Pero me conforta estar tirado en mi sofá con el balcón abierto y escuchar que viene de la calle una ola de alegría a cada gol, y que después, con un humorismo patriótico, ponen El novio de la muerte a todo volumen. Será un problema para la economía o un alivio para los ludópatas, no sé; a mí me da lástima que ya no se juegue.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios